viernes, diciembre 22, 2006

FUNDAMENTOS DE LA FILOSOFÍA ESOTÉRICA

UNO
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LAS TRES PROPOSICIONES FUNDAMENTALES. EL SER: VÍNCULO MÁS ÍNTIMO DEL HOMBRE CON EL INDECIBLE. LA FILOSOFÍA ESOTÉRICA: ENSEÑADA EN TODAS LAS RELIGIONES ANCESTRALES

I

…ni la Hueste colectiva (el Demiurgo), ni individualmente ninguno de los Poderes que actúan, son temas a propósito para el culto u honores divinos. Todos tienen derecho, sin embargo, a la reverencia agradecida de la Humanidad; y el hombre debe esforzarse siempre en favorecer la evolución divina de las Ideas, convirtiéndose, en todo lo que pueda, en cooperador de la Naturaleza, en su trabajo cíclico. Sólo el siempre ignorado e incognoscible Karana, la Causa sin Causa de todas las causas, es quien debe poseer su tabernáculo y su altar en el recinto santo y jamás hollado de nuestro corazón; invisible, intangible, no mencionado, salvo por “la voz tranquila y queda” de nuestra conciencia espiritual. Quienes le rinden culto, deben hacerlo en el silencio y en la soledad santificada de sus Almas; haciendo a su Espíritu único mediador entre ellos y el Espíritu Universal, siendo sus buenas acciones los únicos sacerdotes, y sus intenciones pecaminosas las únicas víctimas visibles y objetivas sacrificadas a la Presencia.
H. P. Blavatsky, La Doctrina Secreta, I, 280

DEBEMOS todos sentirnos profunda y agradecidamente conscientes de la ocasión que acá se nos da para abordar las corrientes de pensamiento de las doctrinas que desde tiempos inmemoriales han iluminado el intelecto de nuestros compañeros de estudio, ha dado coraje para fortalecer los corazones bajo persecución, y ha dirigido las fuerzas del mundo a lo largo de las líneas que el hombre estima más: las de la religión y principios éticos que gobiernan la conducta humana.
De manera personal estoy profundamente consciente de la responsabilidad que Katherine Tingley ha puesto sobre mí, para que pueda expresar palabras que deberán ser simples, condensadas, claras y útiles. Sus instrucciones son: tomar la obra maestra literaria de la vida de Helena Petrovna Blavatsky, su Doctrina Secreta, y de principio a fin de ésta tratar, de ser posible, cada doctrina fundamental ahí contenida, y hacer una relación e interpretación tal de sus enseñanzas que todas las mentes puedan entender y que sea útil a los miembros de la Escuela tanto acá como en el resto del mundo.
Es un propósito muy grande: grande en alcance, grande en posibilidades. Emprendo la tarea que se me ha dado con sumo respeto, con mi corazón lleno de reverencia por estas venerables doctrinas, las cuales desde tiempos tan lejanos que “no habiendo sido la mente del hombre contraria” a ellas, han proveído al mundo con sus religiones, sus filosofías, sus ciencias, sus artes, sus éticas y, por tanto, sus gobiernos.
La Doctrina Secreta tiene un nombre muy certero. Es la enseñanza que en todos los tiempos se ha mantenido secreta y esotérica. Puede probarse que las religiones mundiales del pasado y del presente han dimanado de ella; y con más facilidad, las grandes filosofías religiosas de la Península India. Las enseñanzas de la América pre-hispánica, de Europa en los llamados tiempos paganos; las leyendas, los mitos, los cuentos de hadas de todos los países del mundo, que pueden ser ejemplificados por las enseñanzas halladas en los Eddas escandinavos y en las Épicas anglo-sajonas —estas grandes obras que tanta gente piensa que son sólo sagas o historias—, emanan, en su origen, de la sabiduría secreta que H. P. Blavatsky ha corporeizado y esbozado en su obra maestra.
Es importante recordar estas cosas. La mente humana nunca ha producido en ninguna parte del mundo meras declaraciones religiosas disparatadas y sin base, infundadas o simplemente míticas. La Religión, como todo lo demás, comienza con ideas y termina con dogmas y mitos. En todos los dogmas puede hallarse el germen de la raíz esotérica del cual emanaron. En la religión cristiana —cuyos dogmas han sido hechos por el hombre y han sido bautizados como hechos por Dios— sus dogmas también están fundados en gran medida sobre las antiguas enseñanzas paganas, y por tanto, finalmente, sobre verdades esotéricas encarnadas en esta vasta colección de enseñanzas que H. P. Blavatsky ha llamado La Doctrina Secreta. En ésta, ella ha intentado recuperar sólo en esbozo, raramente en detalle, algunos principios fundamentales de esta doctrina arcaica, la misma en todo el mundo, la misma en todos los tiempos; interpretada de distinta forma por varios hombres en varias naciones.
H. P. Blavatsky abre su trabajo enunciando tres proposiciones fundamentales, tres hechos básicos. Me parece que un correcto entendimiento de estos postulados eliminará los muchos malentendidos que existen ahora entre los hombres respecto a las verdades básicas en lo que a pensamiento religioso se refiere. Ellos unifican, nunca separan.
El primero es la enunciación, por parte de ella, de un Principio inescrutable; el segundo postulado en el proemio de La Doctrina Secreta es que el universo es el terreno de juego, por decirlo así, el campo, la arena, la escena, de una incesante, eterna, nunca interrumpida periodicidad: es decir, movimiento cíclico, la manifestación de la vida eterna en la cíclica aparición y desaparición de mundos —estrellas, planetas y otros cuerpos celestiales en el contenedor cósmico que el hombre tan vaga e imprecisamente llama espacio—. Nos dice ella, dando voz a las enseñanzas de la sabiduría antigua, que estos mundos vienen y van como chispas, místicamente llamadas las “chispas de la eternidad”. El ciclo de vida de cada uno de los cuerpos más grandes es, por necesidad, de inmensa duración; y cuando hablamos de tiempo, el entendimiento humano demanda que tengamos alguna medida por la cual podamos entender lo que queremos decir por tiempo, y de común acuerdo, el período de una revolución de la tierra alrededor del sol, al que llamamos un año, se ha tomado como medida arbitraria.
El tercer postulado —de ningún modo el último en importancia, y el que es más fácil de entender para nosotros quizá esté más impregnado con la verdad— es que el universo y todo en él es un inmenso, eterno organismo. Debemos tener cuidado acá de no caer en la doctrina llamada monismo que enseña, en resumen, que todo en el universo se deriva en última instancia de una causa material. De igual forma debemos evitar caer en la doctrina errónea del monoteísmo, o la enseñanza de que el universo y todo en él son la creación, por mandato y capricho, de un Dios personal infinito y eterno. La primera doctrina es simplemente materialismo; la última, casi igualmente materialista.
La tercera proposición fundamental nos dice no sólo que el universo es uno con todo lo que está en él, sino más particularmente que el ser del hombre —su cuerpo, sus cuerpos; su alma, sus almas; y su espíritu— no es sino la progenie, el fruto de fuerzas. Acá nos encontramos con una de las enseñanzas más necesarias de comprender para nosotros en el magnífico recorrido por la filosofía teosófica, la de las jerarquías; es decir, que el kosmos, el universo, siendo un organismo, está, no obstante, formado por peldaños o gradaciones de seres, consciencias o intelectos, de todo tipo, en los que la vida del universo se manifiesta, y que éstos están interrelacionados, correlacionados y coordinados, y trabajan juntos, en una unidad, hacia un objetivo y un fin común.
Vemos por tanto que no somos sólo hijos de la tierra, seres como mariposas, nacidos de un día; sino en verdad chispas del corazón del ser, del fuego central de la vida universal. Si podemos sentir esta maravillosa verdad en nuestros corazones, y si podemos trasladar ese sentir a nuestras vidas diarias, ninguna fuerza será más grande para gobernar nuestra conducta que ésta, y nada podrá moldear mejor nuestros destinos o ponernos sobre un sendero de logros y de servicio más noble.
Al darnos cuenta de que somos una unidad con todo lo que es; que la hermandad universal es un hecho del ser, enraizado en el propio corazón de las cosas, ineludible, inevitable; y que nuestros actos y pensamientos accionan y reaccionan con inevitable consecuencia en todo lo que pensamos y hacemos —no sólo sobre nosotros, los pensadores y actores, sino en todos los seres en todos lados— ¡cuán diferente pueden ser las vidas de los hombres! Acá, más que en las primeras dos proposiciones fundamentales, sí encontramos las verdaderas bases religiosas, científicas y filosóficas de la moral. Ningún hombre puede trabajar en sí mismo sin, a la vez y de forma inevitable e inviolable, trabajar en los otros. Lo que él hace afecta a otros. Estas enseñanzas son realidades, cosas reales.
Conozcámoslas, démonos cuenta de que cada pensamiento es un asunto que acontecerá como una acción ahora o en un día posterior; que la acumulación de pensamientos a lo largo de una línea producirá su respectivo efecto o efectos; que en la cadena del ser una cosa conduce a otra, y que nuestra responsabilidad moral y física es precisamente algo de lo que no podemos nunca escapar. Cuando el hombre se da cuenta de que es responsable y de que inevitablemente se le llamará para que rinda cuentas, y de que en todo momento la abnegación de motivos, o amor divino y compasión, deben dirigir sus actos, entonces tendremos todo el derecho de esperar una humanidad regenerada.

II

Al resumir nuestra charla de la semana pasada, en la cual consideramos los tres postulados fundamentales de la filosofía esotérica que H. P. Blavatsky esbozó en las primeras páginas de La Doctrina Secreta, debemos recordar que estamos tratando con temas tan abstractos, tan abstrusos, que intentar una simplificación de ellos es una tarea importunada por muchas dificultades, sitiada, como está, por las fuerzas de los prejuicios, y que además demanda el uso de ciertas palabras para que todas las mentes entiendan al menos el pensamiento central encarnado en nuestras charlas.
Respecto a esta cuestión de las palabras, ninguna ciencia o filosofía, ningún pensamiento religioso, puede intentar darse a entender al mundo sin tener su propio y completo vocabulario técnico; de otra manera se enfrenta a la mala interpretación, al malentendido, a la frecuente oposición innecesaria. Por esta razón han sido usadas ciertas palabras, en gran parte sacadas de las religiones orientales, porque sólo allí, respecto a las religiones que todavía viven, encontramos los pensamientos y el tratamiento propios de ellas, que también existen en la sabiduría antigua, ahora llamada teosofía. Sin embargo, apenas uno de estos términos ha sido propiamente interpretado o entendido, precisamente porque son en su mayor parte palabras sánscritas — no sólo palabras de ese lenguaje, sino palabras que también han recibido color, significado y aplicación en religiones que todavía las usan—. Incluso los términos ingleses tienen significados que varían de acuerdo a los lugares en los que los encontramos. Por tanto, como se ha dicho antes, será necesario en el estudio de La Doctrina Secreta establecer el significado con el cual estas palabras se usan —un significado filosófico, un significado religioso, y un significado corriente de la vida diaria—. Pero primero sería bueno citar de H. P. Blavatsky el párrafo del final de la página 13, que precede al tratamiento que ella hace de estas proposiciones fundamentales:

Antes que el lector pase a considerar las Estancias del Libro de Dzyan, que constituyen la base de la presente obra, es absolutamente necesario que conozca los pocos conceptos fundamentales que sirven de asiento, y que compenetran todo el sistema a que su atención va a ser dirigida. Estas ideas fundamentales son pocas en número, pero de su clara percepción depende la inteligencia de todo lo que sigue; por lo tanto, no precisa disculpas el pedir al lector que primero se familiarice con ellas, antes de comenzar la lectura de la obra.

A estas tres proposiciones puede llamárselas una sinopsis del entero sistema de filosofía esotérica. Son un resumen del razonamiento religioso y filosófico del alma humana, que viene de tiempos que se pierden en una desconocida antigüedad. Necesariamente, por tanto, son muy difíciles de entender, y en algunos de sus alcances no pueden ser entendidos en su totalidad por la mente humana. Por ejemplo, aunque no podemos decir, con referencia a esta primera proposición, lo que es este Principio, no obstante, podemos hablar de él, discutir en torno a él, decir lo que no es, como la misma H. P. Blavatsky hace cuando, luego de decir que en las palabras del Upanishad es “inconcebible e inefable”, procede a hablar de él y a ofrecer la enseñanza antigua sobre él, tal como fue entendido por las grandes mentes de los viejos tiempos.
Ella expresa la primera proposición como sigue:

Un PRINCIPIO Omnipotente, Eterno, Sin Límites e Inmutable, sobre el cual toda especulación es imposible, porque trasciende el poder de la concepción humana, y sólo podría ser empequeñecido por cualquier expresión o comparación de la humana inteligencia. Está fuera del alcance del pensamiento — según las palabras del Mandukya [Upanishad], es “inconcebible e inefable”.

¿Qué queremos decir por principio, como palabra? Tiene muchos significados: puede significar una regla de conducta; puede ser usado en el sentido de causa; o, en su significado etimológico, como origen. La palabra prince procede de la misma raíz latina, y significa la cabeza de los hombres, de su estado, el origen de la justicia, la fundación de la ley y del orden.
Ahora, ¿qué quiere decir H. P. Blavatsky al escoger la palabra principio? ¿Debemos entender que la palabra es usada en el sentido de una pura abstracción, como cuando uno dice seis o largo? ¿Seis qué? ¿O qué es lo que es largo? Palabras así usadas son puras abstracciones; no tienen aplicación ni significado a menos que se relacionen con algún objeto. En otras palabras, no significan nada en especial; y por tanto, si elegimos entender el uso que hace H. P. Blavatsky de esta palabra principio, en el sentido de una pura abstracción sin aplicación a ningún sujeto, pensamiento o cosa, entonces tenemos que concluir que el Principio del cual ella habla es puro vacío — no ninguna cosa, sino nada en el sentido ordinario—. Sin embargo, cuando ella habla de un Principio, usa la palabra con un propósito y un significado; en consecuencia, Principio no significa vacío. No obstante no podemos llamar a este Todo, a este Misterio, a este Espacio —que son otras palabras que ella le da— por el nombre de cualquier cosa. Por otro lado, no es un ser, no es una entidad, no es nada limitado, no importa cuán grande o cuán aparentemente ilimitado sea.
Para entender adecuadamente por qué y cómo usaban palabras como ésta los pensadores antiguos, introducimos acá una llave para la sabiduría antigua, y es ésta: el pensamiento de los tiempos ancestrales en el mundo entero era antropocéntrico, no como se define en los diccionarios ahora, significando que el hombre es el más alto logro de la creación en el ordinario sentido cristiano, o que el universo gira alrededor del hombre como si fuera éste la cosa más importante de la creación. Este sentido es, por su uso, permisible, pero no es el sentido en el cual la palabra se usa cuando aplicamos esta clave antigua. Acá está el significado, difícil de entender, pero muy importante para la interpretación adecuada de la sabiduría expuesta en La Doctrina Secreta. Un hombre piensa. Él piensa con sus propios pensamientos a partir de lo que en él hay. Él no puede pensar dentro de la mente de otro hombre. Por fuerza, por las necesidades de su propio ser, sus pensamientos siguen el molde o las inclinaciones de su propia naturaleza: manan de él, como de una fuente, y esto, aplicado al pensamiento religioso y filosófico de los antiguos, es el significado de la palabra antropocéntrico, tal como la usaremos.
La palabra viene del griego, anthropos. “hombre” en el sentido general, como la palabra alemana Mensch, no hombre en el sentido individual. Esto significa que los antiguos consideraron su filosofía religiosa y sus sistemas filosóficos como emanando desde dentro del hombre mismo, por tanto, eran antropocéntricos. Similar a esto era su tratamiento de los fenómenos de la naturaleza, que estaba basado en el hecho fenomenal de que la tierra era el aparente centro del sistema solar. También lo es cualquier planeta. Tenemos remanentes de este sistema en nuestros propios idiomas ahora, cuando hablamos de la “salida” y de la “puesta” del sol, etc.
Ahora bien, entonces, tratando a la sabiduría antigua a partir de la posición antropocéntrica, los pensadores ancestrales se dieron cuenta de que para compartir los pensamientos que manaban dentro de ellos tenían que usar el lenguaje humano, los símiles humanos, las metáforas humanas. Sólo de esta manera podrían ellos recibir algún grado de la consideración atenta que, como maestros de esta sabiduría antigua, ellos merecían. Por tanto, hallamos la aplicación de la idea antropocéntrica a esta palabra principio: una palabra que puede ser usada tanto como una abstracción como en un sentido material concreto.
Obviamente H. P. Blavatsky no uso principio en un sentido material. ¿Qué quiso entonces transmitir? Que este Principio que está fuera del alcance del pensamiento humano tiene que ser todo lo que sobrepasa el entendimiento humano y al cual, por esa razón, sólo podemos llamar el Todo, una palabra que simplemente expresa nuestra ignorancia, es verdad; pero que también expresa el hecho de que este inefable Principio es Todo. De eso manamos finalmente, hacia eso estamos viajando a través de los eones de tiempo ilimitable. Primordialmente todos los pensamientos vienen de él, pero no por un mandato de una mente pensante, por más grande que ésta sea. La filosofía antigua nos dice que podemos comparar los primeros indicios del ser en este Todo, con el germen de vida en un huevo. ¡Qué maravilloso es que una cosa, cuando es analizada químicamente, consista en sólo unos cuantos elementos de materia, y que, sin embargo, si no es molestada o destruida, bajo condiciones propicias, dé a luz un ser vivo!
Son muchas las religiones que han tratado este Principio de varias maneras. Tomemos primero la hebrea para ilustrar esta afirmación, porque de ella emanan, en gran medida, las doctrinas cristianas. Puesto que muchos de nosotros hemos nacido en países cristianos, estamos más familiarizados con las doctrinas propias de esta iglesia, y esto, quizá, es suficiente excusa para escogerla como nuestro primer ejemplo. “En el comienzo”, es decir, “En el Principio”, y así ha sido traducido en la versión griega de los Setenta, “Dios hizo al mundo y el mundo estaba vacuo y sin forma, y el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas”. Ahora bien, esto es algo maravilloso. El pensamiento en esas líneas de ninguna manera está filosóficamente expresado de forma correcta, pero sí contiene la enseñanza esotérica tal como está en La Doctrina Secreta: “En el comienzo” —“En el Principio”— “En el Todo”. La siguiente declaración es que “Dios” (el hebreo original es Elohīm) hizo la tierra y la tierra estaba sin forma y vacua. ¿Qué significa vacua? Permítanme recordarles que aquí la palabra significa más que “vacío”; significa más propiamente, en esta aplicación, intangible, inmaterial, o como diríamos nosotros, un mundo astral, un mundo espiritual, incluso.
“Y el espíritu de Elohīm se movía sobre las aguas”. ¿Cuáles aguas? ¿Dónde estaban las aguas sobre las que “Elohīm” o los “Dioses” se movían? ¿Por qué tendrían ellos que moverse sobre las “aguas”? Agua es un término usado en las religiones antiguas para significar espacio, las aguas del espacio. Tenemos acá un tratamiento de un mundo inmaterial, procreado a partir del Todo por poderes, por dioses, si lo prefieren —la palabra no importa—, y del espíritu, la fuerza de estos seres, moviéndose sobre o dentro de este globo o mundo intangible e inmaterial.
Al volvernos hacia el más lejano oriente y tomar las enseñanzas sánscritas como fueron expresadas en los Vedas —las más antiguas y más altamente veneradas obras religiosas y filosóficas del indostán— encontramos en la traducción de Colebrooke lo siguiente:

Ni Algo ni Nada existía;…

Piensen en el pensamiento que hay en esto. Ni alguna cosa ni ninguna cosa existía.

… Allá el cielo brillante
No era, ni arriba el vasto techo extendido del firmamento
¿Qué cubría todo? ¿Qué abrigaba? ¿Qué ocultaba?
¿Eran los insondables abismos del agua?

De nuevo la referencia a las aguas del espacio.

No había muerte —sin embargo, no había nada inmortal,
No había confines entre el día y la noche;
El Único respiraba sin aliento por sí mismo,
Desde entonces no ha sido nada aparte de Eso.
Oscuridad había, y todo al principio estaba velado
En profundas tinieblas —un océano sin luz—
La simiente que yace aún cubierta en la vaina
Hace brotar, una naturaleza, del calor ferviente.

Nótese el maravilloso intento de traducir al lenguaje humano ordinario, a figuras comunes del habla, no obstante hermosas, los pensamientos cuya sutileza y profundidad la mente humana puede buscar alcanzar, intentar coger, tratar de obtener, y aún así fallar por mucho. Y a pesar de ello, percibimos, sentimos, como por una consciencia interna, la existencia, la realidad, la actualidad, de eso que sabemos que es y que fallamos en decir.
Acá tenemos una declaración de que “ninguna cosa” era y “no ninguna cosa” era. A esto, en razón de nuestro entendimiento antropocéntrico, no podemos darle nombre humano; a pesar de lo cual, como la mente trabaja por analogías, el Veda nos dice que el germen de vida surgió en Eso tal como Eso era entonces. Así es Eso ahora, nada menos, nada se ha perdido, nada se ha añadido; siempre lo mismo hasta donde podemos ver, y sin embargo, siempre cambiante. La inmovilidad completa es la muerte. En Eso la muerte no existe. El Movimiento, tal como lo entendemos, es vida, más sin embargo, en Eso, semejante vida en realidad no existe. Eso ni está, en realidad, en movimiento ni estático. A todo cuanto podemos comparar a este Eso, siguiendo la regla antropocéntrica, es al espacio absoluto, que contiene al movimiento sin fin tal como nosotros lo entendemos, en la infinidad, en la eternidad; y todas éstas no son más que palabras, una confesión abierta de la inhabilidad de la mente humana para alcanzarlo. Y sin embargo, cuán noble, cuán digna, es una declaración, respecto a las grandiosas fuerzas del espíritu humano que puede intentar alcanzar, e incluso obtener, algunas insinuaciones de lo indecible.
En la página dos del primer volumen de su obra, H. P. Blavatsky dice: “Es la VIDA UNA, eterna, invisible, aunque omnipresente; sin principio ni fin, aunque periódica en sus manifestaciones regulares,…”
¿Es posible concebir interiormente la inmensidad de este Todo espacial y de nuestro kosmos, de nuestro universo, como pendiendo de Eso por un hilo de espíritu —nuestro universo, no sólo nuestra pequeña mota de polvo, sino el universo comprendido dentro de la zona rodeada por la Vía Láctea— y los incontables otros universos colgando de Eso? Así, cuando leemos “Periódica en sus manifestaciones regulares”, inevitablemente seguimos la antropocéntrica ley de nuestro ser y razón como hombres.
El Todo mismo nunca se manifiesta; Es el Inmanifestado; pero a pesar de ello es cierto que de Eso procede la manifestación. ¿A qué podemos comparar el Eso entonces? ¿Cuáles fueron la imágenes, las metáforas, por las que los antiguos explicaron lo manifiesto procedente de lo inmanifestado —lo material procedente de lo inmaterial, la vida de la no-vida, la personalidad de la no-personalidad, el ser, la entidad, del no ser y de la no-entidad? Acá está una imagen: el principio del mundo es el sol. El sol envía innumerables rayos de luz; podemos asumir que el envío es eterno y en todas las direcciones; y que los rayos de luz son parte de eso que los envía. De este modo comparaban los antiguos al sol con este Todo. El sol mismo en su filosofía no era más que la manifestación material, en este plano, de una serie jerárquica que tenía sus raíces enredadas en algo todavía más grande que ella misma, etc. ¿Cómo describieron ellos este Principio, este Inefable, en los Vedas? El Silencio y la Oscuridad envolvieron al pensamiento y simplemente le llamaron Tat; la traducción al inglés es “that” [aquello] —ni siquiera “Dios”, ni siquiera “El Resplandeciente”; no fue limitado por adjetivo alguno, simplemente Aquello.
Otra imagen era el Árbol del Mundo, incluso más universal que la del sol, hallada en las escrituras hindúes, en los símbolos de los antiguos mayas americanos, incas y toltecas, hallada también en la antigua Europa y preservada hasta nuestros días en los Eddas escandinavos. El Árbol del Mundo, ¿cómo es imaginado? Fue representado como creciendo de arriba hacia abajo, con sus raíces enraizadas en Aquello, y su tronco, sus múltiples ramas, y sus ramitas, y sus hojas, y sus flores, estirándose hacia abajo en todas direcciones y representando la vida manifestadora y manifestada, las cosas incalculables hacia donde este río cósmico, este flujo espiritual de seres, corre.
Supóngase una punta al final de la más baja y postrera rama, la punta de una hoja: esa punta saca su vida de la hoja; la hoja, de una ramita; la ramita, de la rama; la rama, de una rama más larga; la rama más larga, de una todavía más larga; ésta, del tronco; el tronco, de la raíz; la raíz… ¿Por qué seguir más? Podemos seguir indefinidamente. Pero los antiguos, con su profunda fe religiosa, simplemente dijeron Aquello cuando se referían a lo que trasciende el poder humano de la concepción. De este modo, cuando H. P. B. dice acá, “aunque periódica en sus manifestaciones regulares”, así debemos entenderlo. Es su propia enseñanza que Aquello nunca se manifiesta, pero que de Aquello emana la vida. “Entre cuyos períodos se extiende el oscuro misterio del no-Ser”. ¿Qué es este estado? ¿Es la oscuridad per se? ¿Es un misterio indescifrable? ¿Es la nada? ¿Qué derecho tenemos nosotros de pensar eso, o de concebirlo? Éstas son palabras usadas antropocéntricamente por necesidad, siguiendo la norma antigua, sabiendo que el hombre no puede usar términos entendibles para él mismo y para sus compañeros excepto aquéllos que siguen las leyes psicológicas de su propio ser. Por tanto, y seguimos citando:

…entre cuyos períodos reina el oscuro misterio del [para nosotros] No-Ser; inconsciente [para nosotros] y sin embargo, Conciencia absoluta; incomprensible [para nosotros], y sin embargo, la única Realidad existente por sí misma; en verdad “un Caos para los sentidos, un Kosmos para la razón”. Su atributo único y absoluto, que es Ello mismo, Movimiento eterno e incesante [para nosotros], es llamado en lenguaje esotérico el “Gran Aliento”, que es el movimiento perpetuo del Universo, en el sentido de ESPACIO sin límites y siempre presente.


III

En nuestras últimas dos reuniones estudiamos los tres postulados fundamentales que se encuentran en La Doctrina Secreta de H. P. Blavatsky. En ellos se nos enseña que existe en el hombre un vínculo con lo Indecible, un cordón, una comunicación, que se extiende desde Eso hacia la conciencia interna; y ese vínculo —ésa es la enseñanza tal como ha descendido a nosotros— es el mismo corazón del ser. Surge en ese Principio súper-sensorial. Ese indecible Misterio el cual H. P. Blavatsky define en la primera proposición fundamental como por encima de la mente humana. Volviéndonos uno con ese vínculo, podemos trascender los poderes del intelecto humano ordinario, y alcanzar (aun si fuera esforzándonos, hacia arriba, hacia) ese Inefable, que es, lo sabemos —aunque está más allá del poder humano expresarlo en palabras, o más allá del pensamiento humano— el secreto de lo secreto, la vida de la vida, la verdad de la verdad, el TODO.
Acá tenemos la idea, me parece, que las palabras de Katherine Tingley ilustran tan bien a este respecto. Me impresionaron por su belleza y sugestiva profundidad. Dice ella:

Pensar sobre lo impensable es una maravillosa y espiritualizadora fuerza; uno no puede pensar al respecto sin una disposición ya sea a pensar más o a sentir más, sin abrir la conciencia interna del hombre. Y cuando se despierta la conciencia interna, el alma se encuentra más cerca de las leyes infinitas, más cerca de AQUELLO, o el Gran Centro que ninguna palabra puede expresar.

Esforzándonos hacia este interior, hacia el Interno, podemos lograr alguna concepción, si no el entendimiento, del Principio infinito de todo lo que es. A partir de Eso, en el curso de la duración sin fin, al final del gran pralaya universal o cósmico, emanan a la manifestación los orígenes de las cosas. Estos orígenes devienen en las formas de vida y seres descritos en la segunda y tercera proposiciones fundamentales.
El vínculo interno con el Indecible fue llamado en la antigua India con el término Ser, que ha sido a menudo mal traducido como “alma”. La palabra sánscrita es ātman, y en psicología se aplica a la entidad humana. El extremo superior del vínculo, por así decirlo, fue llamado paramātman o el “Ser Supremo”, el ser permanente; palabras que describen nítida y claramente, a aquéllos que han estudiado esta filosofía maravillosa, algo de la naturaleza y esencia de eso que es el hombre, y la fuente desde la que, en esa duración sin principio y sin fin, él emanó. Hijo de la tierra e hijo del cielo, contiene a ambos en él.
Pasamos ahora de considerar la primera proposición, a la segunda y a la tercera. Y para que podamos entender qué queremos decir cuando usamos ciertas palabras, será útil ilustrar nuestros usos de tales palabras. Tomemos el notablemente bien traducido libro titulado El Canto Celestial, obra de Sir Edwin Arnold. Es una traducción al verso inglés del Bhagavad-Gītā. Ésta obra es un episodio o un interludio que se encuentra en el sexto libro del Mahābārata, la más grande de las dos grandes épicas hindúes; y en el estilo de los escritos hindúes comprende una disertación sobre asuntos religiosos, filosóficos y místicos. EL Canto Celestial de Sir Edwin, en el libro segundo, contiene lo siguiente:

… El alma que no es movida,
El alma que con una fuerte y constante calma
Con indiferencia toma la pena y la dicha,
¡Vive en la imperecedera vida! Aquello que es
No puede cesar de ser; eso que no es
No existirá. Para ver esta verdad de ambos
Son los suyos quienes separan la esencia del accidente,
La Sustancia de la Sombra. Indestructible,
¡Aprende tú!, es la Vida, que esparce la vida a través de todo;
No puede en ningún lugar, por medio alguno,
Ser de alguna forma disminuida, aplacada, o cambiada.
Pero en cuanto a estos cuerpos pasajeros que anima
Con espíritu imperecedero, interminable, infinito,
Ellos perecen…
Nunca nació el espíritu; el espíritu nunca cesará de ser;
Nunca fue el tiempo; ¡Fin y Principio son sueños!
Sin nacimiento y sin muerte y sin cambio permanece el espíritu por siempre;
¡La Muerte para nada lo ha tocado; el muerto, sin embargo, la casa de ella parece!

Ahora bien, estas palabras son exquisitamente hermosas. Sin embargo, contienen una traducción equivocada, una errónea interpretación del texto de este maravilloso y pequeño libro. En primer lugar, Sir Edwin traduce la palabra sánscrita tat, primero por la palabra “alma” y luego por la palabra “espíritu”. Claro que, por analogía, dicha palabra hace referencia al alma y al espíritu del hombre; pero en sánscrito no apunta particularmente al alma del hombre. Leeré una traducción en prosa de estos mismos versos, hecha sin pretenciones poéticas y sin intención de usar un lenguaje hermoso, sino simplemente para expresar la idea:

El hombre a quien éstos no desvían, ¡Oh Toro entre los hombres! Quien es el mismo en el dolor y en el placer, y de alma estable, él toma parte en la inmortalidad.
No hay existencia para lo irreal; no hay inexistencia para lo Real. Además, la primordial característica de ambos éstos es vista por aquéllos que perciben los principios verdaderos.
Conoce Aquello para ser indestructible, por lo cual este universo entero fue tejido.

La palabra sánscrita para “Aquello” es tat, como ya se explicó. La imagen es la del tejido de una tela.

La destrucción de este Imperecedero, ninguno es capaz de provocar.
Estos cuerpos mortales se dice que son de la encarnación del Uno Eterno, Indestructible, Inmensurable…
Quien conoce Eso como el matador, y quien cree que es los muertos: ambos no comprenden. Eso no mata, tampoco es matado.
No nace, como tampoco muere nunca; no fue producido, tampoco será nunca producido.
Es no nacido, constante, imperecedero, primigenio. Permanece ileso cuando el cuerpo es muerto.

El uso que hace el escritor en el Bhagavad-Gītā, es para el vínculo del que hemos hablado, el inmortal, imperecedero principio dentro de nosotros, y lo describe mediante la palabra Aquello, y lo compara con el universo manifestado, el cual, siguiendo las enseñanzas ancestrales de la India, era invariablemente referido como Esto —la palabra sánscrita es idam.
Los sabios de los tiempos antiguos dejaron registro de la enseñanza interna de las religiones de las gentes entre las que vivieron. Esta enseñanza interna era la filosofía esotérica, la teosofía, del período. En el Indostán encontramos esta teosofía en los Upanishads, una parte del ciclo de la literatura védica. La palabra en sí implica una “doctrina secreta” o unas “enseñanzas secretas”. A partir de los Upanishads y de otras partes de la literatura védica, los antiguos sabios de la India produjeron lo que se llama ahora la Vedanta —una palabra sánscrita compuesta que significa “el final (o la terminación) del Veda”—, es decir, la instrucción, en la exposición definitiva y más perfecta, del significado de los principios védicos.
En la antigua Grecia había varias escuelas y varios Misterios, y la teosofía de la antigua Grecia se mantenía muy en secreto; fue enseñada en los Misterios y fue enseñada por diferentes maestros a grupos selectos de sus discípulos. Uno de esos grandes maestros fue Pitágoras; otro fue Platón; y esta teosofía fue más o menos esbozada con claridad y encarnada, luego de la caída de las así llamadas religiones paganas, en lo que ahora es conocida como la filosofía neoplatónica. Ésta representa realmente las enseñanzas internas de Pitágoras, Platón, y el sentido interno de aquellas doctrinas místicas las cuales eran corrientes en Grecia bajo el nombre de los poemas órficos.
De la teosofía de Egipto no tenemos más que escasos remanentes, tales como los que existen en el que es llamado “El libro de los Muertos”. De la teosofía de la América antigua, de los imperios de los incas y mayas, tenemos casi nada. La teosofía de la antigua Europa ha muerto. Todo lo que queda para nosotros es un cierto número de escrituras místicas tales como los Eddas escandinavos, y los libros germánicos, que son representados, por ejemplo, en las sagas escritas en las lenguas de la antigua Alta Germania y de los anglo-sajones.
Un estudio de las doctrinas contenidas en los Upanishads, en “El libro de los Muertos”, en la filosofía neoplatónica, en los Eddas escandinavos y en otros lados, muestra que tenían una base en común, una fundación, una verdad en común. Diferentes hombres en varias épocas enseñaron la misma verdad usando palabras distintas e imágenes diferentes, distintas metáforas; pero bajo la superficie siempre estuvo la doctrina antigua, la sabiduría secreta.
La teosofía de los judíos se encarnó en lo que posteriormente fue llamado la Qabbālāh, de la palabra hebrea que significa “recibir”, es decir que fue la doctrina tradicional transmitida o recibida (de acuerdo con las declaraciones de la misma Qabbālāh) por intermedio de los profetas y los sabios judíos, y se dijo haber sido enseñada por primera vez por “Dios Todopoderoso a una selecta compañía de ángeles en el Cielo”.
Debemos recordar, cuando nos aproximamos a las enseñanzas de la sabiduría antigua, que los maestros ancestrales hablaron y enseñaron antropocéntricamente; esto es, que insistieron en seguir las leyes psicológicas de la mente humana y por consiguiente enseñaron en figuras de lenguaje humanas, a menudo utilizando imágenes amenas, bastante extrañas y sin embargo muy instructivas como figuras de lenguaje. Qué sabio fue eso, porque de este modo fueron capaces de dar continuidad a las enseñanzas, y lo hicieron de tal forma que, cuando menos, este sistema antropocéntrico alentó las disposiciones dogmáticas que han infamado más sinceramente todo lo mejor en las enseñanzas de la Iglesia cristiana. Estos tropos, estas metáforas, fueron tan pintorescas que la mente entendió casi al instante que no eran más que el vehículo encarnando la verdad. Recordemos esto, y nuestro trabajo se volverá inmensamente más fácil.
Ahora tomemos la Qabbālāh como ejemplo de la manera como la teosofía —la judía— se acerca al misterio de cómo lo Inmanifestado produce lo manifestado, cómo de aquello que es duración interminable y sin principio emana la materia, el espacio en el sentido de extensión material, y el tiempo.
Pero primero permítanme hacer una cita de otra obra sánscrita, el Kena-Upanishad. Hablando de este misterio inefable, dice:

El ojo no lo alcanza, el lenguaje no lo alcanza, ni el pensamiento lo alcanza en absoluto; en verdad, no sabemos ni tampoco podemos decir cómo debe uno enseñarlo; es distinto de lo conocido, está más allá de lo desconocido. De este modo hemos escuchado de los hombres de los viejos tiempos, pues ellos nos lo enseñaron a nosotros. — 1, 3-4

El gran Śankarāchārya, quizá el más famoso de los comentadores hindúes de los Upanishads y del maravillosamente bello sistema de filosofía derivado de ellos, llamado la Vedanta, dice, comentando sobre el Aitareya-Upanishad:

Está el Uno, único, solo, aparte de toda dualidad, en el que no aparecen las multitudinarias representaciones ilusorias de cuerpos irreales y condiciones de este universo de realidad meramente aparente; sin pasión, inamovible, puro, en completa paz; conocible sólo por la falta de todo epíteto; inalcanzable por la palabra o por el pensamiento.

La Qabbālāh, la enseñanza tradicional de los sabios entre los judíos, es una instrucción maravillosa; contiene en esbozo o en epítome todo principio fundamental o enseñanza que La Doctrina Secreta contiene. Las enseñanzas de la Qabbālāh son a menudo expresadas en un lenguaje ameno y a veces divertido; algunas veces su lenguaje se eleva a la altura de lo sublime. ¿Qué tiene que decir el Zohar, el segundo de los grandes libros que quedan de la Qabbālāh, de la manera en que los libros religiosos judíos deben ser estudiados? Dice esto (iii, 152a):

Maldito sea el hijo del hombre que dice que la Torah [la Biblia hebrea, en especial el Pentateuco, o mejor dicho los primeros cuatro libros de la Biblia excluyendo el Deuteronomio, el quinto] contiene dichos comunes y narrativas ordinarias. Si éste fuera el caso podríamos en el presente componer un código de doctrinas a partir de escrituras profanas que despertarían mayor respeto. Si la Ley contiene un asunto ordinario, entonces hay sentimientos más nobles en los códigos profanos. Vamos y hagamos una selección de ellos y seremos capaces de compilar un código muy superior. ¡No! Cada palabra de la Ley tiene un sentido sublime y un misterio celestial… Como los ángeles espirituales tuvieron que ponerse vestiduras terrenales cuando descendieron en esta tierra, y de la misma manera como no pudieron haber permanecido ni ser entendidos en la tierra sin ponerse tales vestiduras, así mismo sucede con la Ley. Cuando descendió sobre la tierra, la Ley tuvo que ponerse una vestidura terrenal para ser entendida por nosotros, y las narrativas son sus vestiduras… Aquéllos que tengan entendimiento, no vean las vestiduras sino el cuerpo [el significado esotérico] debajo; mientras que los más sabios, los sirvientes del Reino celestial, aquellos quienes moran sobre el Monte Sinaí, no miren a nada más que al alma —

i. e., a la suprema doctrina secreta o sabiduría sagrada oculta debajo del “cuerpo”, debajo de las narrativas exotéricas o historias de la Biblia.

En estos días, cuando los modernistas y los fundamentalistas riñen —riñen innecesariamente sobre superficialidades exotéricas, sobre cosas que surgen del egoísmo de los hombres, sobre las enseñanzas dogmáticas de la Iglesia cristiana, cada una de ellas basada probablemente en antigua filosofía esotérica pagana—, es una pena inmensa que no sepan ni comprendan que esta enseñanza de la Qabbālāh, tal como es expresada en el Zohar, es una verdadera enseñanza; ya que bajo cada vestidura está la vida. Así como Jesús enseñó en parábolas, así la Biblia fue escrita en figuras de lenguaje, en metáforas.
DE: "FUNDAMENTOS DE LA FILOSOFÍA ESOTÉRICA"
De: G. de Purucker (actualmente en traducción)

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