viernes, diciembre 29, 2006

FUNDAMENTOS DE LA FILOSOFÍA ESOTÉRICA

TRES
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LA DOCTRINA DE MĀYĀ; IDEALISMO OBJETIVO, LA BASE DE LA MORAL: ENRAIZADA EN LA UNIDAD ESPIRITUAL —LA DIVINIDAD— DEL TODO. EL SER Y LOS “SERES”.

Maya, o Ilusión, es un elemento que entra en todos los seres finitos, dado que todas las cosas que existen poseen tan sólo una realidad relativa y no absoluta, puesto que la apariencia que el nóumeno oculto asume para cualquier observador, depende de su poder de cognición. Para la vista no educada del salvaje, una pintura es, la vez primera que la ve, una confusión incomprensible de líneas y de manchas de color, mientras que la vista habituada descubre en seguida en ella una cara o un paisaje. Nada es permanente más que la Existencia única, absoluta y oculta, que contiene en sí misma los nóumenos de todas las realidades. Las existencias pertenecientes a cada plano del ser, hasta los más elevados Dhyan-Chohans, son, relativamente, de la naturaleza de las sombras proyectadas por una linterna mágica sobre un lienzo blanco. Sin embargo, todas las cosas son relativamente reales, puesto que el conocedor es también una reflexión, y por lo tanto las cosas conocidas son tan reales para él como él mismo. Cualquiera que sea la realidad que posean las cosas, debe buscarse esta realidad en ellas, antes o después que hayan pasado a manera de un relámpago al través del mundo material; pues nosotros no podemos conocer directamente una existencia semejante mientras sólo poseamos instrumentos sensitivos que conduzcan sólo la existencia material al campo de nuestra conciencia. En cualquier plano que nuestra conciencia pueda encontrarse actuando, tanto nosotros mismos como las cosas pertenecientes a aquel plano, son, en aquel entonces, nuestras únicas realidades. Pero a medida que nos vamos elevando en la escala del desenvolvimiento, nos damos cuenta de que en las etapas a través de las cuales hemos pasado, hemos confundido las sombras por las realidades, y que el progreso del Ego hacia lo alto consiste en una serie de despertamientos progresivos, llevando consigo a cada avance la idea de que, en aquel momento al menos, hemos alcanzado la “realidad”; pero únicamente cuando hayamos logrado la Conciencia Absoluta y compenetrado con ella la nuestra propia, nos encontraremos libres de las ilusiones producidas por Maya.
— La Doctrina Secreta, I, 39-40

El universo es llamado, con cada una de las cosas que contiene, MAYA, porque todo en él es temporal, desde la vida efímera de una luciérnaga, hasta la del sol. Comparado con la eterna inmutabilidad del UNO, y con la inmutabilidad de aquel Principio, el Universo, con sus formas efímeras en cambio perpetuo, no debe ser necesariamente, para la inteligencia de un filósofo, más que un fuego fatuo. Sin embargo, el Universo es lo suficientemente real para los seres conscientes que en él residen, los cuales son tan ilusorios como lo es él mismo.
— Ibid., I, 274.

RETOMANDO de nuevo nuestro estudio de La Doctrina Secreta en el punto que alcanzamos hace una quincena, abro el primer volumen en la página 17, y leo el tercer postulado fundamental —al menos una porción de él:

La identidad fundamental de todas las Almas con el Alma Suprema Universal, siendo esta última un aspecto de la Raíz Desconocida; y la peregrinación obligatoria para todas las Almas —destellos suyos— a través del Ciclo de Encarnación (o de “Necesidad”), conforme a la ley Cíclica y Kármica, durante todo el término de aquél. En otras palabras: ningún Buddhi puramente espiritual (Alma divina) puede tener una existencia (consciente) independiente antes que la chispa que brotó de la Esencia pura del Principio Sexto Universal, o sea el ALMA SUPREMA, haya (a) pasado por todas las formas elementales pertenecientes al mundo fenomenal de aquel Manvantara, y (b) adquirido la individualidad, primeramente por impulso natural, y después por los esfuerzos propios conscientemente dirigidos (regulados por su Karma), ascendiendo así por todos los grados de inteligencia desde el Manas inferior hasta el superior; desde el mineral y la planta al Arcángel más santo (Dhyani-Buddha).

Pablo, el Apóstol cristiano “de los gentiles”, como lo llaman, de acuerdo a los evangelios cristianos en Hechos 17, versículos 23-28, habló a una asamblea de los atenienses en la Colina de Ares, comúnmente llamada el Areópago, y dijo lo siguiente (la traducción es nuestra):

Pues mientras pasé y miré vuestros santuarios, encontré un altar con esta inscripción: “Al Dios Incognoscible”… Pues en Él vivimos y nos movemos y tenemos nuestro ser, como algunos de vuestros propios poetas han dicho, “Pues también somos de su linaje”.

Los poetas de quienes habla Pablo probablemente fueron Cleantes el estoico, y Aratus. Quizá sea bueno mencionar que el sentido de “Incognoscible”, usado en relación con esta palabra agnostos, es la empleada por Homero, por Platón y por Aristóteles. Esta palabra griega agnostos también permite la traducción “desconocido”, pero simplemente porque el Desconocido en esta relación es el Incognoscible.
Los atenienses habían levantado un altar al Inefable, y con el verdadero espíritu de la devoción religiosa lo dejaron sin calificación adicional; y Pablo, al pasar y mirarlo, pensó haber visto una excelente ocasión para “aprovechar la oportunidad que se presentaba”, y proclamó al Incognoscible, a quien este altar se había erigido, como el Dios Judío, Jehová.
Hace una quincena expusimos cómo fue que el hombre pudo formarse alguna concepción de ese inefable Principio del cual H. P. Blavatsky habla como siendo el primero de los tres postulados fundamentales necesarios para entender las verdaderas enseñanzas de la sabiduría esotérica; y vimos que el hombre tiene en él una facultad que trasciende el poder del ordinario intelecto humano —algo en él por medio de lo que puede elevarse o, mejor aún, interiorizarse, hacia el centro más interno de su propio ser, el cual en verdad es el Inefable: de Él venimos, hacia Él estamos viajando a través de eones de tiempo.
Todos los filósofos antiguos enseñaron la verdad concerniente a este mismo principio fundamental, cada uno a su manera, cada uno con términos diferentes, cada uno en el idioma del país en donde fue promulgado, pero siempre fue enseñada la verdad central: que en el ser más interno del hombre vive una divinidad, y esta divinidad es el vástago del Altísimo, y que el hombre puede llegar a ser un dios en la carne, o puede hundirse más bajo incluso que el promedio común de la humanidad, de modo que puede verse primero obsesionado o acosado, y finalmente poseído por demonios de su propia naturaleza inferior y por los de la baja esfera; y por estos demonios particulares queremos decir: las fuerzas elementales de la vida, de una vida caótica, o de la esfera material del ser.
De nuevo, ¿cómo es que el hombre no puede ver, íntima e inmediatamente, estas verdades? Todos sabemos que la respuesta, a causa de la ilusión bajo la cual su menta labora, la ilusión que es una parte de su ser, no le es dada desde el exterior: él ve, por ejemplo, y su mente reacciona a la visión, y la reacción es conducida a lo largo de las líneas de la ilusión que, tomando la antigua palabra sánscrita, es llamada māyā.
Este es un término técnico en la filosofía ancestral brahmánica. Examinemos su raíz. ¿De dónde viene la palabra māyā? Viene de la raíz sánscrita mā, que significa “medir”, y por una figura de lenguaje viene a significar efectuar, o formar, y en consecuencia, limitar. Hay una palabra inglesa mete, que significa “asignar o dar según medida”, de la misma raíz indo-europea. Se encuentra en el anglo-sajón como la raíz met, en el griego como med, y en el latín también en la misma forma.
Ahora māyā, como un término técnico, ha llegado a significar —hace edades en la filosofía brahmánica se entendió de manera muy diferente a como usualmente se entiende ahora que es— la fabricación por la mente del hombre de ideas derivadas de impresiones interiores y exteriores, y por tanto, el aspecto ilusorio de los pensamientos del hombre a medida que él considera y trata de interpretar y de entender sus alrededores y la vida —y de ahí se derivó el sentido que técnicamente asume, ilusión—. No significa que el mundo exterior es inexistente; si fuera así, obviamente no podría ser ilusorio; existe, pero no es. Es “dado según medida” o se evidencia al espíritu humano como un espejismo. En otras palabras, no vemos con claridad y sencillez, y en su realidad auténtica, la visión y las visiones que nuestra mente y sentidos presentan a la vida interna y al ojo.
Las familiares ilustraciones de māyā en la Vedanta, que es la forma más alta que las enseñanzas brahmánicas han tomado y que en muchos aspectos es tan cercana a nuestra propia enseñanza, eran así: un hombre, a la caída de la tarde, ve una cuerda enrollada en el suelo y salta para apartarse, pensando que es una serpiente. La cuerda está ahí, pero no es una serpiente.
Otra ilustración es la que es llamada los “cuernos de la liebre”. Cuando se ve una liebre a la caída de la tarde, sus largas orejas parecen proyectarse desde su cabeza de tal manera que incluso para el ojo atento parece ser una criatura con cuernos. La liebre no tiene cuernos, pero hay entonces en la mente una creencia ilusoria de que un animal con cuernos existe ahí.
Eso significa māyā: no que una cosa vista no exista, sino que somos cegados, y nuestra mente es pervertida, por nuestros propios pensamientos y nuestras propias imperfecciones, y que no llegamos todavía a la interpretación real, y significado, del mundo, del universo que nos rodea. Ascendiendo hacia el interior, levantándonos, por aspiración interior, por la elevación del alma, podemos estirarnos hacia arriba, o mejor hacia adentro, hacia el plano donde la verdad mora en todo su esplendor.
Bernard de Clairvaux, el místico francés de la edad media, dijo que una forma de hacer esto, y hablaba con sinceridad, era “vaciando la mente”, drenando los objetos inservibles que contiene, las creencias ilusorias, las visiones falsas, los odios, recelos, indiferencias, etc., y que vaciando toda esta basura, el templo dentro es limpiado, y la luz del dios interior mana hacia el alma —una maravillosa figura de pensamiento.
Puede preguntarse: ¿qué relación tiene nuestra filosofía con los tantos así llamados sistemas idealistas de Europa, particularmente de Alemania, y representados por el obispo Berkeley en Bretaña? La respuesta es que hay puntos de contacto, naturalmente, porque los hombres que desarrollaron estos sistemas de filosofía eran hombres honestos, y ningún hombre puede pensar honestamente y esforzarse en lo superior sin arribar a algunas visiones de verdad, algunas percepciones tenues de la vida interna; pero ninguno de estos sistemas de idealismo es con exactitud el idealismo de la teosofía. La teosofía no es un idealismo absoluto; no enseña que el universo externo es absolutamente inexistente y que todo fenómeno externo existe sólo en la mente.
La teosofía no es exactamente el idealismo de Kant ni el maravilloso idealismo pesimista de Schopenhauer —maravilloso como fuera este pensador, y maravilloso precisamente porque derivó su conocimiento (y lo confesó abiertamente) del Oriente—. El idealismo de la teosofía es más cercano a la filosofía del filósofo alemán von Schelling, quien enseñó (principalmente) que la verdad debía ser percibida como residiendo en el interior y tomada del espíritu, y que el mundo externo es “mente muerta”, o mejor quizás, mente inerte —no la mente del pensador, como resulta obvio, sino la mente de la Deidad—. Ahora bien, a esto se le llama idealismo objetivo porque reconoce el objeto externo como teniendo existencia: no es inexistente, como lo plantea el idealismo absoluto.
H. P. Blavatsky dice en la página 631 del primer volumen de La Doctrina Secreta:

La Filosofía Esotérica, al enseñar un Idealismo objetivo (aún cuando considera al Universo objetivo y todo lo que hay en él como Maya, Ilusión temporal), traza una distinción práctica entre la Ilusión Colectiva, Mahamaya, desde el punto de vista puramente metafísico, y las relaciones objetivas en ella entre varios Egos conscientes, mientras dura esta Ilusión.

La enseñanza es que māyā, por tanto, es convocada desde la acción de Mūlaprakriti, o “naturaleza raíz”, el principio coordinado de aquella otra línea de conciencia coactiva que nosotros llamamos Parabrahman. Recordamos que desde el momento en que comienza la manifestación, actúa dualísticamente, es decir, que desde ese punto en adelante todo en la naturaleza es atravesado por los pares de opuestos, tales como largo y corto, alto y bajo, noche y día, bien y mal, conciencia e inconciencia, etc., y que todas estas cosas son esencialmente māyicas o ilusorias —reales mientras duran, pero la duración no es eterna—. Es por, y mediante, estos pares de opuestos, que el alma auto-consciente aprende la verdad.
¿Cuál es la base de la moral? Esta es la pregunta más importante que pueda ser formulada sobre cualquier sistema de pensamiento. ¿Está basada la moralidad en los dictados del hombre? ¿Está basada la moralidad en la convicción que hay en los corazones de la mayoría de los hombres de que para la seguridad humana es necesario tener ciertas reglas abstractas que es meramente conveniente seguir? ¿Somos simples oportunistas? ¿o está la moral, la ética, basada en la verdad, que no es meramente conveniente para el hombre seguir, sino necesaria? Con toda seguridad, está basada en ésta última.
Y en el tercer postulado fundamental que leímos en la apertura de nuestro estudio esta noche, encontramos los elementos justos, los fundamentos justos, de un sistema de moralidad más grande, más profundo, más persuasivo, quizás, que cualquier cosa que pudiera ser posible imaginar.
¿En qué está, entonces, basada la moralidad? Y por moralidad quiero decir no simplemente la opinión que algunos seudo filósofos tienen, esa moralidad es más o menos aquélla que es buena para la comunidad, basada en el mero significado de la palabra latina mores, buenas costumbres como opuestas a las malas. No; moralidad es esa hambre instintiva del corazón humano por las virtudes, por hacer bien a todo hombre porque es bueno y satisfactorio y ennoblecedor hacerlo.
Cuando el hombre se da cuenta de que es uno con todo lo que es, en lo interno y en lo externo, arriba y abajo; de que es uno con ellos, no simplemente como los miembros de una comunidad son uno, no simplemente como los individuos de un ejército son uno, sino como las moléculas de nuestra propia carne, como los átomos de la molécula, como los electrones del átomo, componiendo la unidad —no mera unión sino una unidad espiritual—, entonces él ve la verdad.
Cada uno de nosotros pertenece a, y es una parte heredera de, aquel sublime e inefable Misterio —el TODO— que contiene, y es, individual y espiritual unidad.
Todos nosotros tenemos un ser interior universal, y cada uno tiene también su ego individual. El ego emana del ser y el ser es el Inefable, el más Interno de lo Interno, uno en todos nosotros —dando a cada uno de nosotros ese sentido de ser, o seidad—; aunque por extensión de significado también hablamos, y hablamos propiamente, del ser inferior, porque este es un pequeño rayo del Altísimo. Incluso el hombre malvado tiene en él no simplemente la chispa de lo divino, sino el propio y mismo rayo de divinidad: él es tanto el ego egoísta y el ser universal.
¿Por qué, entonces, se nos enseña que cuando alcanzamos la abnegación, alcanzamos lo divino? Precisamente porque la abnegación es el atributo del Paramātman, el ser universal, en donde toda personalidad se desvanece. Paramātman es una palabra sánscrita compuesta que significa “el más alto” o “ser supremo”.
Si examinamos nuestro propio espíritu, si llegamos adentro, si nos estiramos hacia adentro, por decirlo así, hacia el Interno, cada uno de nosotros puede conocer que mientras va más lejos, más lejos, más lejos hacia dentro, el ser se vuelve sin-ser, la luz se vuelve gloria pura.
¡Qué pensamiento, que en el corazón de cada uno de nosotros more, viva, el nuca-revelado, el constante, el eterno, el sin cambio, que no conoce muerte, que no conoce pesar, la divinidad de todo! ¡Cómo dignifica la vida humana! ¡Qué coraje nos da! ¡Cómo despeja todas las gastadas supersticiones! ¡Qué indecibles visiones de realidad, de verdad, obtenemos cuando nos dirigimos hacia lo interno, luego de haber vaciado la mente, como dice Bernard, de toda la basura mental que la estorba!
Cuando el hombre ha alcanzado el estado en el que toma conciencia de esto y ha vaciado tanto su mente que está llena sólo con el propio ser, con la seidad sin-ser del Eterno —¿Cómo llamaron los ancestros a este estado? ¿Cómo llamaron a tal mismo hombre? Llamaron al estado, bodhi; y llamaron al humano, buddha; y al órgano en el que, y por el que, se manifestaba, buddhi. Todas estas palabras vienen de la raíz sánscrita que significa “despertar”. Cuando el hombre ha despertado de la muerte viviente en la que vivimos, cuando ha terminado con los afanes de la mente y de la carne y, para usar el viejo término cristiano, se ha puesto los “vestidos de la eternidad”, entonces él ha despertado, él es un buddha. Y las antiguas enseñanzas brahmánicas, encontradas ahora incluso en la Vedanta, exponen que ha llegado a ser no “absorbido”, como es constantemente traducido, sino que ha llegado a ser uno con el ser de los seres, con el Paramātman, el supremo ser.
Volviendo de nuevo al Chhāndogya Upanishad, uno de los más importantes de entre los 108 o más Upanishads —la misma palabra upanishad significa tratado esotérico— leemos de la octava lectura, secciones séptima, octava y novena:

Prajāpati dijo —

Interrumpimos para decir que prajāpati es una palabra sánscrita que significa “gobernador” o “señor” o “amo de progenie”. La palabra se aplica a muchos de los dioses védicos, pero en particular a Brahmā —es decir, el tercer paso desde Parabrahman—, el desarrollador-creador, la primera y más recóndita figura de la tríada que consiste en Brahmā, Vishnu y Śiva. Brahmā es el emanador o desarrollador, Vishnu el sustentador o preservador, y Śiva, que puede ser traducido eufemísticamente quizá como “benéfico”, el regenerador. Este nombre es muy oscuro. Como sea:

Prajāpati dijo: “El Ser que esté libre de pecado, libre de vejez, de muerte y aflicción, de hambre y sed, que no desee sino lo que debe desear, y no imagine nada sino lo que debe imaginar, que es lo que debemos buscar, que es lo que tenemos que tratar de entender. Aquél que ha buscado este Ser y lo entiende, obtiene todos los mundos y todos los deseos”.

Interrumpimos para preguntar ¿por qué? Porque este ser de seres, el Interno, es todos los mundos: es todo, es todas las cosas. Ahora, de vuelta a la cita:

Tanto los Devas (dioses) como los Asuras (demonios) escucharon estas palabras, y dijeron: “Bien, busquemos ese Ser por el que, si uno lo encuentra, todos los mundos y todos los deseos se obtienen”.
Diciendo esto, Indra fue de los Devas, Virochana de los Asuras, y ambos, sin haberse comunicado entre ellos, se acercaron a Prājapati, sosteniendo combustible en sus manos, como es la costumbre de pupilos que se acercan a sus maestros.
Moraron ahí como pupilos por treinta y dos años. Entonces Prājapati les preguntó: “¿Por qué propósito han morado aquí?”
Respondieron ellos: “Se ha repetido un dicho tuyo, a saber: ‘El Ser que esté libre de pecado, libre de vejez, de muerte y aflicción, de hambre y sed, que no desee sino lo que debe desear, y no imagine nada sino lo que debe imaginar, que es lo que debemos buscar, que es lo que tenemos que tratar de entender. Aquél que ha buscado este Ser y lo entiende, obtiene todos los mundos y todos los deseos’. Ahora ambos hemos morado acá porque anhelamos ese Ser”.
Prājapati les dijo: “La persona que es vista en el ojo, eso es el Ser. Esto es lo que he dicho. Éste es el inmortal, el intrépido, éste es Brahman”.

Interrumpiendo: el ser que es visto en el ojo es una figura de lenguaje hallada con frecuencia en las escrituras sánscritas; significa esa sensación de una presencia moradora que uno ve cuando ve en los ojos de otro.

Preguntaron: “Señor, aquél que es percibido en el agua, y aquél que es percibido en un espejo, ¿quién es?
Él respondió: “Él mismo en realidad es visto en todos estos”.
[Octava Sección] “Miren su Ser en un cuenco de agua, y lo que sea que no entiendan de su Ser, vengan y díganmelo”.
Miraron en el cuenco de agua. Entonces Prājapati les dijo: “¿Qué ven?”
Dijeron ellos: “Ambos vemos el ser totalmente, una imagen incluso de los mismos cabellos y uñas”.
Prājapati les dijo: “Luego de haberse adornado…, miren de nuevo en el cuenco de agua”.
Ellos, luego de haberse adornado, habiéndose puesto sus mejores ropas y limpiado, miraron en el cuenco de agua.
Prājapati dijo: “¿Qué ven?
Dijeron ellos: “Justo como estamos, bien adornados, con nuestras mejores ropas y limpios, de este modo estamos ambos ahí, Señor, bien adornados, con nuestras mejores ropas y limpios”.
Prājapati dijo: “Ése es el Ser, éste es el inmortal, el intrépido, éste es Brahman”.
Entonces ambos se fueron satisfechos en sus corazones.
Y Prājapati, prestándoles atención, dijo: “Ambos se van sin haber percibido y sin haber conocido el Ser, y quienquiera de estos dos, ya sean Devas o Asuras, que siga esta doctrina, perecerá”.

Interrumpiendo: ellos vieron māyā y no el ser.

Ahora bien, Virochana, satisfecho en su corazón, llegó donde los Asuras y les predicó esa doctrina, que el ser solo (el cuerpo) debe ser adorado, que el ser solo (el cuerpo) debe ser servido, y que aquél que adore el ser y sirva al ser, gana ambos mundos, éste y el próximo.
Por tanto, aún ahora llaman a un hombre que no da limosnas acá, que no tiene fe, y no ofrece sacrificios, un Asura, pues ésta es la doctrina de los Asuras. Adornan el cuerpo del muerto con perfumes, flores y trajes finos por la vía del ornamento, y piensan que conquistarán de este modo ese mundo.
[Novena Sección] Pero Idra, antes de haber regresado donde los Devas, vio esta dificultad.

Interrumpiendo: la dificultad de lo que Idra vio, viene ahora.

Ya que este ser (la sombra en el agua) está bien adornado cuando el cuerpo está bien adornado, bien vestido cuando el cuerpo está bien vestido, bien limpio si el cuerpo está bien limpio; este ser estará también ciego si el cuerpo es ciego, cojo si el cuerpo es cojo, lisiado si el cuerpo está lisiado, y de hecho perecerá tan pronto como el cuerpo perezca. Por tanto, no veo bien en esta (doctrina).
Tomando combustible en su mano, se llegó de nuevo como pupilo adonde Prājapati. Prājapati le dijo: “Maghavat (Indra), ya que te retiraste con Virochana, satisfecho en tu corazón, ¿por qué propósito regresaste?”.
Él dijo: “Señor, ya que este ser (la sombra) está bien adornado cuando el cuerpo está bien adornado, bien vestido cuando el cuerpo está bien vestido, bien limpio si el cuerpo está bien limpio; este ser estará también ciego si el cuerpo es ciego, cojo si el cuerpo es cojo, lisiado si el cuerpo está lisiado, y de hecho perecerá tan pronto como el cuerpo perezca. Por tanto, no veo bien en esta (doctrina).
“Así es en verdad, Maghavat”, respondió Prājapati; “pero te lo explicaré más (el Ser verdadero) a ti. Vive conmigo otros treinta y dos años”.

Indra fue capaz de ver más allá del māyā del ser personal, y por tanto buscó lo real, lo verdadero, el ser en sí.

La traducción es de Max Müller. Estaría bien añadir en conclusión que todas las traducciones que se han hecho y que puedan hacerse de acá en adelante son hechas por mí mismo, desde cualquiera de los idiomas antiguos, y si se toma cualquier cita de otro traductor, se dará su nombre.
DE: FUNDAMENTOS DE LA FILOSOFÍA ESOTÉRICA
POR: G. DE PURUCKER

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jueves, diciembre 28, 2006

FUNDAMENTOS DE LA FILOSOFÍA ESOTÉRICA

DOS
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¿DÓNDE ESTÁ LA REALIDAD? LA VERDAD PUEDE SER CONOCIDA. NATURALEZA CONSTITUTIVA DEL HOMBRE DE ACUERDO A DIFERENTES SISTEMAS: TRIPLE, CUÁDRUPLE, QUÍNTUPLE O SÉPTUPLE.

La Ley fundamental en ese sistema, el punto central del cual todo emerge, alrededor y hacia el cual todo gravita, y sobre el que depende toda su filosofía, es el PRINCIPIO SUBSTANCIAL, Uno, homogéneo y divino: la causa radical única.

…”Unos pocos, cuyas lámparas resplandecían más, han sido guiados
De causa en causa al manantial secreto de la Naturaleza,
Y han descubierto que debe existir un primer Principio…”

Es llamado “Principio Substancial”, porque se convierte en “Substancia” en el estado del Universo manifestado: una ilusión, mientras continúa siendo un “Principio” en el ESPACIO visible e invisible, sin comienzo ni fin, abstracto. Es la Realidad omnipresente; impersonal, porque lo contiene todo y cada una de las cosas. Su impersonalidad es el concepto fundamental del sistema. Está latente en todos los átomos del Universo, y es el Universo mismo.
— La Doctrina Secreta, I, 273

Es la Verdad. Es el Ser, y tú eres eso.
— Chhandogya-Upanishad, 6, 14, 3

El Tao que puede expresarse en palabras no es el eterno Tao; el nombre que puede pronunciarse no es el nombre eterno. Sin un nombre, es el Principio del Cielo y de la Tierra; con un nombre, es la Madre de todas las cosas. Solo quien está eternamente libre de las pasiones mundanas puede aprehender su esencia espiritual; aquél que está siempre estancado por las pasiones no puede ver más que su forma externa. Estas dos cosas, la espiritual y la material, aunque las llamamos por diferentes nombres, en su origen son una y la misma. Esta igualdad es un misterio —el misterio de los misterios. Es la puerta de toda espiritualidad.
— Los dichos de Lao Tzŭ (traducción de Lionel Giles).

ABRIMOS el volumen I de La Doctrina Secreta de H. P. Blavatsky en la página 13, hacia el segundo párrafo, que dice lo siguiente:

El lector debe tener presente que las Estancias tratan únicamente de la Cosmogonía de nuestro Sistema planetario, y de lo que es visible alrededor suyo después de un Pralaya Solar. Las enseñanzas secretas referentes a la evolución del Kosmos Universal no se pueden dar, pues no serían comprendidas ni aun por las inteligencias superiores de esta época; y al parecer hay muy pocos Iniciados, aun entre los más grandes, a quienes sea permitido especular acerca de este punto. Además, dicen los Maestros terminantemente, que ni siquiera los más elevados Dhyani-Chohans han penetrado jamás los misterios más allá de los límites que separan las miríadas de sistemas solares del Sol Central, así llamado. Por lo tanto, lo que se publica se refiere solamente a nuestro Cosmos visible, después de una “Noche de Brahmâ”.

Escogemos esto como el texto general de nuestro estudio esta noche, ya que parece no sólo apropiado sino también necesario para abrir nuestro estudio de los temas más secretos que trata La Doctrina Secreta, preguntando ¿de qué manera o por qué método obtenemos un entendimiento y una comprensión de estas doctrinas? ¿Nos llegan como enseñanzas dogmáticas, o se derivan, siguiendo la definición que Webster da de la teosofía en su diccionario, de una interna comunión espiritual con “Dios”? Hay algo en la definición de Webster que es verdad. Los teósofos sí creen que el hombre tiene dentro de sí la facultad de aproximarse a las cosas divinas, de levantar al hombre interno para poder obtener así una representación mental más certera de las cosas como son, o de la realidad.
Por otro lado, si todos hicieran esto, sin una guía, enseñanza y conducción apropiados y capaces, la extrema vanidad y la presunción humana, así como muchas otras fuerzas en la economía humana, conducirían inevitablemente hacia una inmensa diversidad de opiniones, enseñanzas y doctrinas, cada hombre creyendo tener, él y sólo él, la verdad, y, por tanto, creyendo también que aquellos que lo siguen a él y predican sus puntos de vista deben formar con él una “iglesia” especial o “secta” propia. Estas palabras en sí serían probablemente evitadas, pero el hecho equivaldría a lo mismo.
Por tanto, encontramos acá el uso, el beneficio, la pertinencia, de las doctrinas teosóficas, para el significado de que estas enseñanzas hallan venido a nosotros desde una antigüedad inmemorial —transmitidas de un Maestro a otro—, y de que originalmente fueran comunicadas a la naciente raza humana, una vez que ésta llegó a ser auto-consciente, por seres de una esfera superior, seres que eran, ellos mismos, de origen divino; y más aún, de que esta comunicación o emanación de sus espirituales y altamente intelectuales seres, en nosotros, nos diera nuestros propios principios superiores. Pues los Maestros nos han dicho que estas doctrinas han sido revisadas o probadas edad tras edad, generación tras generación, por innumerables videntes espirituales, para usar las palabras de H. P. Blavatsky —revisadas en cada aspecto, revisadas en cuanto a los hechos, en cuanto al origen, en cuanto a su operación en la mente humana.
Ahora entonces, las facultades por las que el hombre puede lograr un conocimiento de la verdad, de lo real, pueden ser exhortadas o evocadas en cualquier momento y en cualquier lugar, asumiendo que estén dadas las condiciones adecuadas, para que el alma esforzada pueda así ascender o llegar al interior, y sepa. Algunas veces, en las enseñanzas más simples se encuentran las verdades más divinas. Y ¿por qué? Porque las enseñanzas simples son las fundamentales.
Considérense por un momento, entonces, los siete principios del hombre en su conexión con los siete principios del universo. Los siete principios del hombre son un símil o copia de los siete principios cósmicos. Ellos son en realidad los vástagos de los siete principios cósmicos, limitados en su acción en nosotros por el trabajo de la ley del karma, pero volviendo en su origen al Aquello que está más allá, hacia dentro de lo que es la esencia del universo o lo universal; en, más allá de, dentro de, hacia, lo Inmanifiesto, hacia lo Inmanifestable, hacia ese primer Principio que H. P. Blavatsky enuncia como el pensamiento guía de la sabiduría-filosofía de La Doctrina Secreta.
Estos principios del hombre se estima que son siete en la filosofía por medio de la que la economía humana, espiritual y psíquica nos ha sido explicada en la presente edad. En otras edades estos principios o partes del hombre fueron enumerados de manera distinta —los cristianos los enumeran como cuerpo, alma y espíritu, y no saben la diferencia entre el alma y el espíritu; y muchos dicen que el alma y el espíritu son lo mismo.
Algunos de los pensadores indios dividieron al hombre en una entidad básica cuádruple; otros, en una quíntuple. La filosofía judía, tal como se encuentra en la Qabbālāh, enseña que el hombre se divide en cuatro partes:
1. La más alta y espiritual de todas, aquel principio o parte que para nosotros es sólo un aliento de vida, ellos lo llaman neshāmāh.
2. El segundo principio era llamado rūahh o alma espiritual, escrito algunas veces rūach de acuerdo a otro método de transliteración.
3. El alma astral (o alma vital) era llamada nephesh, el tercero próximo al más bajo, que el hombre tiene en común con los brutos.
4. Luego viene el gūph o vehículo físico, la casa en la que todos estos otros moran.
Sobre todos, y superior a todos, superior al neshāmāh —que no es una emanación de este Más Alto, ni una creación, ni una evolución, sino del cual fue su producción en un sentido que explicaremos luego— está el Inefable, el Ilimitado, llamado Eyn (o Ain) Sōph.
Los términos sánscritos que han sido dados a los siete principios del hombre en la filosofía teosófica son los siguientes, y nos ayudará explicar el significado sánscrito original de ellos, e ilustrar el sentido en el que fueron usadas esas palabras, y por qué fueron escogidas.
1. El primer principio es llamado el sthūla-śarīra. Sthūla significa “tosco”, “grosero”, no refinado, pesado, corpulento, grueso en el sentido de ser voluminoso. Śarīra viene de una raíz que puede ser traducida mejor diciendo que es eso que es “fácilmente disoluble”, “fácilmente gastable”; la idea de ser algo transitorio, espumante, lleno de agujeros, por decirlo así. Nótese el significado oculto en esto: es muy importante.
2. Llamemos al segundo principio el linga-śarīra. Linga es una palabra sánscrita que significa “marca característica”; en consecuencia: modelo, patrón. Forma el modelo o patrón en el que es construido el cuerpo físico, compuesto en su mayoría de porosidad, si se perdona la expresión; lo más irreal que conocemos, lleno de agujeros, espumoso, por decirlo así. Volveremos a este pensamiento más adelante.
3. El tercer principio, comúnmente llamado el principio de vida, es prāna. Ahora bien, esta palabra se usa acá en un sentido general. A propósito, hay cierta cantidad de corrientes de vida, fluidos vitales. Estos tienen varios nombres. Un sistema da el número como tres; otro, como cinco, que es el número comúnmente aceptado; otro, como siete; otro, doce, como es hallado en algunos Upanishads; y un antiguo escritor incluso los da como trece.
4. Luego está el principio kāma; la palabra kāma significa “deseo”. Es la fuerza conductora o impelente en la economía humana; sin color, ni buena ni mala, sólo hasta cuando la mente y el alma dirigen su uso.
5. Luego viene manas; la raíz sánscrita de esta palabra significa “pensar”, “meditar”. “reflexionar” —actividad mental, en concreto.
6. Luego viene buddhi o el alma espiritual, el vehículo o portador del más alto principio de todos, el ātman. Ahora bien, buddhi viene de la raíz sánscrita budh. Esta raíz es comúnmente traducida como “iluminar”, pero una mejor traducción es “despertar”, y, por tanto, “entender”; buddha, el pasado participio de esta raíz, se aplica a aquél que es espiritualmente “despertado”, y ya no vive más una muerte viviente, sino que ha sido despertado a la influencia espiritual del interior o de “arriba”. Buddhi es el principio en nosotros que nos da consciencia espiritual, y es el vehículo de la parte más alta del hombre. La parte más alta es el ātman.
7. Este principio (ātman) es universal; pero durante las encarnaciones sus partes inferiores, si lo podemos expresar así, toman atributos, porque está conectado con el buddhi tal como el buddhi está conectado con el manas, y el manas está conectado al kāma, y así hacia abajo en la escala.
Ātman algunas veces es también usado por el ser universal o espíritu que es llamado en las escrituras sánscritas Brahman (neutro), y el Brahman o espíritu universal es también llamado el Paramātman, un término sánscrito compuesto que significa el “más alto” o más universal ātman. La raíz de ātman es difícilmente conocida. Su origen es incierto, pero el significado general es aquel del “ser”.
Más allá del Brahman está el Parabrahman: para es una palabra sánscrita que significa “más allá de”. Nótese el profundo significado filosófico de esto: no hay intento acá de limitar lo Ilimitable, lo Inefable, por medio de adjetivos; simplemente significa “más allá de Brahman”. En los Vedas sánscritos y en los trabajos que se derivan de allí y que pertenecen al ciclo de la literatura Védica, este más allá de es llamado Aquello, así como este mundo de manifestación es llamado Esto. Otros términos sánscritos expresivos son sat, lo “real”; y asat, lo “irreal” o el universo manifestado; en otro sentido asat significa “no sat” i.e., aun más allá de (más alto que) sat.
Este Parabrahman está íntimamente relacionado con Mūlaprakriti, “naturaleza-raíz”. Su interacción y entremezcla causa la primera conmoción nebulosa, si se permiten estas palabras, de la vida universal cuando el deseo espiritual surgió por primera vez en Eso, en el principio de las cosas. Tal es la vieja enseñanza, empleando por necesidad los viejos tropos antropocéntricos, claramente entendido que sólo son símiles humanos; para las concepciones de los profetas de los tiempos ancestrales, sus enseñanzas, sus doctrinas, tuvieron que ser contadas en lenguaje humano a la mente humana.
Ahora bien, un hombre puede alcanzar el interior yendo “en ascenso” paso a paso, escalando más alto en la medida en que su fuerza espiritual, y poder, se vuelve más grande y más sutil, hasta que sobrepasa sus facultades normales y camina más allá del Anillo-de-no-pasar, como le llama H. P. Blavatsky en su Doctrina Secreta. ¿Dónde está y qué es este Anillo-de-no-pasar? Es, en todo período de la consciencia del hombre, el máximo logro que su espíritu puede alcanzar. Allí se detiene, y ve dentro de lo que está Más Allá —dentro de lo Inmanifestado que es de donde procedemos—. Lo Inmanifestado está en nosotros; es lo más secreto de lo secreto en nuestras almas, en nuestros espíritus, en nuestros seres esenciales. Podemos aproximarnos a él. En realidad no podemos alcanzarlo nunca.
Ahora, ¿dónde está la realidad? ¿Será lo real, será lo verdadero, hallado en estas bajas vestiduras de materialidad? ¿O deberá ser hallado en el estado de ser del que todo procede?
Los antiguos estoicos en su maravillosa filosofía enseñaron, y la misma enseñanza se originaba en la filosofía esotérica de Helena o Grecia —como fue encontrada luego en las enseñanzas neoplatónicas—, que la verdad puede ser conocida; que lo más real, lo más grandioso, debía de hallarse en perspectivas siempre más retiradas en la medida en que el espíritu del hombre luchara internamente y más allá, cayendo velo tras velo a la vez que el “hombre sabio” (su término técnico) avanzara en la evolución de su alma. Creyeron que el universo material era ilusorio precisamente como los hindúes hablan de māyā; y los estoicos entendieron que este universo material aparentemente denso, grosero, pesado, es fenomenalmente irreal, en su mayoría construido de agujeros, por decirlo así —una enseñanza que es repetida ahora en los escritos y pensamientos de los más intuitivos de nuestros científicos.
Los estoicos pensaron que el éter era más denso que el más denso objeto material, más lleno que el más lleno objeto material —usando palabras humanas, claro. Para nosotros, con nuestros ojos humanos, entrenados sólo para ver objetos de ilusión, parece ser el más diáfano, el más fino, el más etéreo—. ¿Qué era la realidad, lo real, detrás de este Todo? ¿El objeto real? Decían ellos que era Dios, la vida de la vida, la verdad de la verdad, la raíz de la materia, la raíz del alma, la raíz del espíritu. Cuando se le preguntaba al estoico: ¿Qué es Dios?, respondía noblemente: ¿Qué no es Dios?
Volviendo ahora a la antigua sabiduría del indostán, a los Upanishads —yendo mucho más allá del tiempo en que las antiguas enseñanzas brahmánicas y las Brahmanas se convirtieron en lo que son ahora, al tiempo cuando los hombres reales pensaban cosas reales—, tomemos del Chhāndogya-Upanishad, principalmente en la sexta lectura, una conversación entre un padre y su hijo. El hijo pregunta:

“Si un hombre que ha dormido en su propia casa, se levanta y va a otra aldea, él sabe que ha venido de su propia casa. ¿Por qué, entonces, la gente no sabe que ha venido del Sat?” [Una palabra sánscrita que significa lo Real, lo Inefable, de la que ya hemos hablado].

Y el padre ilustra al hijo como sigue:

“Estos ríos, hijo mío, corren, el del este hacia el este, el del oeste hacia el oeste. Van de mar en mar. De hecho, se vuelven mar. Y mientras aquellos ríos, cuando están en el mar, no saben, yo soy este o aquel río, de la misma manera, hijo mío, todas estas criaturas, cuando han venido de la Verdad [esto es, lo Real] no saben que han venido de la Verdad [a causa del māyā]. Lo que estas criaturas sean acá, ya sea un león, o un lobo, o un cerdo, o un gusano, o una mosca, o un jején, o un mosquito, eso llegan a ser ellos una y otra vez”.

Ahora escuchen:

“Aquello que es esa esencia sutil, en todo lo que existe tiene su ser. Es la Verdad. Es el Ser, y tú, O Śvetaketu, eres eso”. “Por favor, Señor, infórmame aún más”, dijo el hijo. “Así sea, mi niño”, respondió el padre.

Ahora, el hijo se supone que pregunta, “¿Cómo es que los seres vivientes, cuando están dormidos o muertos y son sumergidos de nuevo en el Sat, no son destruidos? Olas, espuma y burbujas se elevan del agua, y cuando se sumergen de nuevo en el agua, desaparecen”.

“Si alguien golpeara la raíz de este árbol grande que está acá”, dijo el padre, “él sangraría, pero viviría. Si golpeara su tallo, sangraría, pero viviría. Si golpeara su copa, sangraría, pero viviría. Impregnado por su Ser viviente ese árbol se mantiene firme, bebiendo su alimento y regocijado;
“Pero si la vida (el Ser viviente) abandona una de sus ramas, esa rama se marchita; si abandona una segunda, esa rama se marchita; si abandona una tercera, esa rama se marchita. Si abandona todo el árbol, todo el árbol se marchita. Exactamente de la misma manera, hijo mío, conoce esto”. De este modo habló:
“Este (cuerpo) realmente se marchita y muere cuando el Ser viviente lo ha dejado; el Ser viviente no muere. Aquello que es esa esencia sutil, en eso todo lo que existe tiene su ser. Es la Verdad. Es el Ser, y tú, O Śvetaketu, eres eso”.
“Por favor, Señor, infórmame aún más”, dijo el hijo. “Así sea, mi niño”, respondió el padre.
“Tráeme de ahí un fruto del árbol Nyagrodha”. “Acá está uno, Señor”. “Rómpelo”. “Está roto, Señor”. “¿Qué ves ahí?” “Estas semillas, casi infinitesimales”. “Rompe una de ellas”. “Está rota, Señor”. “¿Qué ves ahí? “Nada, Señor”.
El padre dijo: “Hijo mío, esa sutil esencia que no percibes ahí, de esa misma esencia este gran árbol Nyagrodha existe. Créelo, hijo mío. Aquello que es la esencia sutil, en eso todo lo que existe tiene su ser. Es la Verdad. Es el Ser, y tú, O Śvetaketu, eres eso”. “Por favor, Señor, infórmame aún más”, dijo el hijo. “Así sea, mi niño”, respondió el padre.
“Coloca esta sal en el agua, y luego espera por mí en la mañana”. El hijo hizo como le fue ordenado. El padre le dijo a él: “Tráeme la sal que colocaste en el agua anoche”. Habiéndola buscado el hijo, no la encontró, pues, claro, se había disuelto. El padre dijo: “Prueba de la superficie del agua. ¿Cómo está?” El hijo respondió: “Está salada”. “Prueba del medio. ¿Cómo está?”. El hijo respondió: “Está salada”. “Prueba del fondo. ¿Cómo está?” El hijo respondió: “Está salada”. El padre dijo: “Tírala y luego atiéndeme”. Él lo hizo; pero la sal existe para siempre. Entonces el padre dijo: “Acá también, en este cuerpo, ciertamente, tú no percibes la Verdad (Sat), hijo mío; pero, realmente, ahí está.
“Aquello que es la esencia sutil [eso es, la salinidad de la sal], en eso todo lo que existe tiene su ser. Es la Verdad. Es el Ser, y tú, O Śvetaketu, eres eso”. “Por favor, Señor, infórmame aún más”, dijo el hijo. “Así sea, mi niño”, respondió el padre.
—6, 10-13 (traducción de Max Müller).

Cambiemos a otra parte de este Upanishad, a la octava lectura. Y leemos como sigue: “harih, Om”. Hari es el nombre de varias deidades —de Śiva y Vishnu— pero aquí, al parecer, se usa para Śiva, que es principalmente el protector divino del ocultista místico. Om es una palabra considerada muy sagrada en la literatura brahmánica. Es una sílaba de invocación, y su uso general —como se dilucida en la literatura que trata de ella, que es más bien voluminosa pues esta palabra Om ha alcanzado casi la divinidad— es que nunca debe ser pronunciada en voz alta, o en la presencia de un desconocido, un extranjero, o un no iniciado, sino que debe ser pronunciada en el silencio de nuestros corazones. También tenemos razones para creer, no obstante, que fue pronunciada, y pronunciada en voz alta en un monocorde por los discípulos en la presencia de sus maestros. Esta palabra se coloca en el inicio de cualquier escritura sagrada que se considere de inusual santidad.
La enseñanza indica que al prolongar la pronunciación de esta palabra, tanto de la O como de la M, con la boca cerrada, resuena dentro y suscita vibración en el cráneo, y afecta, si las aspiraciones son puras, los diferentes centros nerviosos del cuerpo para gran beneficio.
Las Brahmanas dicen que es algo impío pronunciar esta palabra en cualquier lugar que sea impío. Ahora leo:

Existe esta ciudad de Brahman [esto es, el corazón y el cuerpo], y en ella, el palacio, el pequeño loto (del corazón), y en él, aquel pequeño éter.

La palabra sánscrita que Müller, el traductor, no ha proporcionado acá para “pequeño éter”, indudablemente porque no sabía cómo traducirla, es antarākāśa, una palabra sánscrita compuesta que significa “dentro del ākāśa”. Leo de nuevo:

Ahora, lo que existe dentro de ese pequeño éter, eso debe ser buscado, eso debe ser entendido. Y si le dicen a él: “Ahora con respecto a esa ciudad de Brahman, y al palacio en ella, i. e. el pequeño loto del corazón, y al pequeño éter dentro del corazón, ¿qué hay allí dentro de él que merezca ser buscado, o que deba ser entendido?”
Entonces él debe decir: “Tan grande como es este éter (todo el espacio), tanto así de grande es ese éter dentro del corazón. Tanto el cielo como la tierra están contenidos dentro de él, el fuego y el aire, el sol y la luna, el relámpago y las estrellas; y lo que sea que haya de él (el Ser) acá en el mundo, y lo que sea que no (i. e. todo lo que haya sido o lo que será), todo eso está contenido dentro de él”.
Y si le dicen a él: “Si todo lo que existe está contenido en esa ciudad de Brahman, todos los seres y todos los deseos (todos los que puedan ser imaginados o deseados), entonces, ¿qué queda de él, cuando la vejez lo alcanza y lo dispersa, o cuando se deteriora?”
Entonces él debe decir: “Por la vejez del cuerpo, aquello (el éter, o Brahman dentro de él) no envejece; por la muerte del cuerpo, aquello (el éter, o Brahman dentro de él) no es matado. Aquello (el Brahman) es la verdadera ciudad-Brahma (no el cuerpo). En él todos los deseos [toda la verdad] están contenidos. Es el Ser, libre de pecado, libre de vejez, de muerte y aflicción, de hambre y sed, que no desea nada sino lo que debe desear, y no imagina nada sino lo que debe imaginar. Ahora, así como acá en la tierra la gente sigue como se les ordena, y depende del objeto del cual están apegados, ya sea un país o un pedazo de tierra,
“Y así como acá en la tierra, todo lo que ha sido adquirido por esfuerzo, perece, así perece todo lo que es adquirido para el próximo mundo por sacrificio y otras buenas acciones realizadas en la tierra. Quienes parten, por tanto, sin haber descubierto el Ser y esos deseos verdaderos, para ellos no hay libertad en todos los mundos. Pero aquellos que parten después de haber descubierto el Ser y esos deseos verdaderos, para ellos hay libertad en todos los mundos”.
— Ibid., 8,1
DE: Fundamentos de la Filosofía Esotérica
G. de Purucker

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viernes, diciembre 22, 2006

FUNDAMENTOS DE LA FILOSOFÍA ESOTÉRICA

UNO
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LAS TRES PROPOSICIONES FUNDAMENTALES. EL SER: VÍNCULO MÁS ÍNTIMO DEL HOMBRE CON EL INDECIBLE. LA FILOSOFÍA ESOTÉRICA: ENSEÑADA EN TODAS LAS RELIGIONES ANCESTRALES

I

…ni la Hueste colectiva (el Demiurgo), ni individualmente ninguno de los Poderes que actúan, son temas a propósito para el culto u honores divinos. Todos tienen derecho, sin embargo, a la reverencia agradecida de la Humanidad; y el hombre debe esforzarse siempre en favorecer la evolución divina de las Ideas, convirtiéndose, en todo lo que pueda, en cooperador de la Naturaleza, en su trabajo cíclico. Sólo el siempre ignorado e incognoscible Karana, la Causa sin Causa de todas las causas, es quien debe poseer su tabernáculo y su altar en el recinto santo y jamás hollado de nuestro corazón; invisible, intangible, no mencionado, salvo por “la voz tranquila y queda” de nuestra conciencia espiritual. Quienes le rinden culto, deben hacerlo en el silencio y en la soledad santificada de sus Almas; haciendo a su Espíritu único mediador entre ellos y el Espíritu Universal, siendo sus buenas acciones los únicos sacerdotes, y sus intenciones pecaminosas las únicas víctimas visibles y objetivas sacrificadas a la Presencia.
H. P. Blavatsky, La Doctrina Secreta, I, 280

DEBEMOS todos sentirnos profunda y agradecidamente conscientes de la ocasión que acá se nos da para abordar las corrientes de pensamiento de las doctrinas que desde tiempos inmemoriales han iluminado el intelecto de nuestros compañeros de estudio, ha dado coraje para fortalecer los corazones bajo persecución, y ha dirigido las fuerzas del mundo a lo largo de las líneas que el hombre estima más: las de la religión y principios éticos que gobiernan la conducta humana.
De manera personal estoy profundamente consciente de la responsabilidad que Katherine Tingley ha puesto sobre mí, para que pueda expresar palabras que deberán ser simples, condensadas, claras y útiles. Sus instrucciones son: tomar la obra maestra literaria de la vida de Helena Petrovna Blavatsky, su Doctrina Secreta, y de principio a fin de ésta tratar, de ser posible, cada doctrina fundamental ahí contenida, y hacer una relación e interpretación tal de sus enseñanzas que todas las mentes puedan entender y que sea útil a los miembros de la Escuela tanto acá como en el resto del mundo.
Es un propósito muy grande: grande en alcance, grande en posibilidades. Emprendo la tarea que se me ha dado con sumo respeto, con mi corazón lleno de reverencia por estas venerables doctrinas, las cuales desde tiempos tan lejanos que “no habiendo sido la mente del hombre contraria” a ellas, han proveído al mundo con sus religiones, sus filosofías, sus ciencias, sus artes, sus éticas y, por tanto, sus gobiernos.
La Doctrina Secreta tiene un nombre muy certero. Es la enseñanza que en todos los tiempos se ha mantenido secreta y esotérica. Puede probarse que las religiones mundiales del pasado y del presente han dimanado de ella; y con más facilidad, las grandes filosofías religiosas de la Península India. Las enseñanzas de la América pre-hispánica, de Europa en los llamados tiempos paganos; las leyendas, los mitos, los cuentos de hadas de todos los países del mundo, que pueden ser ejemplificados por las enseñanzas halladas en los Eddas escandinavos y en las Épicas anglo-sajonas —estas grandes obras que tanta gente piensa que son sólo sagas o historias—, emanan, en su origen, de la sabiduría secreta que H. P. Blavatsky ha corporeizado y esbozado en su obra maestra.
Es importante recordar estas cosas. La mente humana nunca ha producido en ninguna parte del mundo meras declaraciones religiosas disparatadas y sin base, infundadas o simplemente míticas. La Religión, como todo lo demás, comienza con ideas y termina con dogmas y mitos. En todos los dogmas puede hallarse el germen de la raíz esotérica del cual emanaron. En la religión cristiana —cuyos dogmas han sido hechos por el hombre y han sido bautizados como hechos por Dios— sus dogmas también están fundados en gran medida sobre las antiguas enseñanzas paganas, y por tanto, finalmente, sobre verdades esotéricas encarnadas en esta vasta colección de enseñanzas que H. P. Blavatsky ha llamado La Doctrina Secreta. En ésta, ella ha intentado recuperar sólo en esbozo, raramente en detalle, algunos principios fundamentales de esta doctrina arcaica, la misma en todo el mundo, la misma en todos los tiempos; interpretada de distinta forma por varios hombres en varias naciones.
H. P. Blavatsky abre su trabajo enunciando tres proposiciones fundamentales, tres hechos básicos. Me parece que un correcto entendimiento de estos postulados eliminará los muchos malentendidos que existen ahora entre los hombres respecto a las verdades básicas en lo que a pensamiento religioso se refiere. Ellos unifican, nunca separan.
El primero es la enunciación, por parte de ella, de un Principio inescrutable; el segundo postulado en el proemio de La Doctrina Secreta es que el universo es el terreno de juego, por decirlo así, el campo, la arena, la escena, de una incesante, eterna, nunca interrumpida periodicidad: es decir, movimiento cíclico, la manifestación de la vida eterna en la cíclica aparición y desaparición de mundos —estrellas, planetas y otros cuerpos celestiales en el contenedor cósmico que el hombre tan vaga e imprecisamente llama espacio—. Nos dice ella, dando voz a las enseñanzas de la sabiduría antigua, que estos mundos vienen y van como chispas, místicamente llamadas las “chispas de la eternidad”. El ciclo de vida de cada uno de los cuerpos más grandes es, por necesidad, de inmensa duración; y cuando hablamos de tiempo, el entendimiento humano demanda que tengamos alguna medida por la cual podamos entender lo que queremos decir por tiempo, y de común acuerdo, el período de una revolución de la tierra alrededor del sol, al que llamamos un año, se ha tomado como medida arbitraria.
El tercer postulado —de ningún modo el último en importancia, y el que es más fácil de entender para nosotros quizá esté más impregnado con la verdad— es que el universo y todo en él es un inmenso, eterno organismo. Debemos tener cuidado acá de no caer en la doctrina llamada monismo que enseña, en resumen, que todo en el universo se deriva en última instancia de una causa material. De igual forma debemos evitar caer en la doctrina errónea del monoteísmo, o la enseñanza de que el universo y todo en él son la creación, por mandato y capricho, de un Dios personal infinito y eterno. La primera doctrina es simplemente materialismo; la última, casi igualmente materialista.
La tercera proposición fundamental nos dice no sólo que el universo es uno con todo lo que está en él, sino más particularmente que el ser del hombre —su cuerpo, sus cuerpos; su alma, sus almas; y su espíritu— no es sino la progenie, el fruto de fuerzas. Acá nos encontramos con una de las enseñanzas más necesarias de comprender para nosotros en el magnífico recorrido por la filosofía teosófica, la de las jerarquías; es decir, que el kosmos, el universo, siendo un organismo, está, no obstante, formado por peldaños o gradaciones de seres, consciencias o intelectos, de todo tipo, en los que la vida del universo se manifiesta, y que éstos están interrelacionados, correlacionados y coordinados, y trabajan juntos, en una unidad, hacia un objetivo y un fin común.
Vemos por tanto que no somos sólo hijos de la tierra, seres como mariposas, nacidos de un día; sino en verdad chispas del corazón del ser, del fuego central de la vida universal. Si podemos sentir esta maravillosa verdad en nuestros corazones, y si podemos trasladar ese sentir a nuestras vidas diarias, ninguna fuerza será más grande para gobernar nuestra conducta que ésta, y nada podrá moldear mejor nuestros destinos o ponernos sobre un sendero de logros y de servicio más noble.
Al darnos cuenta de que somos una unidad con todo lo que es; que la hermandad universal es un hecho del ser, enraizado en el propio corazón de las cosas, ineludible, inevitable; y que nuestros actos y pensamientos accionan y reaccionan con inevitable consecuencia en todo lo que pensamos y hacemos —no sólo sobre nosotros, los pensadores y actores, sino en todos los seres en todos lados— ¡cuán diferente pueden ser las vidas de los hombres! Acá, más que en las primeras dos proposiciones fundamentales, sí encontramos las verdaderas bases religiosas, científicas y filosóficas de la moral. Ningún hombre puede trabajar en sí mismo sin, a la vez y de forma inevitable e inviolable, trabajar en los otros. Lo que él hace afecta a otros. Estas enseñanzas son realidades, cosas reales.
Conozcámoslas, démonos cuenta de que cada pensamiento es un asunto que acontecerá como una acción ahora o en un día posterior; que la acumulación de pensamientos a lo largo de una línea producirá su respectivo efecto o efectos; que en la cadena del ser una cosa conduce a otra, y que nuestra responsabilidad moral y física es precisamente algo de lo que no podemos nunca escapar. Cuando el hombre se da cuenta de que es responsable y de que inevitablemente se le llamará para que rinda cuentas, y de que en todo momento la abnegación de motivos, o amor divino y compasión, deben dirigir sus actos, entonces tendremos todo el derecho de esperar una humanidad regenerada.

II

Al resumir nuestra charla de la semana pasada, en la cual consideramos los tres postulados fundamentales de la filosofía esotérica que H. P. Blavatsky esbozó en las primeras páginas de La Doctrina Secreta, debemos recordar que estamos tratando con temas tan abstractos, tan abstrusos, que intentar una simplificación de ellos es una tarea importunada por muchas dificultades, sitiada, como está, por las fuerzas de los prejuicios, y que además demanda el uso de ciertas palabras para que todas las mentes entiendan al menos el pensamiento central encarnado en nuestras charlas.
Respecto a esta cuestión de las palabras, ninguna ciencia o filosofía, ningún pensamiento religioso, puede intentar darse a entender al mundo sin tener su propio y completo vocabulario técnico; de otra manera se enfrenta a la mala interpretación, al malentendido, a la frecuente oposición innecesaria. Por esta razón han sido usadas ciertas palabras, en gran parte sacadas de las religiones orientales, porque sólo allí, respecto a las religiones que todavía viven, encontramos los pensamientos y el tratamiento propios de ellas, que también existen en la sabiduría antigua, ahora llamada teosofía. Sin embargo, apenas uno de estos términos ha sido propiamente interpretado o entendido, precisamente porque son en su mayor parte palabras sánscritas — no sólo palabras de ese lenguaje, sino palabras que también han recibido color, significado y aplicación en religiones que todavía las usan—. Incluso los términos ingleses tienen significados que varían de acuerdo a los lugares en los que los encontramos. Por tanto, como se ha dicho antes, será necesario en el estudio de La Doctrina Secreta establecer el significado con el cual estas palabras se usan —un significado filosófico, un significado religioso, y un significado corriente de la vida diaria—. Pero primero sería bueno citar de H. P. Blavatsky el párrafo del final de la página 13, que precede al tratamiento que ella hace de estas proposiciones fundamentales:

Antes que el lector pase a considerar las Estancias del Libro de Dzyan, que constituyen la base de la presente obra, es absolutamente necesario que conozca los pocos conceptos fundamentales que sirven de asiento, y que compenetran todo el sistema a que su atención va a ser dirigida. Estas ideas fundamentales son pocas en número, pero de su clara percepción depende la inteligencia de todo lo que sigue; por lo tanto, no precisa disculpas el pedir al lector que primero se familiarice con ellas, antes de comenzar la lectura de la obra.

A estas tres proposiciones puede llamárselas una sinopsis del entero sistema de filosofía esotérica. Son un resumen del razonamiento religioso y filosófico del alma humana, que viene de tiempos que se pierden en una desconocida antigüedad. Necesariamente, por tanto, son muy difíciles de entender, y en algunos de sus alcances no pueden ser entendidos en su totalidad por la mente humana. Por ejemplo, aunque no podemos decir, con referencia a esta primera proposición, lo que es este Principio, no obstante, podemos hablar de él, discutir en torno a él, decir lo que no es, como la misma H. P. Blavatsky hace cuando, luego de decir que en las palabras del Upanishad es “inconcebible e inefable”, procede a hablar de él y a ofrecer la enseñanza antigua sobre él, tal como fue entendido por las grandes mentes de los viejos tiempos.
Ella expresa la primera proposición como sigue:

Un PRINCIPIO Omnipotente, Eterno, Sin Límites e Inmutable, sobre el cual toda especulación es imposible, porque trasciende el poder de la concepción humana, y sólo podría ser empequeñecido por cualquier expresión o comparación de la humana inteligencia. Está fuera del alcance del pensamiento — según las palabras del Mandukya [Upanishad], es “inconcebible e inefable”.

¿Qué queremos decir por principio, como palabra? Tiene muchos significados: puede significar una regla de conducta; puede ser usado en el sentido de causa; o, en su significado etimológico, como origen. La palabra prince procede de la misma raíz latina, y significa la cabeza de los hombres, de su estado, el origen de la justicia, la fundación de la ley y del orden.
Ahora, ¿qué quiere decir H. P. Blavatsky al escoger la palabra principio? ¿Debemos entender que la palabra es usada en el sentido de una pura abstracción, como cuando uno dice seis o largo? ¿Seis qué? ¿O qué es lo que es largo? Palabras así usadas son puras abstracciones; no tienen aplicación ni significado a menos que se relacionen con algún objeto. En otras palabras, no significan nada en especial; y por tanto, si elegimos entender el uso que hace H. P. Blavatsky de esta palabra principio, en el sentido de una pura abstracción sin aplicación a ningún sujeto, pensamiento o cosa, entonces tenemos que concluir que el Principio del cual ella habla es puro vacío — no ninguna cosa, sino nada en el sentido ordinario—. Sin embargo, cuando ella habla de un Principio, usa la palabra con un propósito y un significado; en consecuencia, Principio no significa vacío. No obstante no podemos llamar a este Todo, a este Misterio, a este Espacio —que son otras palabras que ella le da— por el nombre de cualquier cosa. Por otro lado, no es un ser, no es una entidad, no es nada limitado, no importa cuán grande o cuán aparentemente ilimitado sea.
Para entender adecuadamente por qué y cómo usaban palabras como ésta los pensadores antiguos, introducimos acá una llave para la sabiduría antigua, y es ésta: el pensamiento de los tiempos ancestrales en el mundo entero era antropocéntrico, no como se define en los diccionarios ahora, significando que el hombre es el más alto logro de la creación en el ordinario sentido cristiano, o que el universo gira alrededor del hombre como si fuera éste la cosa más importante de la creación. Este sentido es, por su uso, permisible, pero no es el sentido en el cual la palabra se usa cuando aplicamos esta clave antigua. Acá está el significado, difícil de entender, pero muy importante para la interpretación adecuada de la sabiduría expuesta en La Doctrina Secreta. Un hombre piensa. Él piensa con sus propios pensamientos a partir de lo que en él hay. Él no puede pensar dentro de la mente de otro hombre. Por fuerza, por las necesidades de su propio ser, sus pensamientos siguen el molde o las inclinaciones de su propia naturaleza: manan de él, como de una fuente, y esto, aplicado al pensamiento religioso y filosófico de los antiguos, es el significado de la palabra antropocéntrico, tal como la usaremos.
La palabra viene del griego, anthropos. “hombre” en el sentido general, como la palabra alemana Mensch, no hombre en el sentido individual. Esto significa que los antiguos consideraron su filosofía religiosa y sus sistemas filosóficos como emanando desde dentro del hombre mismo, por tanto, eran antropocéntricos. Similar a esto era su tratamiento de los fenómenos de la naturaleza, que estaba basado en el hecho fenomenal de que la tierra era el aparente centro del sistema solar. También lo es cualquier planeta. Tenemos remanentes de este sistema en nuestros propios idiomas ahora, cuando hablamos de la “salida” y de la “puesta” del sol, etc.
Ahora bien, entonces, tratando a la sabiduría antigua a partir de la posición antropocéntrica, los pensadores ancestrales se dieron cuenta de que para compartir los pensamientos que manaban dentro de ellos tenían que usar el lenguaje humano, los símiles humanos, las metáforas humanas. Sólo de esta manera podrían ellos recibir algún grado de la consideración atenta que, como maestros de esta sabiduría antigua, ellos merecían. Por tanto, hallamos la aplicación de la idea antropocéntrica a esta palabra principio: una palabra que puede ser usada tanto como una abstracción como en un sentido material concreto.
Obviamente H. P. Blavatsky no uso principio en un sentido material. ¿Qué quiso entonces transmitir? Que este Principio que está fuera del alcance del pensamiento humano tiene que ser todo lo que sobrepasa el entendimiento humano y al cual, por esa razón, sólo podemos llamar el Todo, una palabra que simplemente expresa nuestra ignorancia, es verdad; pero que también expresa el hecho de que este inefable Principio es Todo. De eso manamos finalmente, hacia eso estamos viajando a través de los eones de tiempo ilimitable. Primordialmente todos los pensamientos vienen de él, pero no por un mandato de una mente pensante, por más grande que ésta sea. La filosofía antigua nos dice que podemos comparar los primeros indicios del ser en este Todo, con el germen de vida en un huevo. ¡Qué maravilloso es que una cosa, cuando es analizada químicamente, consista en sólo unos cuantos elementos de materia, y que, sin embargo, si no es molestada o destruida, bajo condiciones propicias, dé a luz un ser vivo!
Son muchas las religiones que han tratado este Principio de varias maneras. Tomemos primero la hebrea para ilustrar esta afirmación, porque de ella emanan, en gran medida, las doctrinas cristianas. Puesto que muchos de nosotros hemos nacido en países cristianos, estamos más familiarizados con las doctrinas propias de esta iglesia, y esto, quizá, es suficiente excusa para escogerla como nuestro primer ejemplo. “En el comienzo”, es decir, “En el Principio”, y así ha sido traducido en la versión griega de los Setenta, “Dios hizo al mundo y el mundo estaba vacuo y sin forma, y el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas”. Ahora bien, esto es algo maravilloso. El pensamiento en esas líneas de ninguna manera está filosóficamente expresado de forma correcta, pero sí contiene la enseñanza esotérica tal como está en La Doctrina Secreta: “En el comienzo” —“En el Principio”— “En el Todo”. La siguiente declaración es que “Dios” (el hebreo original es Elohīm) hizo la tierra y la tierra estaba sin forma y vacua. ¿Qué significa vacua? Permítanme recordarles que aquí la palabra significa más que “vacío”; significa más propiamente, en esta aplicación, intangible, inmaterial, o como diríamos nosotros, un mundo astral, un mundo espiritual, incluso.
“Y el espíritu de Elohīm se movía sobre las aguas”. ¿Cuáles aguas? ¿Dónde estaban las aguas sobre las que “Elohīm” o los “Dioses” se movían? ¿Por qué tendrían ellos que moverse sobre las “aguas”? Agua es un término usado en las religiones antiguas para significar espacio, las aguas del espacio. Tenemos acá un tratamiento de un mundo inmaterial, procreado a partir del Todo por poderes, por dioses, si lo prefieren —la palabra no importa—, y del espíritu, la fuerza de estos seres, moviéndose sobre o dentro de este globo o mundo intangible e inmaterial.
Al volvernos hacia el más lejano oriente y tomar las enseñanzas sánscritas como fueron expresadas en los Vedas —las más antiguas y más altamente veneradas obras religiosas y filosóficas del indostán— encontramos en la traducción de Colebrooke lo siguiente:

Ni Algo ni Nada existía;…

Piensen en el pensamiento que hay en esto. Ni alguna cosa ni ninguna cosa existía.

… Allá el cielo brillante
No era, ni arriba el vasto techo extendido del firmamento
¿Qué cubría todo? ¿Qué abrigaba? ¿Qué ocultaba?
¿Eran los insondables abismos del agua?

De nuevo la referencia a las aguas del espacio.

No había muerte —sin embargo, no había nada inmortal,
No había confines entre el día y la noche;
El Único respiraba sin aliento por sí mismo,
Desde entonces no ha sido nada aparte de Eso.
Oscuridad había, y todo al principio estaba velado
En profundas tinieblas —un océano sin luz—
La simiente que yace aún cubierta en la vaina
Hace brotar, una naturaleza, del calor ferviente.

Nótese el maravilloso intento de traducir al lenguaje humano ordinario, a figuras comunes del habla, no obstante hermosas, los pensamientos cuya sutileza y profundidad la mente humana puede buscar alcanzar, intentar coger, tratar de obtener, y aún así fallar por mucho. Y a pesar de ello, percibimos, sentimos, como por una consciencia interna, la existencia, la realidad, la actualidad, de eso que sabemos que es y que fallamos en decir.
Acá tenemos una declaración de que “ninguna cosa” era y “no ninguna cosa” era. A esto, en razón de nuestro entendimiento antropocéntrico, no podemos darle nombre humano; a pesar de lo cual, como la mente trabaja por analogías, el Veda nos dice que el germen de vida surgió en Eso tal como Eso era entonces. Así es Eso ahora, nada menos, nada se ha perdido, nada se ha añadido; siempre lo mismo hasta donde podemos ver, y sin embargo, siempre cambiante. La inmovilidad completa es la muerte. En Eso la muerte no existe. El Movimiento, tal como lo entendemos, es vida, más sin embargo, en Eso, semejante vida en realidad no existe. Eso ni está, en realidad, en movimiento ni estático. A todo cuanto podemos comparar a este Eso, siguiendo la regla antropocéntrica, es al espacio absoluto, que contiene al movimiento sin fin tal como nosotros lo entendemos, en la infinidad, en la eternidad; y todas éstas no son más que palabras, una confesión abierta de la inhabilidad de la mente humana para alcanzarlo. Y sin embargo, cuán noble, cuán digna, es una declaración, respecto a las grandiosas fuerzas del espíritu humano que puede intentar alcanzar, e incluso obtener, algunas insinuaciones de lo indecible.
En la página dos del primer volumen de su obra, H. P. Blavatsky dice: “Es la VIDA UNA, eterna, invisible, aunque omnipresente; sin principio ni fin, aunque periódica en sus manifestaciones regulares,…”
¿Es posible concebir interiormente la inmensidad de este Todo espacial y de nuestro kosmos, de nuestro universo, como pendiendo de Eso por un hilo de espíritu —nuestro universo, no sólo nuestra pequeña mota de polvo, sino el universo comprendido dentro de la zona rodeada por la Vía Láctea— y los incontables otros universos colgando de Eso? Así, cuando leemos “Periódica en sus manifestaciones regulares”, inevitablemente seguimos la antropocéntrica ley de nuestro ser y razón como hombres.
El Todo mismo nunca se manifiesta; Es el Inmanifestado; pero a pesar de ello es cierto que de Eso procede la manifestación. ¿A qué podemos comparar el Eso entonces? ¿Cuáles fueron la imágenes, las metáforas, por las que los antiguos explicaron lo manifiesto procedente de lo inmanifestado —lo material procedente de lo inmaterial, la vida de la no-vida, la personalidad de la no-personalidad, el ser, la entidad, del no ser y de la no-entidad? Acá está una imagen: el principio del mundo es el sol. El sol envía innumerables rayos de luz; podemos asumir que el envío es eterno y en todas las direcciones; y que los rayos de luz son parte de eso que los envía. De este modo comparaban los antiguos al sol con este Todo. El sol mismo en su filosofía no era más que la manifestación material, en este plano, de una serie jerárquica que tenía sus raíces enredadas en algo todavía más grande que ella misma, etc. ¿Cómo describieron ellos este Principio, este Inefable, en los Vedas? El Silencio y la Oscuridad envolvieron al pensamiento y simplemente le llamaron Tat; la traducción al inglés es “that” [aquello] —ni siquiera “Dios”, ni siquiera “El Resplandeciente”; no fue limitado por adjetivo alguno, simplemente Aquello.
Otra imagen era el Árbol del Mundo, incluso más universal que la del sol, hallada en las escrituras hindúes, en los símbolos de los antiguos mayas americanos, incas y toltecas, hallada también en la antigua Europa y preservada hasta nuestros días en los Eddas escandinavos. El Árbol del Mundo, ¿cómo es imaginado? Fue representado como creciendo de arriba hacia abajo, con sus raíces enraizadas en Aquello, y su tronco, sus múltiples ramas, y sus ramitas, y sus hojas, y sus flores, estirándose hacia abajo en todas direcciones y representando la vida manifestadora y manifestada, las cosas incalculables hacia donde este río cósmico, este flujo espiritual de seres, corre.
Supóngase una punta al final de la más baja y postrera rama, la punta de una hoja: esa punta saca su vida de la hoja; la hoja, de una ramita; la ramita, de la rama; la rama, de una rama más larga; la rama más larga, de una todavía más larga; ésta, del tronco; el tronco, de la raíz; la raíz… ¿Por qué seguir más? Podemos seguir indefinidamente. Pero los antiguos, con su profunda fe religiosa, simplemente dijeron Aquello cuando se referían a lo que trasciende el poder humano de la concepción. De este modo, cuando H. P. B. dice acá, “aunque periódica en sus manifestaciones regulares”, así debemos entenderlo. Es su propia enseñanza que Aquello nunca se manifiesta, pero que de Aquello emana la vida. “Entre cuyos períodos se extiende el oscuro misterio del no-Ser”. ¿Qué es este estado? ¿Es la oscuridad per se? ¿Es un misterio indescifrable? ¿Es la nada? ¿Qué derecho tenemos nosotros de pensar eso, o de concebirlo? Éstas son palabras usadas antropocéntricamente por necesidad, siguiendo la norma antigua, sabiendo que el hombre no puede usar términos entendibles para él mismo y para sus compañeros excepto aquéllos que siguen las leyes psicológicas de su propio ser. Por tanto, y seguimos citando:

…entre cuyos períodos reina el oscuro misterio del [para nosotros] No-Ser; inconsciente [para nosotros] y sin embargo, Conciencia absoluta; incomprensible [para nosotros], y sin embargo, la única Realidad existente por sí misma; en verdad “un Caos para los sentidos, un Kosmos para la razón”. Su atributo único y absoluto, que es Ello mismo, Movimiento eterno e incesante [para nosotros], es llamado en lenguaje esotérico el “Gran Aliento”, que es el movimiento perpetuo del Universo, en el sentido de ESPACIO sin límites y siempre presente.


III

En nuestras últimas dos reuniones estudiamos los tres postulados fundamentales que se encuentran en La Doctrina Secreta de H. P. Blavatsky. En ellos se nos enseña que existe en el hombre un vínculo con lo Indecible, un cordón, una comunicación, que se extiende desde Eso hacia la conciencia interna; y ese vínculo —ésa es la enseñanza tal como ha descendido a nosotros— es el mismo corazón del ser. Surge en ese Principio súper-sensorial. Ese indecible Misterio el cual H. P. Blavatsky define en la primera proposición fundamental como por encima de la mente humana. Volviéndonos uno con ese vínculo, podemos trascender los poderes del intelecto humano ordinario, y alcanzar (aun si fuera esforzándonos, hacia arriba, hacia) ese Inefable, que es, lo sabemos —aunque está más allá del poder humano expresarlo en palabras, o más allá del pensamiento humano— el secreto de lo secreto, la vida de la vida, la verdad de la verdad, el TODO.
Acá tenemos la idea, me parece, que las palabras de Katherine Tingley ilustran tan bien a este respecto. Me impresionaron por su belleza y sugestiva profundidad. Dice ella:

Pensar sobre lo impensable es una maravillosa y espiritualizadora fuerza; uno no puede pensar al respecto sin una disposición ya sea a pensar más o a sentir más, sin abrir la conciencia interna del hombre. Y cuando se despierta la conciencia interna, el alma se encuentra más cerca de las leyes infinitas, más cerca de AQUELLO, o el Gran Centro que ninguna palabra puede expresar.

Esforzándonos hacia este interior, hacia el Interno, podemos lograr alguna concepción, si no el entendimiento, del Principio infinito de todo lo que es. A partir de Eso, en el curso de la duración sin fin, al final del gran pralaya universal o cósmico, emanan a la manifestación los orígenes de las cosas. Estos orígenes devienen en las formas de vida y seres descritos en la segunda y tercera proposiciones fundamentales.
El vínculo interno con el Indecible fue llamado en la antigua India con el término Ser, que ha sido a menudo mal traducido como “alma”. La palabra sánscrita es ātman, y en psicología se aplica a la entidad humana. El extremo superior del vínculo, por así decirlo, fue llamado paramātman o el “Ser Supremo”, el ser permanente; palabras que describen nítida y claramente, a aquéllos que han estudiado esta filosofía maravillosa, algo de la naturaleza y esencia de eso que es el hombre, y la fuente desde la que, en esa duración sin principio y sin fin, él emanó. Hijo de la tierra e hijo del cielo, contiene a ambos en él.
Pasamos ahora de considerar la primera proposición, a la segunda y a la tercera. Y para que podamos entender qué queremos decir cuando usamos ciertas palabras, será útil ilustrar nuestros usos de tales palabras. Tomemos el notablemente bien traducido libro titulado El Canto Celestial, obra de Sir Edwin Arnold. Es una traducción al verso inglés del Bhagavad-Gītā. Ésta obra es un episodio o un interludio que se encuentra en el sexto libro del Mahābārata, la más grande de las dos grandes épicas hindúes; y en el estilo de los escritos hindúes comprende una disertación sobre asuntos religiosos, filosóficos y místicos. EL Canto Celestial de Sir Edwin, en el libro segundo, contiene lo siguiente:

… El alma que no es movida,
El alma que con una fuerte y constante calma
Con indiferencia toma la pena y la dicha,
¡Vive en la imperecedera vida! Aquello que es
No puede cesar de ser; eso que no es
No existirá. Para ver esta verdad de ambos
Son los suyos quienes separan la esencia del accidente,
La Sustancia de la Sombra. Indestructible,
¡Aprende tú!, es la Vida, que esparce la vida a través de todo;
No puede en ningún lugar, por medio alguno,
Ser de alguna forma disminuida, aplacada, o cambiada.
Pero en cuanto a estos cuerpos pasajeros que anima
Con espíritu imperecedero, interminable, infinito,
Ellos perecen…
Nunca nació el espíritu; el espíritu nunca cesará de ser;
Nunca fue el tiempo; ¡Fin y Principio son sueños!
Sin nacimiento y sin muerte y sin cambio permanece el espíritu por siempre;
¡La Muerte para nada lo ha tocado; el muerto, sin embargo, la casa de ella parece!

Ahora bien, estas palabras son exquisitamente hermosas. Sin embargo, contienen una traducción equivocada, una errónea interpretación del texto de este maravilloso y pequeño libro. En primer lugar, Sir Edwin traduce la palabra sánscrita tat, primero por la palabra “alma” y luego por la palabra “espíritu”. Claro que, por analogía, dicha palabra hace referencia al alma y al espíritu del hombre; pero en sánscrito no apunta particularmente al alma del hombre. Leeré una traducción en prosa de estos mismos versos, hecha sin pretenciones poéticas y sin intención de usar un lenguaje hermoso, sino simplemente para expresar la idea:

El hombre a quien éstos no desvían, ¡Oh Toro entre los hombres! Quien es el mismo en el dolor y en el placer, y de alma estable, él toma parte en la inmortalidad.
No hay existencia para lo irreal; no hay inexistencia para lo Real. Además, la primordial característica de ambos éstos es vista por aquéllos que perciben los principios verdaderos.
Conoce Aquello para ser indestructible, por lo cual este universo entero fue tejido.

La palabra sánscrita para “Aquello” es tat, como ya se explicó. La imagen es la del tejido de una tela.

La destrucción de este Imperecedero, ninguno es capaz de provocar.
Estos cuerpos mortales se dice que son de la encarnación del Uno Eterno, Indestructible, Inmensurable…
Quien conoce Eso como el matador, y quien cree que es los muertos: ambos no comprenden. Eso no mata, tampoco es matado.
No nace, como tampoco muere nunca; no fue producido, tampoco será nunca producido.
Es no nacido, constante, imperecedero, primigenio. Permanece ileso cuando el cuerpo es muerto.

El uso que hace el escritor en el Bhagavad-Gītā, es para el vínculo del que hemos hablado, el inmortal, imperecedero principio dentro de nosotros, y lo describe mediante la palabra Aquello, y lo compara con el universo manifestado, el cual, siguiendo las enseñanzas ancestrales de la India, era invariablemente referido como Esto —la palabra sánscrita es idam.
Los sabios de los tiempos antiguos dejaron registro de la enseñanza interna de las religiones de las gentes entre las que vivieron. Esta enseñanza interna era la filosofía esotérica, la teosofía, del período. En el Indostán encontramos esta teosofía en los Upanishads, una parte del ciclo de la literatura védica. La palabra en sí implica una “doctrina secreta” o unas “enseñanzas secretas”. A partir de los Upanishads y de otras partes de la literatura védica, los antiguos sabios de la India produjeron lo que se llama ahora la Vedanta —una palabra sánscrita compuesta que significa “el final (o la terminación) del Veda”—, es decir, la instrucción, en la exposición definitiva y más perfecta, del significado de los principios védicos.
En la antigua Grecia había varias escuelas y varios Misterios, y la teosofía de la antigua Grecia se mantenía muy en secreto; fue enseñada en los Misterios y fue enseñada por diferentes maestros a grupos selectos de sus discípulos. Uno de esos grandes maestros fue Pitágoras; otro fue Platón; y esta teosofía fue más o menos esbozada con claridad y encarnada, luego de la caída de las así llamadas religiones paganas, en lo que ahora es conocida como la filosofía neoplatónica. Ésta representa realmente las enseñanzas internas de Pitágoras, Platón, y el sentido interno de aquellas doctrinas místicas las cuales eran corrientes en Grecia bajo el nombre de los poemas órficos.
De la teosofía de Egipto no tenemos más que escasos remanentes, tales como los que existen en el que es llamado “El libro de los Muertos”. De la teosofía de la América antigua, de los imperios de los incas y mayas, tenemos casi nada. La teosofía de la antigua Europa ha muerto. Todo lo que queda para nosotros es un cierto número de escrituras místicas tales como los Eddas escandinavos, y los libros germánicos, que son representados, por ejemplo, en las sagas escritas en las lenguas de la antigua Alta Germania y de los anglo-sajones.
Un estudio de las doctrinas contenidas en los Upanishads, en “El libro de los Muertos”, en la filosofía neoplatónica, en los Eddas escandinavos y en otros lados, muestra que tenían una base en común, una fundación, una verdad en común. Diferentes hombres en varias épocas enseñaron la misma verdad usando palabras distintas e imágenes diferentes, distintas metáforas; pero bajo la superficie siempre estuvo la doctrina antigua, la sabiduría secreta.
La teosofía de los judíos se encarnó en lo que posteriormente fue llamado la Qabbālāh, de la palabra hebrea que significa “recibir”, es decir que fue la doctrina tradicional transmitida o recibida (de acuerdo con las declaraciones de la misma Qabbālāh) por intermedio de los profetas y los sabios judíos, y se dijo haber sido enseñada por primera vez por “Dios Todopoderoso a una selecta compañía de ángeles en el Cielo”.
Debemos recordar, cuando nos aproximamos a las enseñanzas de la sabiduría antigua, que los maestros ancestrales hablaron y enseñaron antropocéntricamente; esto es, que insistieron en seguir las leyes psicológicas de la mente humana y por consiguiente enseñaron en figuras de lenguaje humanas, a menudo utilizando imágenes amenas, bastante extrañas y sin embargo muy instructivas como figuras de lenguaje. Qué sabio fue eso, porque de este modo fueron capaces de dar continuidad a las enseñanzas, y lo hicieron de tal forma que, cuando menos, este sistema antropocéntrico alentó las disposiciones dogmáticas que han infamado más sinceramente todo lo mejor en las enseñanzas de la Iglesia cristiana. Estos tropos, estas metáforas, fueron tan pintorescas que la mente entendió casi al instante que no eran más que el vehículo encarnando la verdad. Recordemos esto, y nuestro trabajo se volverá inmensamente más fácil.
Ahora tomemos la Qabbālāh como ejemplo de la manera como la teosofía —la judía— se acerca al misterio de cómo lo Inmanifestado produce lo manifestado, cómo de aquello que es duración interminable y sin principio emana la materia, el espacio en el sentido de extensión material, y el tiempo.
Pero primero permítanme hacer una cita de otra obra sánscrita, el Kena-Upanishad. Hablando de este misterio inefable, dice:

El ojo no lo alcanza, el lenguaje no lo alcanza, ni el pensamiento lo alcanza en absoluto; en verdad, no sabemos ni tampoco podemos decir cómo debe uno enseñarlo; es distinto de lo conocido, está más allá de lo desconocido. De este modo hemos escuchado de los hombres de los viejos tiempos, pues ellos nos lo enseñaron a nosotros. — 1, 3-4

El gran Śankarāchārya, quizá el más famoso de los comentadores hindúes de los Upanishads y del maravillosamente bello sistema de filosofía derivado de ellos, llamado la Vedanta, dice, comentando sobre el Aitareya-Upanishad:

Está el Uno, único, solo, aparte de toda dualidad, en el que no aparecen las multitudinarias representaciones ilusorias de cuerpos irreales y condiciones de este universo de realidad meramente aparente; sin pasión, inamovible, puro, en completa paz; conocible sólo por la falta de todo epíteto; inalcanzable por la palabra o por el pensamiento.

La Qabbālāh, la enseñanza tradicional de los sabios entre los judíos, es una instrucción maravillosa; contiene en esbozo o en epítome todo principio fundamental o enseñanza que La Doctrina Secreta contiene. Las enseñanzas de la Qabbālāh son a menudo expresadas en un lenguaje ameno y a veces divertido; algunas veces su lenguaje se eleva a la altura de lo sublime. ¿Qué tiene que decir el Zohar, el segundo de los grandes libros que quedan de la Qabbālāh, de la manera en que los libros religiosos judíos deben ser estudiados? Dice esto (iii, 152a):

Maldito sea el hijo del hombre que dice que la Torah [la Biblia hebrea, en especial el Pentateuco, o mejor dicho los primeros cuatro libros de la Biblia excluyendo el Deuteronomio, el quinto] contiene dichos comunes y narrativas ordinarias. Si éste fuera el caso podríamos en el presente componer un código de doctrinas a partir de escrituras profanas que despertarían mayor respeto. Si la Ley contiene un asunto ordinario, entonces hay sentimientos más nobles en los códigos profanos. Vamos y hagamos una selección de ellos y seremos capaces de compilar un código muy superior. ¡No! Cada palabra de la Ley tiene un sentido sublime y un misterio celestial… Como los ángeles espirituales tuvieron que ponerse vestiduras terrenales cuando descendieron en esta tierra, y de la misma manera como no pudieron haber permanecido ni ser entendidos en la tierra sin ponerse tales vestiduras, así mismo sucede con la Ley. Cuando descendió sobre la tierra, la Ley tuvo que ponerse una vestidura terrenal para ser entendida por nosotros, y las narrativas son sus vestiduras… Aquéllos que tengan entendimiento, no vean las vestiduras sino el cuerpo [el significado esotérico] debajo; mientras que los más sabios, los sirvientes del Reino celestial, aquellos quienes moran sobre el Monte Sinaí, no miren a nada más que al alma —

i. e., a la suprema doctrina secreta o sabiduría sagrada oculta debajo del “cuerpo”, debajo de las narrativas exotéricas o historias de la Biblia.

En estos días, cuando los modernistas y los fundamentalistas riñen —riñen innecesariamente sobre superficialidades exotéricas, sobre cosas que surgen del egoísmo de los hombres, sobre las enseñanzas dogmáticas de la Iglesia cristiana, cada una de ellas basada probablemente en antigua filosofía esotérica pagana—, es una pena inmensa que no sepan ni comprendan que esta enseñanza de la Qabbālāh, tal como es expresada en el Zohar, es una verdadera enseñanza; ya que bajo cada vestidura está la vida. Así como Jesús enseñó en parábolas, así la Biblia fue escrita en figuras de lenguaje, en metáforas.
DE: "FUNDAMENTOS DE LA FILOSOFÍA ESOTÉRICA"
De: G. de Purucker (actualmente en traducción)

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