miércoles, mayo 09, 2007

FUNDAMENTOS DE LA FILOSOFÍA ESOTÉRICA


DIEZ
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LA DOCTRINA DE SWABHĀVA —EL SÍ MISMO LLEGANDO A SER— INDIVIDUALIDAD CARACTARÍSTICA. EL HOMBRE, AUTO-DESARROLLADO, SU PROPIO CREADOR. “MONADOLOGÍA” DE LEIBNIZ COMPARADA CON LAS ENSEÑANZAS DE LA FILOSOFÍA ESOTÉRICA.

La MÓNADA emerge de su estado de inconsciencia espiritual e intelectual, y saltando los dos primeros planos —demasiado próximos a lo ABSOLUTO para que sea posible correlación alguna con nada perteneciente a un plano inferior— se lanza directamente al plano de la Mentalidad. Pero no existe en el universo entero ningún plano con margen más amplio o con un campo de acción más vasto en sus gradaciones casi interminables de cualidades perceptivas y de percepción, que este plano, el cual posee a su vez un plano apropiado más pequeño para cada “forma”, desde la mónada “mineral”, hasta que llega el tiempo en que esa mónada florece, por evolución, en la MÓNADA DIVINA. Pero durante todo el tiempo es aún una y la misma Mónada, diferenciándose solamente en sus encarnaciones a través de sus ciclos, que continuamente se suceden, de obscuración parcial o total del espíritu, o de obscuración parcial o total de materia —dos antítesis polares— según asciende a los reinos de la espiritualidad mental, o desciende a los abismos de la materialidad.
La Doctrina Secreta, I, 175

En otras palabras: ningún Buddhi puramente espiritual (Alma divina) puede tener una existencia (consciente) independiente antes que la chispa que brotó de la Esencia pura del Principio Sexto Universal —o el ALMA SUPREMA—, haya (a) pasado por todas las formas elementales pertenecientes al mundo fenomenal de aquel Manvantara, y (b) adquirido la individualidad, primeramente por impulso natural, y después por los esfuerzos propios conscientemente dirigidos (regulados por su Karma), ascendiendo así por todos los grados de inteligencia desde el Manas inferior hasta el superior; desde el mineral y la planta al Arcángel más santo (Dhyani-Buddha). La doctrina fundamental de la filosofía Esotérica no admite en el hombre ni privilegios ni dones especiales, salvo aquellos ganados por su propio Ego, por esfuerzo personal y mérito a través de una larga serie de mentempsicosis y reencarnaciones.
Ibid., I, 17

El texto general de nuestro estudio de esta noche se encuentra en La Doctrina Secreta, volumen I, página 83, estancia 3, versículo 10:

EL PADRE-MADRE HILA UNA TELA CUYO EXTREMO SUPERIOR ESTÁ UNIDO AL ESPÍRITU (Purusha), LA LUZ DE LA OSCURIDAD ÚNICA, Y EL INFERIOR A LA MATERIA (Prakriti), SU (del Espíritu) EXTREMO DE SOMBRAS; Y ESTA TELA ES EL UNIVERSO, HILADO CON LAS DOS SUBSTANCIAS HECHAS EN UNO, QUE ES SVÂBHÂVAT (a).

(a) En el Mandukya (Mundaka) Upanishad está escrito: “Así como una araña extiende y recoge su tela; así como brotan las hierbas en el terreno… del mismo modo es el Universo derivado de aquél que no decae” (I. 1. 7). Brahmâ, como el “germen de Tinieblas desconocidas”, es el material del cual todo se desenvuelve y desarrolla “como la tela de la araña, como la espuma del agua”, etc. Esto es gráfico y real, sólo si Brahmâ el “creador” es, como término, derivado de la raíz brih, aumentar o expandirse. Brahmâ “se expande” y se convierte en el Universo tejido de su propia sustancia.
La misma idea ha sido hermosamente expresada por Goethe, quien dice:
“Así al crujiente telar del Tiempo me someto
Y tejo para Dios la vestidura con que has de verle”.

En el transcurso de nuestros estudios hemos avanzado etapa por etapa, paso a paso, desde los principios generales, y nuestro curso se ha dirigido siempre hacia ese punto de emanación y evolución que se encuentra en el amanecer de la manifestación o en la apertura del manvantara. Hemos tocado someramente muchos asuntos, porque en ese momento la complejidad del tema no nos permitía adentrarnos y seguir avenidas laterales de pensamiento, por muy atractivas e importantes que éstas fueran; pero tendremos que explorar estas avenidas cuando en el curso de nuestros estudios el tiempo y la oportunidad traigan una vez más ante nosotros los portales que hemos pasado y a los que quizá sólo hemos echado un vistazo.
Hemos traído a consideración de aquéllos que leerán estos estudios, ciertos principios naturales fundamentales, tan fundamentales e importantes en sus respectivos sentidos como las dos piedras fundacionales de la teosofía popular de estos días, llamadas reencarnación y karma. Uno de estos principios es la doctrina de las jerarquías, sobre la que podría decirse mucho más, y será dicho a su debido tiempo.
Otro de tales principios fundamentales o doctrinas —una verdadera llave que abre el propio corazón del ser y, aparte de otras cosas, llega al significado-raíz del así llamado origen del mal y del impulso interno hacia lo correcto y hacia la rectitud, que el hombre llama su sentido moral— es aquél que emana de las concepciones filosóficas que hay detrás de la palabra swabhāva, que generalmente significa: la característica esencial de cualquier cosa. Los escolásticos medievales hablaron de esta esencialidad de las cosas como sus quidditas, o quiddity [esencia de una cosa; quid, busilis. N. del T.] —la “quedad” [“whatness” en inglés. N. del T.] de cualquier cosa: eso que es su corazón, su naturaleza esencial, su esencialidad característica—. La palabra swabhāva (un nombre) en sí misma se deriva de la raíz sánscrita bhū, que significa “volverse, hacerse, convertirse en, llegar a ser”, o “ser”, y el prefijo sva (o swa) es también sánscrito y significa “sí mismo”. La palabra traducida de este modo significa “el llegar a ser por sí mismo”, un término técnico, una palabra clave en la que son inherentes concepciones filosóficas de un sentido de inmenso y amplio alcance. Desarrollaremos algunas de éstas más ampliamente en la medida en que procedamos con nuestros estudios.
En la cita de las estancias que hemos leído esta noche habrán notado la palabra swabhavat, de los mismos elementos que swabhāva, de la misma raíz sánscrita. Swabhavat es el presente participio del verbo bhū, que significa “aquello que llega a ser sí mismo”, o desarrolla de dentro hacia afuera su ser esencial por emanación o evolución; en otras palabras, aquello que por auto-impulso desarrolla las potencias latentes en su naturaleza, en su sí mismo, en su ser del ser. Hemos hablado a menudo del Más Interno del Interno para implicar aquella conexión o raíz más íntima por la que nosotros (y todas las otras cosas) emanamos desde la propia esencia del corazón de las cosas, que es nuestro COMPLETO SER, y hemos hablado de ello algunas veces con los brazos cruzados sobre el pecho; pero tenemos que ser excesivamente cuidadosos de no pensar que este Más Interno del Interno está en el cuerpo físico. Permítanme explicar qué quiero decir. Los cabalistas dividen los planos de la naturaleza en los que los diez Sephīrōth llegaron a ser —extraño español éste, pero expresa el pensamiento con mucha precisión y bastante correctamente— cuatro durante la manifestación, y fueron llamados los cuatro ‘ōlām, una palabra que tenía originalmente el significado de “encubierto”, “escondido” o “secreto”, pero también usada para “tiempo”, y asimismo usada, casi exactamente, en el sentido de las enseñanzas gnósticas de “aions” (eones) como esferas, lokas en sánscrito. El más alto de los ‘ōlāms cabalísticos, o esferas, era ‘ōlām atsīlōth, que significa: el “eón”, “edad” o “loka” de la “condensación”. El segundo era llamado ‘ōlām hab-berīāh, que significa: el eón, edad o loka de la “creación”. El tercero en descendente y creciente materialidad era llamado ‘ōlām ha-yetsīrāh, o loka de la “forma”. El cuarto y último, más material y más grosero, era llamado ‘ōlām ha-‘aśīāh, que significa: el eón o mundo de la “acción” o “causas”. Ese último plano, esfera o mundo es el más bajo de los cuatro, y se le llamaba a veces el mundo de la materia o, también, de las “cáscaras”, siendo el hombre (y otras entidades físicas) algunas veces considerado una cáscara en el sentido de ser la vestimenta, el vehículo o el corpus del espíritu morador.
Ahora bien, psicológicamente se consideraba que estas cuatro esferas eran copiadas, reflejadas, o tenían un sitio (lugar) en el cuerpo humano; y para corresponder con los cuatro principios básicos en los que los filósofos cabalistas judíos dividieron al hombre, el neshāmāh (o espíritu) se suponía que tenía su sitio en la cabeza, o más bien revoloteando por sobre ella; el segundo, rūahh (o alma), se suponía que tenía su sitio o centro en el seno o pecho; el tercero, el más bajo de los principios activos, llamado nephesh (o el alma animal-astral), se suponía que tenía su sitio o centro en el abdomen. El cuarto vehículo era el gūph, o el cascarón envolvente del cuerpo físico. El neshāmāh, el superior de todos, desde el que los otros emanaron etapa por etapa —el rūahh del neshāmāh, el nephesh del rūahh, y el gūph del nephesh (el gūph es en realidad el linga-śarīra, esotéricamente, y secreta el cuerpo físico humano)— no debe ser considerado tanto en la cabeza como circundando, por decirlo así, la cabeza y el cuerpo. Podría relacionárselo con un rayo solar, con un rayo eléctrico o aun con la así llamada Cadena Dorada del gran poeta griego Homero y de los muy posteriores filósofos neoplatónicos, que conecta a Zeus con todas las entidades inferiores; o con la cadena de seres en una jerarquía relacionada por su hyparxis con los planos inferiores de la siguiente jerarquía superior.
Este Más Interno de lo Interno está en esa parte de nosotros que nos envuelve, que está sobre nosotros físicamente, más bien que en nosotros. Y en realidad es nuestra mónada espiritual. Por tanto, antes de que podamos saber qué queremos significar con swabhāva, y la maravillosa doctrina que emana fundamentalmente de ahí, tenemos que entender qué queremos significar por mónada y el sentido en el que usamos la palabra mónada. Aquéllos que fueron estudiantes de H. P. Blavatsky cuando estaba viva y con nosotros, y que han estudiado bajo el cuidado de W. Q. Judge y Katherine Tingley, se darán cuenta de la necesidad de aclarar el sentido escogiendo palabras que transmitirán clara y sensiblemente, y sin posibilidad de mala interpretación, los pensamientos que yacen detrás de las palabras. En la filosofía europea, mónada, como una palabra filosófica, parece haber sido empleada primeramente por el gran filósofo italiano, el célebre Giordano Bruno, un neoplatónico de pensamiento, quien derivó su inspiración de la filosofía de Grecia ahora llamada neoplatonismo. Un uso más moderno de la palabra mónada, en un sentido filosófico-espiritual, fue el que le diera el filósofo eslavo-alemán, Leibniz. El monadismo formó el corazón de todas sus enseñanzas, y dijo que el universo estaba compuesto, edificado, de mónadas: es decir, él las concibió como centros espirituales que no tienen extensión, pero que tienen una energía de desarrollo interna e inherente, siendo de varios grados las respectivas huestes de mónadas, logrando cada una su propio desarrollo por medio de una naturaleza característica innata (o swabhāva). El significado esencial de esto, como se ve de inmediato, es la individualidad característica, que es el sí mismo, persiguiendo su propio desarrollo y creciendo por etapas más y más alto por medio del desarrollo del sí mismo o del llegar a ser de sí mismo (o swabhāva). Leibniz enseñó que estas mónadas estaban conectadas espiritual, física y psíquicamente por una “ley de armonía”, como él lo expresaba, que es nuestro swabhavat —el “Auto-Existente”, desarrollándose, durante la manifestación, en las huestes de mónadas, o centros monádicos.
Leibniz parece haber tomado (al menos en parte) la concepción filosófica principal con respecto a sus mónadas, tal como fue desarrollada en su filosofía —en su Monadología—, del místico belga Van Helmont. Este hombre, Van Helmont, sin embargo, la tomó de Bruno o, quizás, directamente, como lo hizo Bruno, de los filósofos neoplatónicos. Hasta cierto punto las ideas básicas de Bruno, Van Helmont y Leibniz se parecen entre ellas; también, en este tema, se parecen a las enseñanzas de la sabiduría esotérica, de la teosofía esotérica, pero sólo en cuanto a lo que consideramos la manifestación, porque al final las mónadas mismas entran en el “silencio y en la oscuridad”, como lo habría dicho Pitágoras, cuando el gran mahā-pralaya o disolución cósmica comienza. Una mónada, en las enseñanzas antiguas ahora llamadas teosofía —recuerden que “teosofía” en realidad significa: la sabiduría que los dioses o seres divinos estudian, verdaderamente un asunto divino—, significa un átomo espiritual (estamos obligados acá a usar un lenguaje popular), y un átomo espiritual es equivalente a decir: individualidad pura, el sí del sí mismo, la naturaleza esencial, característica o núcleo swābhāvico de cada ser espiritual, el ser de sí mismo. Esta sabiduría esotérica deriva este ser —no su ego, que es una cosa enteramente diferente, más baja e inferior—, deriva esta mónada divina, esta divina sustancia-conciencia, del Paramātman, el así llamado ser supremo, no que este ser supremo sea Dios en el curiosamente contradictorio sentido cristiano, sino supremo en el sentido de absoluta, incondicionada y todo-penetrante universalidad para, y en, una sola agregación cósmica de jerarquías, pues es la cima, la culminación, el pináculo y la fuente de ella.
Si recordamos lo que hemos estudiado en relación a esto, y las concepciones que ilustramos sobre la pizarra por medio de diagramas, recordaremos que representamos lo más alto que podemos concebir intelectualmente, como un triángulo, así lo figuramos en nuestras mentes. No que esto más elevado realmente sea un triángulo, lo cual sería risible, sino que nos lo representamos diagramáticamente de esta manera; y a la esfera superior —en el sentido matemático de ser sin extensión física tal como nosotros la concebimos— de la cual todos los subsiguientes peldaños, planos o gradaciones de cualquier jerarquía irradian, la llamamos el Ilimitado, el Sin Límites, el Eyn Sōph como los cabalistas dijeron; y los dos aspectos del Ilimitado formaron, por decirlo así, los dos lados del triángulo divino, siendo uno de estos dos aspectos Parabrahman (más allá de Brahman), y siendo el otro Mūlaprakriti (o naturaleza-raíz). Tiene que recordarse en relación a esto que cualquier representación diagramática puede mostrar, y a menudo así sucede, diferentes concepciones cuando las premisas difieren. Y después, que de este triángulo divino hubo una reflejo, por decirlo así, una emanación, en la sombra inferior, en la sustancia o materia debajo, los rayos del sol superior brillando en la atmósfera inferior, por así decirlo, e iluminándola, y que a esta atmósfera o sustancia inferior iluminada se la llamó la mónada inferior, y a la superior se la llamó la mónada superior; y que, mientras la energía u olas de vida irrumpía en su descenso a través de la segunda mónada o la mónada inferior, el cuadrado o naturaleza manifestada venía al ser, como la tercera etapa de la evolución. Con las premisas antes expuestas, por tanto, este triángulo superior, que puede ser considerado como uno, o una trinidad en unidad, es la mónada superior, o el Más Interno del Interno, el sí del sí mismo; y el triángulo inferior es su emanación, representando sus tres líneas el Padre, la Madre y el Hijo. El Padre, asimismo, puede ser considerado como el punto primordial del segundo o inferior triángulo, que es un centro-laya a través del cual se derraman en nuestra esfera las fuerzas que por sí y de sí se vuelven el universo.



En esto podemos ver un ejemplo del valor filosófico del sistema jerárquico considerado como una representación de la arquitectura simétrica de la naturaleza, porque cada etapa del progreso descendente, cada peldaño o plano descendente, es modelado y animado por las partes superiores que permanecen encima; mientras los planos o partes inferiores son espiritual, etérea y físicamente secretados y segregados paso a paso, plano tras plano, y exhalados como espuma sobre las capas inferiores de las ondas de vida. La naturaleza física tal como la vemos aun en este nuestro plano es, por decirlo así, divinidad concretada, y en realidad es luz concretada, porque la luz es materia etérea o sustancia.
Algún día deberemos estudiar esta cuestión de espíritu y sustancia, fuerza y materia, y sus relaciones e interacciones, más a fondo de lo que hemos sido capaces de hacerlo hasta acá en nuestras conferencias.
Ahora bien, desde lo más alto del altísimo, desde lo que para nosotros es lo desconocido de lo desconocido, el Más Interno de lo Interno, a través de todos estos planos, mana hacia abajo, por así decirlo, el rayo divino, pasando de una jerarquía a otra jerarquía debajo de esta, y luego a otra todavía más baja, y luego a una tercera aún más material, y así hasta que se alcanza el límite del agregado cósmico, cuando comienza a ascender a lo largo de la estupenda ronda, regresando hacia su fuente primordial. Noten cuidadosamente que mientras desciende, desarrolla estas varias jerarquías de sí mismo; y en su ronda de ascenso las absorbe en sí mismo de nuevo. Rodeando este inmenso agregado espiritual, se nos enseña a concebir un aura, por decirlo así, que toma la forma de un huevo, al cual podemos llamar, siguiendo el ejemplo de los cabalistas, el Shechīnāh, una palabra hebrea que significa “morada” o “vehículo”, o lo que la filosofía esotérica llama el huevo áurico en el caso del hombre, y que en este esquema paradigmático representa el universo que vemos alrededor nuestro en sus aspectos superiores, pues esta aura es el propio brote de Mūlaprakriti; mientras que esta línea mística que dibujamos en la figura como atravesando hacia abajo todos los varios grados de la jerarquía es el flujo del ser, la Conciencia Incondicionada, manando en lo más interno de cada cosa.
Para volver a la palabra swabhavat, el “sí mismo que llega a ser”, el “auto-existente”: es, en lo supra-espiritual, siguiendo el paradigma de arriba, la segunda mónada divina o el segundo Logos divino; o, viéndola de otra y más baja manera, es la primera mónada cósmica, el reflejo de la mónada divina primigenia o primordial que esta sobre ella, y es la primera manifestación o palpitación de vida cósmica cuando, habiendo sobrevenido el final del pralaya universal, se emite el grito, por decirlo así, en la atalaya de la eternidad, “¡Que haya manifestación y luz!”.
Los Elōhim en una etapa anterior fueron mónadas; y ustedes recuerdan que hicimos nuestra propia traducción de los versículos 26, 27 y 28 del primer capítulo del Génesis, y vimos que estos Elohīm dijeron, “Hagamos al hombre en nuestra propia sombra o fantasma (en nuestros propios seres de sombra o seres de materia), y en nuestro propio patrón”, esto es, hicieron al hombre volviéndose él; expresado en otras palabras, la humanidad es los principios inferiores de los propios Elohīm como mónadas.
Así, la mónada es lo más interno de nuestros seres, no como un alma, como un “don de Dios”, sino como la parte superior de nuestros seres; y nuestros mismos cuerpos son espíritu concretado, que sobre este plano es lo más bajo, el extremo sombrío, el extremo de materia, de la auto-jerarquía que cada uno de nosotros es.
Recordemos una vez más que cada jerarquía tiene su swabhāva o características específicas. Para ejemplificarlo por colores, una jerarquía es predominantemente azul; otra es predominantemente roja; otra, verde; otra, amarilla o dorada, y así; pero cada una tiene sus propias cuarenta y nueve raíces o divisiones, cuarenta y nueve aspectos de la única subyacente sustancia-raíz común a todas, a fin de que por necesidad cada una de estas cuarenta y nueve en su turno desarrolle uno de los otros colores. De modo que, si lo podemos percibir espiritualmente, debemos ver a toda la naturaleza que nos rodea brillando y fulgurando por doquier en la más espléndida interacción de colores; ¡una maravillosa imagen! Éste es un hecho puro, no una metáfora. Y, además, hay para cada kosmos una jerarquía cósmica que incluye todas las jerarquías menores que le corresponden, y cada jerarquía, grande o pequeña, está conectada, arriba y abajo (o afuera y adentro), a otras jerarquías, superiores e inferiores, y cada jerarquía separada, individual, consiste en nueve (o diez) planos o grados. Siete de éstos se encuentran, por todas partes, en los planos manifiestados. Por tanto, una jerarquía, hablando estrictamente, consiste en diez planos albergando diez estados de materia y diez fuerzas, pero siete de ellas son fuerzas manifetadas; las siete en manifestación van desde los mundos arūpa (o sin forma) a los rūpa (o con forma), y todas ellas están conectadas, coordinadas juntas, combinadas juntas, más allá de la concepción o entendimiento humano actual.
Es sobre estas líneas de pensamiento espiritual que el sistema dogmático religioso o científico riñe, si se nos permite usar esta expresión, con la filosofía esotérica, porque ese sistema está basado —al menos en lo que respecta al punto de vista científico— sobre hipótesis puramente mecánicas y materialistas inventadas por los científicos del siglo pasado concernientes a la naturaleza y acción de lo que es llamado materia y fuerza, como si con justicia pudiera haber una correcta definición o explicación de estas dos sobre una base de un mecanicismo fortuito que surge de la completamente inanimada “materia”.
Digamos ahora, aunque es desviarse un poco de nuestro tema principal, que la fuerza es simplemente materia sobre un plano superior —materia etérea, si se quiere—; y que la materia física es simplemente una fuerza sobre nuestro plano. En realidad, la materia no es nada más que fuerza concretada; o, para invertir la idea, la fuerza no es más que materia sublimada o eterealizada, porque los dos, materia y espíritu, son uno. Es mejor y más exacto decir que la materia es fuerza concretada o compactada, de igual manera que la naturaleza (la materia tal como la conocemos) es espíritu equilibrado.
Ahora podemos una vez más regresar a esta maravillosa enseñanza de swabhāva, luego de esta más bien larga pero necesaria explicación o introducción. La mónada es nuestro ser más interno; cada hombre tiene su mónada propia, o más bien es su propia mónada. Cada ser, de cualquier grado o tipo, tiene su particular naturaleza característica; no sólo las características externas o vehiculares que cambian de encarnación en encarnación y de manvantara en manvantara, sino que cada entidad, alta o baja, tiene, por decirlo así, una nota clave, o tónica, de su ser. Ésta es su swabhāva: el sí del sí mismo, la característica esencial del ser, por el impulso de la cual el ser se vuelve los muchos seres, produciendo y manifestando las huestes de variadas cualidades, tipos y grados. Ahora noten con atención: el impulso detrás de la evolución o del desarrollo no es externo a la entidad que se desarrolla sino que está dentro de ella; y los futuros resultados a ser logrados en la evolución —aquello en lo que la entidad que se desarrolla se convierte— yacen en germen o simiente en ella misma; tanto este impulso como este germen o simiente surgen de una cosa, y ÉSTA ES SU SWABHĀVA.
Recuerden lo que dijimos en nuestro anterior estudio sobre la naturaleza y evolución del universo. ¿Qué es un —o cualquier— universo? Es una auto-contenida, auto-sostenida y auto-suficiente entidad en manifestación, pero es sólo una de incontables huestes de otros universos, todos hijos del Ilimitado. Hay, por ejemplo, un universo atómico, y un universo terrestre o planetario, y un universo humano, y un universo solar, y así indefinidamente; y sin embargo todos se cohesionan, se interpenetran unos a otros, y forman algún agregado cósmico. Y ¿cómo y por qué? Porque cada universo, grande o pequeño, es una jerarquía, y cada jerarquía representa y es el desarrollo, es parte, del impulso espiritual y germen evolucionante que surge de ese ser, del ser de cada uno, cada cual desarrollando y evolucionando sus propias y particulares características esenciales; y todas estas fuerzas tomadas juntas son el swabhāva de cualquier entidad. Swabhāva, en pocas palabras, puede ser llamada la individualidad esencial de cualquier mónada, expresando sus propias características, cualidades y su propio tipo, por evolución auto-impulsada.
También debemos notar de paso que quizá la escuela más mística del buddhismo, y de la cual H. P. Blavatsky dice que se ha mantenido prácticamente más fiel en específico a ésta enseñanza esotérica de Gautama Buddha, es una escuela aún existente en Nepal, a la que se le llama la escuela Swābhāvika, un adjetivo sánscrito derivado del sustantivo swabhāva; esta escuela comprende a aquellos que siguen la doctrina de swabhāva, o la doctrina que enseña el llegar a ser o el desenvolvimiento del sí mismo por impulso interno —la auto-realización—. De acuerdo a ésta, no llegamos a ser “a través de la gracia de Dios”. Llegamos a ser lo que sea que somos o debemos ser por medio de nuestros propios seres; nos hacemos a nosotros mismos, derivamos nuestros seres de nosotros mismos, nos volvemos nuestros propios hijos; siempre lo hemos hecho así, y lo haremos por siempre así. Esto se aplica no sólo al hombre, sino que a todos los seres en todos lados. En esto vemos la raíz, la fuerza, el significado, de la moral. Somos responsables por cada acto que hacemos, por cada pensamiento que pensamos, responsables hasta por el último cuarto de penique, sin ser nunca nada “perdonado”, nunca nada “limpiado”, excepto cuando nosotros mismos convertimos el mal que hemos hecho en bien. Tendremos que discutir de forma más completa, alguna vez, la cuestión del origen del mal que está implicado en esto. Podemos notar de pasada que a esta escuela se la llama “ateísta” y “materialista” simplemente por dos razones: primero, el profundo pensamiento de esta doctrina es malinterpretado por los académicos occidentales; segundo, de hecho, muchos de sus seguidores se han degenerado.
De forma inmediata ven ustedes la fuerza ética de una doctrina tal como ésta de swabhāva, cuando se entiende de forma adecuada. Nos convertimos en lo que somos en germen en nuestra esencia más interna; asimismo, también seguimos y nos volvemos una parte del tipo y del curso de evolución de la particular cadena planetaria a la que pertenecemos por afinidad. Primero seguimos a lo largo del sombrío arco que desciende en la materia, y cuando hemos alcanzado el punto más bajo de ese arco, entonces, por medio del impulso interno de nuestra naturaleza, por medio de la evolución auto-dirigida —que es el propio corazón de esta doctrina de swabhāva, una de las doctrinas más fundamentales en la filosofía esotérica— cuando hemos alcanzado el fondo, repito, entonces el mismo impulso interno nos lleva (con tal que hayamos pasado el peligroso punto de ser atraídos hacia la más baja esfera de la materia) hacia arriba por el arco luminoso, hacia arriba y de nuevo hacia las esferas espirituales más altas, pero más allá del punto de partida desde donde al principio empezamos nuestro descenso en nuestro viaje cíclico hacia la experiencia material para ese manvantara.
Hacemos nuestros propios cuerpos, hacemos nuestras propias vidas, hacemos nuestros propios destinos, y somos responsables por todo ello, espiritual, moral, intelectual, psíquica e incluso físicamente. Es una doctrina de lo más importante; no hay espacio en ella para cobardía moral, no hay espacio en ella para repartir nuestra responsabilidad sobre los hombros de otro —Dios, ángel, hombre o demonio—. Podemos volvernos dioses, porque somos dioses en germen incluso ahora, internamente. Empezamos nuestro viaje evolutivo como una chispa divina no auto-consciente, y regresamos a nuestra fuente primordial del ser, siguiendo el gran ciclo del mahā-manvantara, como un dios auto-consciente.
Digamos acá que hemos llegado en este punto a lo que es un gran enigma para la mayoría de nuestros orientalistas occidentales. No pueden ellos entender las distinciones que los maravillosos viejos filósofos del oriente hacen respecto a las varias clases de los devas. Dicen aquéllos, en esencia: “Qué graciosas contradicciones hay en estas enseñanzas, que en muchos aspectos son profundas y parecen tan maravillosas. Algunos de estos devas (o seres divinos) se dice que son menos que el hombre; algunos de estos escritos incluso dicen que un buen hombre es más noble que cualquier dios. Y no obstante, otras partes de estas enseñanzas declaran que hay dioses superiores incluso que los devas, y sin embargo son llamados devas. ¿Qué significa esto?”.
Los devas o seres divinos, una clase de ellos, son las chispas de divinidad no auto-conscientes, realizando su ciclo descendente hacia la materia para hacer surgir desde dentro de sus seres, y para desdoblar o desarrollar, la auto-conciencia, la swabhāva de la divinidad que está dentro. Comienzan ellos su re-ascensión siempre en el arco luminoso, que en un sentido nunca acaba; y son ellos dioses, dioses auto-conscientes, en adelante, tomando una definitiva y divina parte en el “gran trabajo”, como han dicho los místicos, de ser constructores, desarrolladores, líderes, de jerarquías; en otras palabras, son mónadas que han llegado a ser sus propios seres más internos; que han pasado el Anillo-no-pasar que separa lo espiritual de lo divino. Recuerden y reflexionen sobre estos viejos dichos en nuestros libros: cada uno de ellos está preñado de significado, lleno de pensamiento.
Esta es, por tanto, la doctrina de swabhāva: la doctrina de desarrollo interno, de sacar a luz esa particular característica esencial o individualidad que está dentro, de la evolución auto-dirigida; y deben por fuerza ver el inmenso alcance que tiene ésta en el mundo moral, en el mundo teológico, en el mundo filosófico, ciertamente, incluso en el mundo científico respecto a los enredados problemas de la evolución, tales como la evolución de las especies, la herencia, el desarrollo de los tipos raíz, y muchos más.
Tendremos un día que estudiar con más detalle que sólo con el bosquejo que hemos dado acá, estas doctrinas divinas, muy divinas, especialmente en relación con cuestiones de la psicología humana; pues sobre estas doctrinas recae la ulterior (y mejor) comprensión de los propios principios que hemos esbozado esta noche y en anteriores reuniones. No podemos entender el universo o el funcionamiento y la interrelación de las fuerzas implicadas, hasta cuando dominemos al menos en cierto grado, y podamos llevar hasta el fin, el mandato del Oráculo Délfico, “¡Hombre, Conócete a ti mismo!”. Un hombre que de verdad se conoce a sí mismo, lo conoce todo, porque él es, fundamentalmente, todo. Él es cada jerarquía; él es dioses, demonios, mundos, esferas y fuerzas; y materia, conciencia y espíritu —todo está en él—. En un sentido, él es construido de las raíces de todo, y él es el fruto de todo; él tiene tiempo sin fin detrás de él y tiempo sin fin delante de él. ¡Qué evangelio de esperanza, qué evangelio de maravilla, es éste; cómo eleva el alma humana; cómo aspira la parte más interna de nosotros cuando reflexionamos sobre esta enseñanza! No por gusto es llamada la “enseñanza (o sabiduría) de los dioses”, teosofía —es decir, la enseñanza que los propios dioses estudian—. ¿Cómo llega un hombre a ser un mahātman o “gran ser”? Por medio de la evolución auto-dirigida, por medio de volverse eso que él es en sí mismo, en su más interno. Ésta es la doctrina de swabhāva.
Y acá debemos al menos aludir al misterio de la individualidad. Recuerden que la personalidad es la “máscara” (persona, como dijeron los latinos) o el reflejo en la materia de la individualidad; pero ser una cosa material puede conducirnos hacia abajo, a pesar de que es en esencia un reflejo de lo superior. Un viejo dicho dice que aquellas cosas que tienen realidad o verdad en ellas, son las más peligrosas; no aquellas cosas que son realmente irreales o falsas, porque éstas por sí mismas se caen en pedazos y se desvanecen con el tiempo.
Las mónadas, psicológicamente (tenemos las cuatro mónadas, la divina, la intelectual, la psicológica y la astral, correspondiendo a los cuatro planos básicos de la materia, pero todas las cuatro mónadas se derivan de la superior), desde el punto de vista de la generalización, son átomos espirituales, átomos búddhicos, siendo principios universales en lo que concierne a los planos debajo, y siendo el buddhi quizá el más misterioso de los siete principios del hombre y, desde nuestro presente punto de vista, el más importante. Pero la mónada humana, al ser contrastada con la mónada divina sobre ella, el potencialmente hombre inmortal, comprende los tres principios, ātman, buddhi y manas superior. Se requieren estos tres principios para hacer un dios auto-consciente. Ātman y buddhi solos no pueden hacer un dios auto-consciente; ellos son una chispa divina, una no desarrollada o no evolucionada chispa divina. En relación a esto tenemos que usar términos humanos; no tenemos los términos propios en español o en cualquier otro idioma europeo para expresar estos pensamientos sublimes.
En conclusión, recordemos que mientras que cada hombre tiene el Cristo dentro de sí mismo, y puede ser “salvado” sólo por este Cristo, puede ser salvado por ese Cristo interior sólo cuando escoge salvarse a sí mismo; la iniciativa tiene que venir desde abajo, desde sí mismo. Y mientras algunas personas, a través de una malinterpretación de esta doctrina de swabhāva, pueden hablar de fatalismo, esta noche no podemos hacer más que decir enfáticamente que esta doctrina no es fatalismo. Es por completo lo contrario de la hipótesis fatalista, que asegura que hay una fuerza ciega, desconocida, consciente o inconsciente, fuera del hombre, dirigiéndolo, conduciéndolo, en sus elecciones, actos y evolución, hacia la aniquilación, hacia el cielo o hacia el infierno. Esa no es la doctrina de swabhāva y eso no es enseñado en la filosofía esotérica.

De: Fundamentos de la Filosofía Esotérica
G. de Purucker

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