FUNDAMENTOS DE LA FILOSOFÍA ESOTÉRICA
SEIS
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EL AMANECER DE LA MANIFESTACIÓN: CENTROS-LAYA. UN UNIVERSO CONSCIENTE —ESPIRITUALMENTE INTENCIONAL. DOCTRINA ESTOICA DE LA INTERRELACIÓN DE TODOS LOS SERES. “LEYES DE LA NATURALEZA”. POLITEÍSMO FILOSÓFICO Y LA DOCTRINA DE LAS JERARQUÍAS.
(a) La Jerarquía de los Poderes Creadores está dividida esotéricamente en Siete (o 4 y 3), dentro de los Doce grandes Órdenes, registrados en los doce signos del Zodíaco; estando los siete de la escala en manifestación relacionados, además, con los Siete Planetas. Todos éstos se hallan subdivididos en grupos innumerables de Seres divinos Espirituales, semi-Espirituales y etéreos.
Las principales Jerarquías entre éstas, se hallan aludidas en el gran Cuaternario o los “cuatro cuerpos y las tres facultades”, exotéricamente, de Brahmâ, y el Panchâsyam, los cinco Brahmâs, o los cinco Dhyani-Buddhas en el sistema buddhista.
— La Doctrina Secreta, I, 213
El negarse a admitir que en todo el sistema solar no existan más seres racionales e intelectuales en el plano humano que nosotros, constituye la mayor de las presunciones de nuestra época. Todo cuanto tiene derecho a afirmar la ciencia, es que no existen Inteligencias Invisibles que vivan bajo las mismas condiciones que nosotros. No puede negar en redondo la posibilidad de que existan mundos dentro de mundos, bajo condiciones por completo diferentes de las que constituyen la naturaleza del nuestro, ni puede negar la posibilidad de que exista cierta limitada comunicación entre algunos de estos mundos y el nuestro. Al más elevado de estos mundos, según se nos enseña, pertenecen los siete órdenes de Espíritus puramente divinos; a los seis inferiores corresponden las jerarquías que pueden en ocasiones ser vistas y oídas por los hombres, y que se comunican con su progenie de la Tierra; progenie que se halla unida a ellas de modo indisoluble, teniendo cada principio en el hombre su origen directo en la naturaleza de estos grandes Seres, que nos proporcionan nuestros respectivos elementos invisibles.
— Ibid., I, 133
ABRIMOS nuestro estudio esta noche leyendo de La Doctrina Secreta, volumen I, página 258:
“Lo que sea que abandone el Estado Laya se convierte en vida activa; es arrastrado al torbellino del MOVIMIENTO (el disolvente alquímico de la Vida); Espíritu y Materia son los dos Estados del UNO, que no es ni Espíritu ni Materia, Siendo ambos la vida absoluta, latente” (Libro de Dzyan, Comm. iii, par. 18)… “El Espíritu es la primera diferenciación de (y en) el ESPACIO; y la Materia, la primera diferenciación del Espíritu. Lo que no es ni Espíritu ni Materia, es ESO — la CAUSA sin Causa del Espíritu y de la Materia, que son la Causa del Kosmos. Y a AQUELLO lo llamamos la VIDA UNA o el Aliento Intra-Cósmico”.
En nuestro estudio de hace una semana nos embarcamos en una breve discusión, o más bien en una digresión con respecto a ciertos factores astronómicos que caben ampliamente en la enseñanza oculta o esotérica que conduce a una correcta comprensión de la cosmogonía o la construcción del mundo, y también de la teogonía o el génesis de los dioses o de las inteligencias divinas que inician y dirigen la cosmogonía, como son éstas esbozadas en La Doctrina Secreta. Dentro del tiempo a nuestra disposición revisaremos con brevedad la fórmula en la que la sabiduría antigua toma cuerpo, y los agentes efectuales que actúan en la aurora de la manifestación; y esta noche nos comprometeremos a revisar brevemente los agentes causales o aspectos del mismo asunto.
El amanecer de la manifestación, como nos dice La Doctrina Secreta, comienza en y con el despertar de un centro-laya. La palabra sánscrita laya, como ya vimos antes, significa en esoterismo ese punto o sitio —cualquier punto o cualquier sitio— en el espacio que, debido a ley kármica se convierte de pronto en un centro de vida activa, primero en un plano superior y luego descendiendo en la manifestación a través, y por, los planos inferiores. En un sentido semejante, un centro-laya puede ser concebido como un canal, un conducto, a través del cual la vitalidad de las esferas superiores se está vertiendo, inspirando, insuflando, en los planos inferiores o estados de materia, o más bien de sustancia. Pero detrás de toda esta vitalidad hay una fuerza conductora. Hay mecánicos en el universo, mecánicos de muchos grados de conciencia y poder. Pero detrás de lo simplemente mecánico se encuentra el maquinista espiritual.
Parece absolutamente necesario primero empapar nuestras mentes una y otra vez con el pensamiento de que todo en nuestro universo cósmico, i.e., el universo estelar, está vivo, está dirigido por la voluntad y gobernado por la inteligencia. Detrás de cada cuerpo cósmico que vemos, hay una inteligencia directora y una voluntad conductora.
Si la teosofía tiene un enemigo natural contra el cual ha luchado y luchará siempre, es la opinión materialista de la vida, la opinión de que nada existe excepto la materia muerta e inconsciente, y de que el fenómeno de la vida, del pensamiento y de la conciencia, surge de ella. Esto no es meramente contranatural y en consecuencia imposible; es absurdo como una hipótesis.
Por el contrario, como podemos leer en la Doctrina Secreta, el postulado principal, fundamental y básico del ser, es que el universo es conducido por la voluntad y por la conciencia, guiado por la voluntad y por la conciencia, y está espiritualmente dirigido a un fin. Cuando un centro-laya es impulsado a la acción por el contacto de estos dos en su camino descendente, convirtiéndose en la vida corporeizada de un sistema solar, o de un planeta de un sistema solar, el centro se manifiesta primero en su plano superior. Los skandhas (que ya describimos en nuestro anterior estudio) son despertados a la vida uno tras otro: primero los superiores, luego los intermedios, y finalmente los inferiores, cósmica y cualitativamente hablando.
En tales centros-laya la vida corporeizada se muestra primero a nuestros ojos físicos como una nebulosa luminosa —materia que podemos describir como estando, claro, en el cuarto [¿sexto?] plano de la naturaleza o prakriti, pero no obstante, en el segundo (contando de forma descendente) [Is it right this way?] de los siete principios o estados del universo material. Es una manifestación, en ese universo, de daivī-prakriti, i.e., prakriti “resplandeciente” o prakriti “divina”. Al pasar los eones, este centro-laya, ahora manifestándose como una nebulosa, permanece establemente en el espacio, aunque lentamente desarrollándose y condensándose (siguiendo el impulso de las fuerzas que lo han despertado a la acción en este plano). Al pasar los eones, digo, es atraído hacia esa parte o localidad en el espacio, si estamos hablando de un sistema solar, o hacia ese sol, si estamos describiendo el venir al ser de un planeta, con el que tiene afinidades kármicas —skándhicas— o atracción magnética, y eventualmente se manifiesta, en el último caso, como un cometa. La materia de un cometa, a propósito, es enteramente diferente de la materia de la que tenemos algún conocimiento en la tierra, y es imposible de reproducir bajo cualesquiera condiciones físicas en nuestros laboratorios, porque esta materia, mientras está en el cuarto plano de manifestación (de lo contrario no deberíamos percibirla con nuestros ojos del cuarto plano), es materia en otro estado que cualquier estado conocido por nosotros —probablemente en el sexto estado, contando desde abajo, o el segundo estado, contando desde arriba.
De esa materia es el sol, o mejor dicho el cuerpo solar, en su forma exterior compuesta. Es materia física en su sexto estado, contando en forma ascendente, o en el segundo estado, contando en forma descendente o hacia el exterior; y su núcleo que, como H. P. Blavatsky nos dice en La Doctrina Secreta, es una partícula o un átomo solar de sustancia material primordial, o sustancia espiritual, es materia en el séptimo estado, contando hacia arriba, o el primero o superior, contando hacia abajo.
Con el tiempo, este cometa, si tiene éxito en seguir su camino para convertirse en lo que está destinado a ser, finalmente llega a ser un planeta; esto llega a ser a menos que se encuentre con algún desastre, como cuando es tragado por uno u otro de los soles por los que puede pasar en su desviada órbita. Algunos cometas en nuestro sistema solar tanto han alcanzado ya el estado planetario en sus primeras etapas, en su camino de llegar a ser un planeta crecido por completo del sistema solar, que sus órbitas se hallan dentro de los confines o límites del sistema. Por ejemplo, tal es el caso del cometa de Encke, que tiene una órbita elíptica, y que se mueve alrededor del sol en una curva cerrada en el espacio de un poco más de tres años. Otro es el de Biela que, según creo, no ha sido visto de nuevo luego de que pareció partirse en dos, creo que en los años cincuenta del siglo pasado. Otro fue el de Faye, que tiene la órbita más larga de estos tres. Otros dos son los de Vico y Brorsen.
Parecería como si todos aquellos cometas que son atraídos a órbitas elípticas alrededor de nuestro sol, fueron así atraídos porque estaban kármicamente destinados al final a convertirse en planetas de nuestro sistema; pero otros, de nuevo, sufren otro destino. Ellos perecen, absorbidos o hechos pedazos por las indecibles influencias activas que rodean no sólo nuestro propio sol sino todos los otros soles, porque cada uno de éstos, a la vez que es el centro de su propio sistema de planetas, y su dador de vida, desde otro aspecto es un vampiro cósmico. Queda mucho más por decir en este tema, pero es muy dudoso, en la presente etapa de nuestro estudio, que sea sabio embarcarse en una exposición más amplia ahora.
Esta noche deseamos retomar de nuevo el mismo hilo de pensamiento, continuando con un estudio del principio de las cosas como se esboza en el Génesis, y como es ilustrado más particularmente por la teosofía judía llamada la Qabbālāh. Si el tiempo que se nos ha asignado es insuficiente para hacer esto esta noche, esperamos comenzar ese estudio en nuestra siguiente reunión.
Nada en el universo está separado de cualquier otra cosa. Todas las cosas permanecen unidas no sólo por simpatía y magnetismo, sino porque todos los seres son fundamentalmente uno. Tenemos un ser, un ser de seres, manifestándose en el más Íntimo del más Íntimo ser de todos. Pero tenemos varios egos, y el estudio del ego en ese ramal de nuestro pensamiento que está abarcado bajo la cabeza de la psicología, es uno de los más inherentemente necesarios y uno de los más interesantes e importantes que puedan emprenderse.
Alrededor del ego, en lo que concierne a nosotros los humanos, se centran algunas de las más importantes enseñanzas de la sabiduría esotérica. Sin adentrarnos hasta alguna extensión en este estudio, es imposible que entendamos ciertas enseñanzas de La Doctrina Secreta. Los antiguos estoicos (la misma maravillosa filosofía que se originó con algunos de los filósofos griegos, y que llegó a ser tan merecidamente popular entre los profundos pensadores de Roma) enseñaron que todo en el universo está interrelacionado o entretejido, no por esencias fundamentalmente definidas o entidades interpenetrándose unas a otras, no simplemente en lo que los teósofos llaman ahora “planos del ser”, sino por diferentes aspectos o diferenciaciones de una sustancia común, la raíz de todas, y expresaron el principio por medio de tres palabras griegas, krasis di’ holou, “una mezcla a través de todas las cosas”, e interrelación de todas las esencias en el cosmos, surgiendo de, y diferenciado de, la sustancia-raíz común a todo. Esto es también la enseñanza de la sabiduría esotérica. Es la manifestación, en otras palabras, de todos los seres: de todos los seres pensantes, no pensantes y carentes de sentidos, y de todos los dioses que dan dirección y propósito al complejo universo que vemos alrededor de nosotros ahora; y en esta vida variada fue puesta la causa primordial de toda la belleza, la concordia, lo mismo que la disputa y la discordia que sí existen en la naturaleza y que son la causa de los así llamados errores que la naturaleza comete. El origen de lo que mucha gente llama el “misterio insoluble” del “origen del mal”. ¿Qué es el “origen del mal”? La sabiduría antigua dice que es simplemente el conflicto de voluntades de los seres en desarrollo —una inevitable y necesaria fase de la evolución.
El entender con propiedad esta interrelación implica otro tema importante de estudio que trataremos en una fecha posterior, y es el tema de las jerarquías. Jerarquía, por supuesto, significa simplemente que un esquema, o sistema, o poder y autoridad directiva delegada, existe en un cuerpo auto-contenido, dirigido, guiado y enseñado por uno que tiene autoridad suprema, llamado el jerarca. El nombre se usa en teosofía, por extensión de significado, como para significar los innumerables grados, rangos y estratos de las entidades que evolucionan en el kosmos, y como aplicándose en todas las partes del universo; y es correcto así, porque cada distinta parte del universo —y su número es simplemente incontable— está bajo el gobierno vital de un ser divino, de un dios, de una esencia espiritual, y todas las manifestaciones materiales son simplemente las apariencias, en nuestro plano, de los trabajos y acciones de estos seres espirituales detrás de él. La serie de jerarquías se extiende de forma infinita en ambas direcciones. El hombre podría, si lo escoge así para propósitos de pensamiento, considerarse en el punto medio, desde el cual se extiende sobre él una inacabable serie de peldaños sobre peldaños de seres superiores de todos los grados —convirtiéndose constantemente en menos materiales y más espirituales, y más grandes en todos los sentidos— hacia un punto inefable, y allí se detiene la imaginación; no porque la serie en sí misma se detenga, sino porque nuestro pensamiento no puede ir más allá, hacia fuera o hacia dentro. Y similar a esta serie, una infinitamente grande serie de seres y estados de seres descienden (para usar términos humanos) —hacia abajo y hacia abajo, hasta que allí también la imaginación se detiene sólo porque nuestro pensamiento no puede ir más allá.
La eterna acción e interacción, o lo que los estoicos también llamaron la interrelación de todos estos seres, produce eternamente los así llamados distintos planos del ser, y la acción de la voluntad de estos seres en materia o sustancias, es la manifestación de lo que llamamos las leyes de la naturaleza. Esta es una frase muy inexacta y engañosa; pero parece justificable en un sentido metafórico, porque así como un legislador humano enunciará o promulgará ciertas reglas de conducta, ciertos esquemas de acción, que deberán ser obedecidos, así las inteligencias detrás de las acciones de la naturaleza hacen lo mismo, no por una vía legislativa, sino por la acción de su propia economía espiritual. Así el hombre mismo, de manera similar, estipula las “leyes” para las vidas inferiores que componen sus esencias —los principios bajo el centro que él gobierna— y que comprende incluso el cuerpo físico, y las vidas que los construyen. Cada una de estas vidas es un universo microcósmico o cosmos, es decir, una entidad ordenada, una entidad regida por un hábito ineludible o ineluctable, que nuestros científicos, aplicando la regla a la acción cósmica universal, llaman las leyes de la naturaleza.
Y por turno, ellas, estas vidas inferiores, tienen universos similares bajo ellas. Es impensable que la serie pueda parar o tener un fin porque, si lo hiciera, tendríamos una infinidad que termina, una proposición impensable. Es sólo la poquedad de nuestras ideas y la debilidad de nuestra imaginación lo que nos hace suponer que debe haber un paro en ciertos puntos; y es esta debilidad de pensamiento lo que ha dado nacimiento y ha promovido el surgimiento de los diferentes sistemas religiosos; en un caso, el monoteísmo de la Iglesia cristiana, y en el otro caso, el monoteísmo de los mahometanos, y todavía en otro caso, el monoteísmo de los judíos. De estos tres, los judíos han tenido la historia más larga y la historia más sabia, pues los judíos nunca fueron originalmente un pueblo monoteísta. En su historia temprana eran convencidos politeístas —usando el término en el sentido filosófico, no sea que la gente imagine, cuando escuchan sobre el politeísmo, que significa nuestra absurda y moderna concepción equivocada occidental de lo que creemos que los romanos y griegos cultos pensaron sobre sus dioses y diosas, o lo que nosotros creemos que ellos debieron haber creído, que es un presuntuoso sinsentido.
La mitología popular de los griegos y romanos, como también la de los egipcios antiguos o la de Babilonia, y la de las tribus germánicas o célticas de Europa, era entendida de una manera diferente de nuestra grosera concepción errónea de ella; y concebida de manera diferente por los hombres sabios de aquellos días, quienes entendieron perfectamente bien todos los símbolos usuales y las alegorías por las que las enseñanzas esotéricas fueron delineadas y enseñadas en las mitologías populares. Y tenemos que recordar que “exotérico” no significa necesariamente falso. Significa sólo que en las enseñanzas exotéricas las claves para las enseñanzas esotéricas no han sido dadas.
A menudo escuchamos la afirmación hecha por creyentes monoteístas de que los “profetas” de Israel, los así llamado hombres sabios de esa gente, conocían mejor que sus predecesores antiguos lo que su gente debía saber y creer. Estos profetas enseñaron monoteísmo, se nos asegura, y desviaron los pensamientos de la gente lejos de las creencias antiguas —en realidad, la multiplicidad de creencias—, hacia un Dios tribal a quien llamaron Jehová, una palabra, por cierto, que los posteriores religionistas judíos ortodoxos tenían por, y aún tienen por, tan sagrada que ni siquiera la pronunciarían en voz alta, sino que, en la lectura en voz alta, se sustituye, en su lugar, por otra palabra, cuando esta palabra Jehová aparece en una oración en la Biblia judía. Ahora, esta palabra sustituta es Adonai, y significa “mis señores” —en sí misma, una auténtica confesión de pensamiento politeísta—. El judaísmo está repleto en su Ley o Biblia, al menos, de politeísmo; y tan propenso es el corazón humano a seguir los instintos de su espíritu que cuando la Iglesia cristiana en su ceguera destronó al politeísmo filosófico al considerarlo un error en la religión, la reacción, por completo esperada como consecuencia, pronto apareció, y esa Iglesia respondió al clamor de los corazones humanos sustituyendo por “santos” a los injuriados y desterrados dioses y diosas, inaugurando, de este modo, una adoración cultural ¡de hombres y mujeres muertos, en sustitución de poderes e inteligencias en la naturaleza! Les tuvieron que dar santos para suplir los lugares de las olvidadas deidades; e incluso dieron a estos santos más o menos los mismos poderes que los antiguos dioses y diosas se reputaban haber ejercido y haber tenido. Tenían un santo como patrón o protector de una ciudad, estado o país: San Jorge para Inglaterra, San Jaime para España, San Denis para Francia, y así. El mismo pensamiento, la misma función, el mismo deseo satisfecho —los instintos del corazón humano no pueden ignorarse o violarse con impunidad—. ¡Pero cuán grandemente distinta era la visión iniciada de los hombres sabios de los tiempos paganos!
Cuando los antiguos hablaban de la multiplicidad de dioses, lo hacían con sabiduría, entendimiento y reverencia. ¿Es concebible que los grandes hombres de los días antiguos que entonces descubrieron y establecieron los cánones de las creencias que seguimos —usualmente ignorantes de nuestra gran deuda con ellos— incluso ahora en todas nuestras líneas de pensamiento, y los cuales valoramos como pequeños niños y hemos valorado desde el renacimiento de la literatura en nuestro mundo occidental, es concebible, decía, que no tuvieran ellos concepción de unidad cósmica o divina, algo a lo que incluso el hombre de inteligencia promedio de ahora llegaría? ¡Cuán absurdo! ¡No! Ellos podían pensar, y conocían tan bien como nosotros, pero también sabían, sí, incluso los degenerados pensadores en las tempranas edades de la era cristiana, que si “Dios” hizo el mundo, siendo un Ser perfecto e infinito, su trabajo (o el trabajo de eso) sólo podría ser un trabajo perfecto e infinito, digno de su perfecto e infinito Hacedor, libre de vanidad, libre de limitaciones, libre de pecado, libre de decrepitud e incesante y persistente cambio. No obstante, mientras vemos y consideramos las cosas alrededor nuestro, mientras sabemos que el mundo, que es un ejemplar de cambio y en consecuencia de limitaciones y decadencia, y por tanto no puede ser y no es infinito, sabemos —los instintos de nuestro ser nos lo dicen— que es el trabajo de seres inferiores, de poderes menores y limitados, aunque espiritualmente elevados. Y mientras penetramos en nuestros propios pensamientos y estudiamos la vida de los seres y de la naturaleza que nos rodea, vemos también que hay vida dentro de la vida, rueda dentro de la rueda, propósito dentro de un propósito, y que detrás de las manifestaciones exteriores o acción (las “leyes de la naturaleza”) de los llamados dioses, hay todavía más sutiles poderes, todavía más excelsas inteligencias trabajando —en verdad, ruedas dentro de ruedas, vidas dentro de vidas, y así para siempre—, una inacabable e ilimitada unidad en la multiplicidad, y una multiplicidad sin límites e ilimitada, en unidad. Así, como se dijo antes, cuando hablamos de la unidad de la vida, o de la “divina unidad”, sólo queremos decir que acá nuestro penetrante espíritu ha alcanzado el límite de sus presentes poderes, un punto en el cual el pensamiento humano no puede ir más adelante. Ha alcanzado sus límites máximos, y por la debilidad de él estamos obligados en verdad a decir: hasta acá es lo más lejos que nuestro pensamiento puede ir. Es nuestro presente “Anillo llamado ‘¡No pasar!’”. Pero esta honesta confesión de la limitación humana no significa que no hay “nada” más allá. Por el contrario, es una prueba de que la vida y el espacio son interminables.
Ahora bien, los neoplatónicos, quienes fueron prominentes en los siglos tempranos de la era cristiana —y quienes, con los estoicos, proveyeron a la cristiandad con mucho de lo que tenía que era filosóficamente bueno, espiritual y correcto— enseñaron que la cima, el pináculo, la flor, el punto más alto (que ellos llamaron la hyparxis) de cualquier serie de seres animados e “inanimados”, ya sea que numeremos los estratos o grados de la serie en siete, en diez o en doce, era la “divina unidad” para esa serie o jerarquía, y que esta hyparxis, o flor, o cima, o principio, o ser superior, era de nuevo, a su vez, el ser inferior de la jerarquía por encima de él, y así, extendiéndose hacia delante para siempre.
Cambio dentro del cambio, rueda dentro de la rueda, cada jerarquía manifestando una faceta de la divina vida cósmica, cada jerarquía manifestando un pensamiento, por ponerlo así, de los divinos pensadores. El bien y el mal son relativos, e inflexiblemente se compensan y equilibran uno al otro. No hay bien absoluto, no hay mal absoluto; estos son sólo simples términos humanos. El “mal” en cualquier esfera de la vida es imperfección, para aquélla. El “bien” en cualquier esfera de la vida es perfección, para aquélla. Pero el bien de uno es el mal de otro, porque el último es la sombra de algo superior sobre él.
Justo como la luz y la oscuridad no son cosas absolutas sino relativas. ¿Qué es la oscuridad? La oscuridad es la ausencia de la luz, y la luz que conocemos es en sí misma la manifestación de la vida en la materia —por esto, un fenómeno material. Cada una es (físicamente) una forma de vibración, cada una es, por tanto, una forma de la vida.
Se han dado varios nombres a esas jerarquías que se consideran como una serie de seres. Por ejemplo, tomemos la estándar y generalizada jerarquía griega como la presentan los escritores en los períodos que precedieron el surgimiento de la cristiandad, aun cuando los neoplatónicos, como ya hemos visto, tenían sus propias jerarquías, y dieron nombres especiales a los estratos o los grados de ellas. A menudo esa gente que lo sabe todo —quiero decir con esto, las eminencias de los días modernos, quienes incluso creen que saben lo que los antiguos creyeron, mejor que lo que los antiguos mismos lo hicieron— afirman que el neoplatonismo se desarrolló tan sólo para oponerse y destronar, y para tomar el lugar de las maravillosas, doctrinas espirituales, salvadoras de almas, de la cristiandad, olvidando que del neoplatonismo y del neopitagorismo, y del estoicismo, la temprana cristiandad sacó casi todo lo del bien religioso y filosófico que tuvo en ella. Pero la doctrina neoplatónica era, de forma simple, realmente la exposición hasta cierto grado solamente de la doctrina esotérica de la escuela platónica y era, en su alcance esotérico, la enseñanza que Platón y los primeros pitagóricos enseñaron secretamente a sus discípulos.
Ahora retomamos nuestro hilo. La hyparxis, como mostramos, significa la cima o el principio de una jerarquía. El esquema empezó con el punto divino, el más alto, de una serie, o su divinidad.
(1) Lo Divino; (2) Dioses, o lo espiritual; (3) Semidioses, algunas veces llamados héroes divinos, cubriendo una doctrina muy mística; (4) Héroes propiamente; (5) Hombres; (6) Bestias o animales; (7) Mundo vegetal; (8) Mundo mineral; (9) Mundo elemental, o lo que fue llamado el reino del Hades. Como se dijo, la divinidad misma (o agregado de vidas divinas) era la hyparxis de esta serie de jerarquías, porque cada uno de estos nueve estratos era una jerarquía subordinada. Los nombres significan poco, pueden ustedes darles otros nombres; lo importante es captar el pensamiento. Ahora, como se dijo antes, recuérdese que esta sabiduría esotérica enseñó que esta (o cualquier otra) jerarquía de nueve, pende como una joya colgante de la jerarquía más baja sobre ella, lo cual hace la décima, contando hacia arriba, que podemos llamar, si gustan, lo súper-divino, lo híper-celestial; y que esta décima era el estrato más bajo (o la novena, contando hacia abajo) de todavía otra jerarquía que se extendía hacia arriba; y así, indefinidamente.
Ahora, cuando los cristianos finalmente destronan a la religión antigua, cuando el ciclo kármico había provocado una era de lo que Platón llamó esterilidad espiritual —y recordamos dividir el trabajo de la evolución en dos partes, épocas de esterilidad y épocas de fertilidad— cuando la religión cristiana se puso de moda como parte de una época de esterilidad, los cristianos asumieron mucho de este pensamiento antiguo, como era de esperarse: la historia simplemente repitiéndose a sí misma. Y lo obtuvieron, como ya se dijo antes, principalmente de los estoicos, de los neopitagóricos y de los neoplatónicos, pero en su mayoría de los neoplatónicos. Esto se hizo en una gran parte de Alejandría, el gran centro de la cultura griega y helenista para esa época; los principales pensadores del neoplatonismo también vivían en Alejandría. Esta corriente neoplatónica de pensamiento bello en la religión cristiana entró en ésta con especial fuerza alrededor del siglo quinto, a través de las escrituras de un hombre que fue llamado Dionisos el Areopagita, de la “Colina de Ares” o Marte en Atenas. La leyenda cristiana cuenta que cuando Pablo predicó en Atenas, lo hizo en la Colina de Marte o el Areópago, y que uno de sus primeros conversos fue un griego llamado Dionisos; y la tradición cristiana prosigue diciendo que éste fue, luego, el primer obispo cristiano de Atenas. Ahora bien, todo esto puede ser una fábula. Sin embargo, los cristianos lo afirman como un hecho.
En el siglo quinto o sexto, quinientos años más o menos luego de que se supone que Pablo predicó en Atenas, apareció en el mundo griego una obra que se llamaba a sí misma las escrituras de Dionisos el Areopagita —que aseguraba ser de la autoría de este mismo hombre—. Evidentemente, es la obra de un neoplatónico-cristiano. Es decir, de un cristiano quien, por razones propias, quizá por política (social o financiera), permaneció dentro de la Iglesia cristiana, pero era más o menos un griego pagano, un neoplatónico de corazón. Esta obra, al presentarse bajo el nombre del primer (alegado) obispo de Atenas, Dionisos, casi de inmediato comenzó a ponerse de gran moda en la Iglesia cristiana; y permanece hasta este día no realmente como una de las obras canónicas, sino como una de las obras que los cristianos consideran entre las más grandes, de linaje místico, que tienen ellos, y quizás su obra más espiritual. Afectó muy profundamente el pensamiento teológico cristiano desde el tiempo de su aparición.
Una de las obras comprendidas en este libro, atribuida por los mismos cristianos a Dionisos, el primer converso de Pablo en Atenas, es un tratado sobre las jerarquías divinas, en el que la enseñanza es que Dios es infinito y por tanto hizo el trabajo de la creación a través de seres menos abstractos y espirituales; y acá es expuesto un esquema de jerarquías, una inferior a la otra, una derivada de la otra, que es exactamente la enseñanza en la Qabbālāh; que también es exactamente la enseñanza de los platónicos y, en esencia, la de los estoicos, y la de la vieja mitología griega. Es, desde todos los ángulos, una enseñanza pagana, y sólo llegó a ser cristianizada porque fue adaptada a la nueva religión, y porque son usados nombres cristianos: en lugar de decir y enumerar dioses, héroes divinos, semidioses o héroes, hombres y animales, etc., los nombres son: Dios, Arcángeles, Tronos, Poderes, etc. Pero el pensamiento esquemático o esencial es el mismo. Más aún, de hecho hay pasajes en las obras de este Dionisos que son tomados palabra por palabra, a gran escala, de las escrituras del neoplatónico Plotino, quien vivió, floreció y escribió voluminosamente sobre temas neoplatónicos en el siglo tercero.
Ahora, esta obra, particularmente en el terreno del pensamiento eclesiástico dogmático, formó las bases de mucha de la teología de las iglesias griegas y romanas; podemos incluso decir que su teología medieval fue de hecho basada sobre ella. Formó la fuente principal de los estudios y escrituras del italiano Tomás de Aquino (siglo 13), uno de los grandes doctores medievales de la religión cristiana, y de Johannes Scotus, llamado Erigena, un irlandés (siglo 9), y probablemente de Duns Scotus (siglo 13), un notable escocés; y muchos más. Spenser, Shakespeare, y Milton, para hablar sólo de la literatura inglesa, están llenos del espíritu de estas escrituras. Suministraron mucho del pensamiento místico de las Edades Oscuras, y finalmente en una forma degenerada ayudaron a dar surgimiento a las urdimbres, sofismas y disputas de los casi-religiosos escritores conocidos como los escolásticos. Pero estos hombres habían perdido el sentido interno o corazón del asunto por el crecimiento eclesiástico y el poder político de la Iglesia cristiana, y comenzaron a discutir sobre asuntos sin consecuencia espiritual cualquiera, como: ¿Qué vino primero, la gallina o el huevo? o, ¿cuántos ángeles pueden bailar sobre la punta de una aguja?, o, si una fuerza irresistible encuentra un obstáculo inamovible, ¿qué pasa entonces? Estas más pragmáticas y útiles diversiones y caprichos intelectuales duraron cierto tiempo, y luego, con el renacimiento del pensamiento en Europa, debido en mucho a la labor de los devotos de la ciencia y de la filosofía natural, el mundo europeo empezó gradualmente a salirse de esta ciénaga mental, e introdujo una era que está ahora en plena y fuerte vigencia, y que ha inaugurado y que continúa para bien o para mal (quizás ambos) las corrientes del pensamiento humano tal como lo vemos ahora.
En conclusión, podemos llamar la atención hacia hecho de que justo para el tiempo cuando los primeros 5,000 años del ciclo hindú llamado el kali yuga (que dura 432,000) llegó a su fin, también llegó a su fin un cierto ciclo “Mesiánico” de dos mil cien años —(en realidad, en cifras exactas, 2,160), que es, nótese bien, sólo una mitad del ciclo-raíz hindú-babilónico de 4,320 años.
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EL AMANECER DE LA MANIFESTACIÓN: CENTROS-LAYA. UN UNIVERSO CONSCIENTE —ESPIRITUALMENTE INTENCIONAL. DOCTRINA ESTOICA DE LA INTERRELACIÓN DE TODOS LOS SERES. “LEYES DE LA NATURALEZA”. POLITEÍSMO FILOSÓFICO Y LA DOCTRINA DE LAS JERARQUÍAS.
(a) La Jerarquía de los Poderes Creadores está dividida esotéricamente en Siete (o 4 y 3), dentro de los Doce grandes Órdenes, registrados en los doce signos del Zodíaco; estando los siete de la escala en manifestación relacionados, además, con los Siete Planetas. Todos éstos se hallan subdivididos en grupos innumerables de Seres divinos Espirituales, semi-Espirituales y etéreos.
Las principales Jerarquías entre éstas, se hallan aludidas en el gran Cuaternario o los “cuatro cuerpos y las tres facultades”, exotéricamente, de Brahmâ, y el Panchâsyam, los cinco Brahmâs, o los cinco Dhyani-Buddhas en el sistema buddhista.
— La Doctrina Secreta, I, 213
El negarse a admitir que en todo el sistema solar no existan más seres racionales e intelectuales en el plano humano que nosotros, constituye la mayor de las presunciones de nuestra época. Todo cuanto tiene derecho a afirmar la ciencia, es que no existen Inteligencias Invisibles que vivan bajo las mismas condiciones que nosotros. No puede negar en redondo la posibilidad de que existan mundos dentro de mundos, bajo condiciones por completo diferentes de las que constituyen la naturaleza del nuestro, ni puede negar la posibilidad de que exista cierta limitada comunicación entre algunos de estos mundos y el nuestro. Al más elevado de estos mundos, según se nos enseña, pertenecen los siete órdenes de Espíritus puramente divinos; a los seis inferiores corresponden las jerarquías que pueden en ocasiones ser vistas y oídas por los hombres, y que se comunican con su progenie de la Tierra; progenie que se halla unida a ellas de modo indisoluble, teniendo cada principio en el hombre su origen directo en la naturaleza de estos grandes Seres, que nos proporcionan nuestros respectivos elementos invisibles.
— Ibid., I, 133
ABRIMOS nuestro estudio esta noche leyendo de La Doctrina Secreta, volumen I, página 258:
“Lo que sea que abandone el Estado Laya se convierte en vida activa; es arrastrado al torbellino del MOVIMIENTO (el disolvente alquímico de la Vida); Espíritu y Materia son los dos Estados del UNO, que no es ni Espíritu ni Materia, Siendo ambos la vida absoluta, latente” (Libro de Dzyan, Comm. iii, par. 18)… “El Espíritu es la primera diferenciación de (y en) el ESPACIO; y la Materia, la primera diferenciación del Espíritu. Lo que no es ni Espíritu ni Materia, es ESO — la CAUSA sin Causa del Espíritu y de la Materia, que son la Causa del Kosmos. Y a AQUELLO lo llamamos la VIDA UNA o el Aliento Intra-Cósmico”.
En nuestro estudio de hace una semana nos embarcamos en una breve discusión, o más bien en una digresión con respecto a ciertos factores astronómicos que caben ampliamente en la enseñanza oculta o esotérica que conduce a una correcta comprensión de la cosmogonía o la construcción del mundo, y también de la teogonía o el génesis de los dioses o de las inteligencias divinas que inician y dirigen la cosmogonía, como son éstas esbozadas en La Doctrina Secreta. Dentro del tiempo a nuestra disposición revisaremos con brevedad la fórmula en la que la sabiduría antigua toma cuerpo, y los agentes efectuales que actúan en la aurora de la manifestación; y esta noche nos comprometeremos a revisar brevemente los agentes causales o aspectos del mismo asunto.
El amanecer de la manifestación, como nos dice La Doctrina Secreta, comienza en y con el despertar de un centro-laya. La palabra sánscrita laya, como ya vimos antes, significa en esoterismo ese punto o sitio —cualquier punto o cualquier sitio— en el espacio que, debido a ley kármica se convierte de pronto en un centro de vida activa, primero en un plano superior y luego descendiendo en la manifestación a través, y por, los planos inferiores. En un sentido semejante, un centro-laya puede ser concebido como un canal, un conducto, a través del cual la vitalidad de las esferas superiores se está vertiendo, inspirando, insuflando, en los planos inferiores o estados de materia, o más bien de sustancia. Pero detrás de toda esta vitalidad hay una fuerza conductora. Hay mecánicos en el universo, mecánicos de muchos grados de conciencia y poder. Pero detrás de lo simplemente mecánico se encuentra el maquinista espiritual.
Parece absolutamente necesario primero empapar nuestras mentes una y otra vez con el pensamiento de que todo en nuestro universo cósmico, i.e., el universo estelar, está vivo, está dirigido por la voluntad y gobernado por la inteligencia. Detrás de cada cuerpo cósmico que vemos, hay una inteligencia directora y una voluntad conductora.
Si la teosofía tiene un enemigo natural contra el cual ha luchado y luchará siempre, es la opinión materialista de la vida, la opinión de que nada existe excepto la materia muerta e inconsciente, y de que el fenómeno de la vida, del pensamiento y de la conciencia, surge de ella. Esto no es meramente contranatural y en consecuencia imposible; es absurdo como una hipótesis.
Por el contrario, como podemos leer en la Doctrina Secreta, el postulado principal, fundamental y básico del ser, es que el universo es conducido por la voluntad y por la conciencia, guiado por la voluntad y por la conciencia, y está espiritualmente dirigido a un fin. Cuando un centro-laya es impulsado a la acción por el contacto de estos dos en su camino descendente, convirtiéndose en la vida corporeizada de un sistema solar, o de un planeta de un sistema solar, el centro se manifiesta primero en su plano superior. Los skandhas (que ya describimos en nuestro anterior estudio) son despertados a la vida uno tras otro: primero los superiores, luego los intermedios, y finalmente los inferiores, cósmica y cualitativamente hablando.
En tales centros-laya la vida corporeizada se muestra primero a nuestros ojos físicos como una nebulosa luminosa —materia que podemos describir como estando, claro, en el cuarto [¿sexto?] plano de la naturaleza o prakriti, pero no obstante, en el segundo (contando de forma descendente) [Is it right this way?] de los siete principios o estados del universo material. Es una manifestación, en ese universo, de daivī-prakriti, i.e., prakriti “resplandeciente” o prakriti “divina”. Al pasar los eones, este centro-laya, ahora manifestándose como una nebulosa, permanece establemente en el espacio, aunque lentamente desarrollándose y condensándose (siguiendo el impulso de las fuerzas que lo han despertado a la acción en este plano). Al pasar los eones, digo, es atraído hacia esa parte o localidad en el espacio, si estamos hablando de un sistema solar, o hacia ese sol, si estamos describiendo el venir al ser de un planeta, con el que tiene afinidades kármicas —skándhicas— o atracción magnética, y eventualmente se manifiesta, en el último caso, como un cometa. La materia de un cometa, a propósito, es enteramente diferente de la materia de la que tenemos algún conocimiento en la tierra, y es imposible de reproducir bajo cualesquiera condiciones físicas en nuestros laboratorios, porque esta materia, mientras está en el cuarto plano de manifestación (de lo contrario no deberíamos percibirla con nuestros ojos del cuarto plano), es materia en otro estado que cualquier estado conocido por nosotros —probablemente en el sexto estado, contando desde abajo, o el segundo estado, contando desde arriba.
De esa materia es el sol, o mejor dicho el cuerpo solar, en su forma exterior compuesta. Es materia física en su sexto estado, contando en forma ascendente, o en el segundo estado, contando en forma descendente o hacia el exterior; y su núcleo que, como H. P. Blavatsky nos dice en La Doctrina Secreta, es una partícula o un átomo solar de sustancia material primordial, o sustancia espiritual, es materia en el séptimo estado, contando hacia arriba, o el primero o superior, contando hacia abajo.
Con el tiempo, este cometa, si tiene éxito en seguir su camino para convertirse en lo que está destinado a ser, finalmente llega a ser un planeta; esto llega a ser a menos que se encuentre con algún desastre, como cuando es tragado por uno u otro de los soles por los que puede pasar en su desviada órbita. Algunos cometas en nuestro sistema solar tanto han alcanzado ya el estado planetario en sus primeras etapas, en su camino de llegar a ser un planeta crecido por completo del sistema solar, que sus órbitas se hallan dentro de los confines o límites del sistema. Por ejemplo, tal es el caso del cometa de Encke, que tiene una órbita elíptica, y que se mueve alrededor del sol en una curva cerrada en el espacio de un poco más de tres años. Otro es el de Biela que, según creo, no ha sido visto de nuevo luego de que pareció partirse en dos, creo que en los años cincuenta del siglo pasado. Otro fue el de Faye, que tiene la órbita más larga de estos tres. Otros dos son los de Vico y Brorsen.
Parecería como si todos aquellos cometas que son atraídos a órbitas elípticas alrededor de nuestro sol, fueron así atraídos porque estaban kármicamente destinados al final a convertirse en planetas de nuestro sistema; pero otros, de nuevo, sufren otro destino. Ellos perecen, absorbidos o hechos pedazos por las indecibles influencias activas que rodean no sólo nuestro propio sol sino todos los otros soles, porque cada uno de éstos, a la vez que es el centro de su propio sistema de planetas, y su dador de vida, desde otro aspecto es un vampiro cósmico. Queda mucho más por decir en este tema, pero es muy dudoso, en la presente etapa de nuestro estudio, que sea sabio embarcarse en una exposición más amplia ahora.
Esta noche deseamos retomar de nuevo el mismo hilo de pensamiento, continuando con un estudio del principio de las cosas como se esboza en el Génesis, y como es ilustrado más particularmente por la teosofía judía llamada la Qabbālāh. Si el tiempo que se nos ha asignado es insuficiente para hacer esto esta noche, esperamos comenzar ese estudio en nuestra siguiente reunión.
Nada en el universo está separado de cualquier otra cosa. Todas las cosas permanecen unidas no sólo por simpatía y magnetismo, sino porque todos los seres son fundamentalmente uno. Tenemos un ser, un ser de seres, manifestándose en el más Íntimo del más Íntimo ser de todos. Pero tenemos varios egos, y el estudio del ego en ese ramal de nuestro pensamiento que está abarcado bajo la cabeza de la psicología, es uno de los más inherentemente necesarios y uno de los más interesantes e importantes que puedan emprenderse.
Alrededor del ego, en lo que concierne a nosotros los humanos, se centran algunas de las más importantes enseñanzas de la sabiduría esotérica. Sin adentrarnos hasta alguna extensión en este estudio, es imposible que entendamos ciertas enseñanzas de La Doctrina Secreta. Los antiguos estoicos (la misma maravillosa filosofía que se originó con algunos de los filósofos griegos, y que llegó a ser tan merecidamente popular entre los profundos pensadores de Roma) enseñaron que todo en el universo está interrelacionado o entretejido, no por esencias fundamentalmente definidas o entidades interpenetrándose unas a otras, no simplemente en lo que los teósofos llaman ahora “planos del ser”, sino por diferentes aspectos o diferenciaciones de una sustancia común, la raíz de todas, y expresaron el principio por medio de tres palabras griegas, krasis di’ holou, “una mezcla a través de todas las cosas”, e interrelación de todas las esencias en el cosmos, surgiendo de, y diferenciado de, la sustancia-raíz común a todo. Esto es también la enseñanza de la sabiduría esotérica. Es la manifestación, en otras palabras, de todos los seres: de todos los seres pensantes, no pensantes y carentes de sentidos, y de todos los dioses que dan dirección y propósito al complejo universo que vemos alrededor de nosotros ahora; y en esta vida variada fue puesta la causa primordial de toda la belleza, la concordia, lo mismo que la disputa y la discordia que sí existen en la naturaleza y que son la causa de los así llamados errores que la naturaleza comete. El origen de lo que mucha gente llama el “misterio insoluble” del “origen del mal”. ¿Qué es el “origen del mal”? La sabiduría antigua dice que es simplemente el conflicto de voluntades de los seres en desarrollo —una inevitable y necesaria fase de la evolución.
El entender con propiedad esta interrelación implica otro tema importante de estudio que trataremos en una fecha posterior, y es el tema de las jerarquías. Jerarquía, por supuesto, significa simplemente que un esquema, o sistema, o poder y autoridad directiva delegada, existe en un cuerpo auto-contenido, dirigido, guiado y enseñado por uno que tiene autoridad suprema, llamado el jerarca. El nombre se usa en teosofía, por extensión de significado, como para significar los innumerables grados, rangos y estratos de las entidades que evolucionan en el kosmos, y como aplicándose en todas las partes del universo; y es correcto así, porque cada distinta parte del universo —y su número es simplemente incontable— está bajo el gobierno vital de un ser divino, de un dios, de una esencia espiritual, y todas las manifestaciones materiales son simplemente las apariencias, en nuestro plano, de los trabajos y acciones de estos seres espirituales detrás de él. La serie de jerarquías se extiende de forma infinita en ambas direcciones. El hombre podría, si lo escoge así para propósitos de pensamiento, considerarse en el punto medio, desde el cual se extiende sobre él una inacabable serie de peldaños sobre peldaños de seres superiores de todos los grados —convirtiéndose constantemente en menos materiales y más espirituales, y más grandes en todos los sentidos— hacia un punto inefable, y allí se detiene la imaginación; no porque la serie en sí misma se detenga, sino porque nuestro pensamiento no puede ir más allá, hacia fuera o hacia dentro. Y similar a esta serie, una infinitamente grande serie de seres y estados de seres descienden (para usar términos humanos) —hacia abajo y hacia abajo, hasta que allí también la imaginación se detiene sólo porque nuestro pensamiento no puede ir más allá.
La eterna acción e interacción, o lo que los estoicos también llamaron la interrelación de todos estos seres, produce eternamente los así llamados distintos planos del ser, y la acción de la voluntad de estos seres en materia o sustancias, es la manifestación de lo que llamamos las leyes de la naturaleza. Esta es una frase muy inexacta y engañosa; pero parece justificable en un sentido metafórico, porque así como un legislador humano enunciará o promulgará ciertas reglas de conducta, ciertos esquemas de acción, que deberán ser obedecidos, así las inteligencias detrás de las acciones de la naturaleza hacen lo mismo, no por una vía legislativa, sino por la acción de su propia economía espiritual. Así el hombre mismo, de manera similar, estipula las “leyes” para las vidas inferiores que componen sus esencias —los principios bajo el centro que él gobierna— y que comprende incluso el cuerpo físico, y las vidas que los construyen. Cada una de estas vidas es un universo microcósmico o cosmos, es decir, una entidad ordenada, una entidad regida por un hábito ineludible o ineluctable, que nuestros científicos, aplicando la regla a la acción cósmica universal, llaman las leyes de la naturaleza.
Y por turno, ellas, estas vidas inferiores, tienen universos similares bajo ellas. Es impensable que la serie pueda parar o tener un fin porque, si lo hiciera, tendríamos una infinidad que termina, una proposición impensable. Es sólo la poquedad de nuestras ideas y la debilidad de nuestra imaginación lo que nos hace suponer que debe haber un paro en ciertos puntos; y es esta debilidad de pensamiento lo que ha dado nacimiento y ha promovido el surgimiento de los diferentes sistemas religiosos; en un caso, el monoteísmo de la Iglesia cristiana, y en el otro caso, el monoteísmo de los mahometanos, y todavía en otro caso, el monoteísmo de los judíos. De estos tres, los judíos han tenido la historia más larga y la historia más sabia, pues los judíos nunca fueron originalmente un pueblo monoteísta. En su historia temprana eran convencidos politeístas —usando el término en el sentido filosófico, no sea que la gente imagine, cuando escuchan sobre el politeísmo, que significa nuestra absurda y moderna concepción equivocada occidental de lo que creemos que los romanos y griegos cultos pensaron sobre sus dioses y diosas, o lo que nosotros creemos que ellos debieron haber creído, que es un presuntuoso sinsentido.
La mitología popular de los griegos y romanos, como también la de los egipcios antiguos o la de Babilonia, y la de las tribus germánicas o célticas de Europa, era entendida de una manera diferente de nuestra grosera concepción errónea de ella; y concebida de manera diferente por los hombres sabios de aquellos días, quienes entendieron perfectamente bien todos los símbolos usuales y las alegorías por las que las enseñanzas esotéricas fueron delineadas y enseñadas en las mitologías populares. Y tenemos que recordar que “exotérico” no significa necesariamente falso. Significa sólo que en las enseñanzas exotéricas las claves para las enseñanzas esotéricas no han sido dadas.
A menudo escuchamos la afirmación hecha por creyentes monoteístas de que los “profetas” de Israel, los así llamado hombres sabios de esa gente, conocían mejor que sus predecesores antiguos lo que su gente debía saber y creer. Estos profetas enseñaron monoteísmo, se nos asegura, y desviaron los pensamientos de la gente lejos de las creencias antiguas —en realidad, la multiplicidad de creencias—, hacia un Dios tribal a quien llamaron Jehová, una palabra, por cierto, que los posteriores religionistas judíos ortodoxos tenían por, y aún tienen por, tan sagrada que ni siquiera la pronunciarían en voz alta, sino que, en la lectura en voz alta, se sustituye, en su lugar, por otra palabra, cuando esta palabra Jehová aparece en una oración en la Biblia judía. Ahora, esta palabra sustituta es Adonai, y significa “mis señores” —en sí misma, una auténtica confesión de pensamiento politeísta—. El judaísmo está repleto en su Ley o Biblia, al menos, de politeísmo; y tan propenso es el corazón humano a seguir los instintos de su espíritu que cuando la Iglesia cristiana en su ceguera destronó al politeísmo filosófico al considerarlo un error en la religión, la reacción, por completo esperada como consecuencia, pronto apareció, y esa Iglesia respondió al clamor de los corazones humanos sustituyendo por “santos” a los injuriados y desterrados dioses y diosas, inaugurando, de este modo, una adoración cultural ¡de hombres y mujeres muertos, en sustitución de poderes e inteligencias en la naturaleza! Les tuvieron que dar santos para suplir los lugares de las olvidadas deidades; e incluso dieron a estos santos más o menos los mismos poderes que los antiguos dioses y diosas se reputaban haber ejercido y haber tenido. Tenían un santo como patrón o protector de una ciudad, estado o país: San Jorge para Inglaterra, San Jaime para España, San Denis para Francia, y así. El mismo pensamiento, la misma función, el mismo deseo satisfecho —los instintos del corazón humano no pueden ignorarse o violarse con impunidad—. ¡Pero cuán grandemente distinta era la visión iniciada de los hombres sabios de los tiempos paganos!
Cuando los antiguos hablaban de la multiplicidad de dioses, lo hacían con sabiduría, entendimiento y reverencia. ¿Es concebible que los grandes hombres de los días antiguos que entonces descubrieron y establecieron los cánones de las creencias que seguimos —usualmente ignorantes de nuestra gran deuda con ellos— incluso ahora en todas nuestras líneas de pensamiento, y los cuales valoramos como pequeños niños y hemos valorado desde el renacimiento de la literatura en nuestro mundo occidental, es concebible, decía, que no tuvieran ellos concepción de unidad cósmica o divina, algo a lo que incluso el hombre de inteligencia promedio de ahora llegaría? ¡Cuán absurdo! ¡No! Ellos podían pensar, y conocían tan bien como nosotros, pero también sabían, sí, incluso los degenerados pensadores en las tempranas edades de la era cristiana, que si “Dios” hizo el mundo, siendo un Ser perfecto e infinito, su trabajo (o el trabajo de eso) sólo podría ser un trabajo perfecto e infinito, digno de su perfecto e infinito Hacedor, libre de vanidad, libre de limitaciones, libre de pecado, libre de decrepitud e incesante y persistente cambio. No obstante, mientras vemos y consideramos las cosas alrededor nuestro, mientras sabemos que el mundo, que es un ejemplar de cambio y en consecuencia de limitaciones y decadencia, y por tanto no puede ser y no es infinito, sabemos —los instintos de nuestro ser nos lo dicen— que es el trabajo de seres inferiores, de poderes menores y limitados, aunque espiritualmente elevados. Y mientras penetramos en nuestros propios pensamientos y estudiamos la vida de los seres y de la naturaleza que nos rodea, vemos también que hay vida dentro de la vida, rueda dentro de la rueda, propósito dentro de un propósito, y que detrás de las manifestaciones exteriores o acción (las “leyes de la naturaleza”) de los llamados dioses, hay todavía más sutiles poderes, todavía más excelsas inteligencias trabajando —en verdad, ruedas dentro de ruedas, vidas dentro de vidas, y así para siempre—, una inacabable e ilimitada unidad en la multiplicidad, y una multiplicidad sin límites e ilimitada, en unidad. Así, como se dijo antes, cuando hablamos de la unidad de la vida, o de la “divina unidad”, sólo queremos decir que acá nuestro penetrante espíritu ha alcanzado el límite de sus presentes poderes, un punto en el cual el pensamiento humano no puede ir más adelante. Ha alcanzado sus límites máximos, y por la debilidad de él estamos obligados en verdad a decir: hasta acá es lo más lejos que nuestro pensamiento puede ir. Es nuestro presente “Anillo llamado ‘¡No pasar!’”. Pero esta honesta confesión de la limitación humana no significa que no hay “nada” más allá. Por el contrario, es una prueba de que la vida y el espacio son interminables.
Ahora bien, los neoplatónicos, quienes fueron prominentes en los siglos tempranos de la era cristiana —y quienes, con los estoicos, proveyeron a la cristiandad con mucho de lo que tenía que era filosóficamente bueno, espiritual y correcto— enseñaron que la cima, el pináculo, la flor, el punto más alto (que ellos llamaron la hyparxis) de cualquier serie de seres animados e “inanimados”, ya sea que numeremos los estratos o grados de la serie en siete, en diez o en doce, era la “divina unidad” para esa serie o jerarquía, y que esta hyparxis, o flor, o cima, o principio, o ser superior, era de nuevo, a su vez, el ser inferior de la jerarquía por encima de él, y así, extendiéndose hacia delante para siempre.
Cambio dentro del cambio, rueda dentro de la rueda, cada jerarquía manifestando una faceta de la divina vida cósmica, cada jerarquía manifestando un pensamiento, por ponerlo así, de los divinos pensadores. El bien y el mal son relativos, e inflexiblemente se compensan y equilibran uno al otro. No hay bien absoluto, no hay mal absoluto; estos son sólo simples términos humanos. El “mal” en cualquier esfera de la vida es imperfección, para aquélla. El “bien” en cualquier esfera de la vida es perfección, para aquélla. Pero el bien de uno es el mal de otro, porque el último es la sombra de algo superior sobre él.
Justo como la luz y la oscuridad no son cosas absolutas sino relativas. ¿Qué es la oscuridad? La oscuridad es la ausencia de la luz, y la luz que conocemos es en sí misma la manifestación de la vida en la materia —por esto, un fenómeno material. Cada una es (físicamente) una forma de vibración, cada una es, por tanto, una forma de la vida.
Se han dado varios nombres a esas jerarquías que se consideran como una serie de seres. Por ejemplo, tomemos la estándar y generalizada jerarquía griega como la presentan los escritores en los períodos que precedieron el surgimiento de la cristiandad, aun cuando los neoplatónicos, como ya hemos visto, tenían sus propias jerarquías, y dieron nombres especiales a los estratos o los grados de ellas. A menudo esa gente que lo sabe todo —quiero decir con esto, las eminencias de los días modernos, quienes incluso creen que saben lo que los antiguos creyeron, mejor que lo que los antiguos mismos lo hicieron— afirman que el neoplatonismo se desarrolló tan sólo para oponerse y destronar, y para tomar el lugar de las maravillosas, doctrinas espirituales, salvadoras de almas, de la cristiandad, olvidando que del neoplatonismo y del neopitagorismo, y del estoicismo, la temprana cristiandad sacó casi todo lo del bien religioso y filosófico que tuvo en ella. Pero la doctrina neoplatónica era, de forma simple, realmente la exposición hasta cierto grado solamente de la doctrina esotérica de la escuela platónica y era, en su alcance esotérico, la enseñanza que Platón y los primeros pitagóricos enseñaron secretamente a sus discípulos.
Ahora retomamos nuestro hilo. La hyparxis, como mostramos, significa la cima o el principio de una jerarquía. El esquema empezó con el punto divino, el más alto, de una serie, o su divinidad.
(1) Lo Divino; (2) Dioses, o lo espiritual; (3) Semidioses, algunas veces llamados héroes divinos, cubriendo una doctrina muy mística; (4) Héroes propiamente; (5) Hombres; (6) Bestias o animales; (7) Mundo vegetal; (8) Mundo mineral; (9) Mundo elemental, o lo que fue llamado el reino del Hades. Como se dijo, la divinidad misma (o agregado de vidas divinas) era la hyparxis de esta serie de jerarquías, porque cada uno de estos nueve estratos era una jerarquía subordinada. Los nombres significan poco, pueden ustedes darles otros nombres; lo importante es captar el pensamiento. Ahora, como se dijo antes, recuérdese que esta sabiduría esotérica enseñó que esta (o cualquier otra) jerarquía de nueve, pende como una joya colgante de la jerarquía más baja sobre ella, lo cual hace la décima, contando hacia arriba, que podemos llamar, si gustan, lo súper-divino, lo híper-celestial; y que esta décima era el estrato más bajo (o la novena, contando hacia abajo) de todavía otra jerarquía que se extendía hacia arriba; y así, indefinidamente.
Ahora, cuando los cristianos finalmente destronan a la religión antigua, cuando el ciclo kármico había provocado una era de lo que Platón llamó esterilidad espiritual —y recordamos dividir el trabajo de la evolución en dos partes, épocas de esterilidad y épocas de fertilidad— cuando la religión cristiana se puso de moda como parte de una época de esterilidad, los cristianos asumieron mucho de este pensamiento antiguo, como era de esperarse: la historia simplemente repitiéndose a sí misma. Y lo obtuvieron, como ya se dijo antes, principalmente de los estoicos, de los neopitagóricos y de los neoplatónicos, pero en su mayoría de los neoplatónicos. Esto se hizo en una gran parte de Alejandría, el gran centro de la cultura griega y helenista para esa época; los principales pensadores del neoplatonismo también vivían en Alejandría. Esta corriente neoplatónica de pensamiento bello en la religión cristiana entró en ésta con especial fuerza alrededor del siglo quinto, a través de las escrituras de un hombre que fue llamado Dionisos el Areopagita, de la “Colina de Ares” o Marte en Atenas. La leyenda cristiana cuenta que cuando Pablo predicó en Atenas, lo hizo en la Colina de Marte o el Areópago, y que uno de sus primeros conversos fue un griego llamado Dionisos; y la tradición cristiana prosigue diciendo que éste fue, luego, el primer obispo cristiano de Atenas. Ahora bien, todo esto puede ser una fábula. Sin embargo, los cristianos lo afirman como un hecho.
En el siglo quinto o sexto, quinientos años más o menos luego de que se supone que Pablo predicó en Atenas, apareció en el mundo griego una obra que se llamaba a sí misma las escrituras de Dionisos el Areopagita —que aseguraba ser de la autoría de este mismo hombre—. Evidentemente, es la obra de un neoplatónico-cristiano. Es decir, de un cristiano quien, por razones propias, quizá por política (social o financiera), permaneció dentro de la Iglesia cristiana, pero era más o menos un griego pagano, un neoplatónico de corazón. Esta obra, al presentarse bajo el nombre del primer (alegado) obispo de Atenas, Dionisos, casi de inmediato comenzó a ponerse de gran moda en la Iglesia cristiana; y permanece hasta este día no realmente como una de las obras canónicas, sino como una de las obras que los cristianos consideran entre las más grandes, de linaje místico, que tienen ellos, y quizás su obra más espiritual. Afectó muy profundamente el pensamiento teológico cristiano desde el tiempo de su aparición.
Una de las obras comprendidas en este libro, atribuida por los mismos cristianos a Dionisos, el primer converso de Pablo en Atenas, es un tratado sobre las jerarquías divinas, en el que la enseñanza es que Dios es infinito y por tanto hizo el trabajo de la creación a través de seres menos abstractos y espirituales; y acá es expuesto un esquema de jerarquías, una inferior a la otra, una derivada de la otra, que es exactamente la enseñanza en la Qabbālāh; que también es exactamente la enseñanza de los platónicos y, en esencia, la de los estoicos, y la de la vieja mitología griega. Es, desde todos los ángulos, una enseñanza pagana, y sólo llegó a ser cristianizada porque fue adaptada a la nueva religión, y porque son usados nombres cristianos: en lugar de decir y enumerar dioses, héroes divinos, semidioses o héroes, hombres y animales, etc., los nombres son: Dios, Arcángeles, Tronos, Poderes, etc. Pero el pensamiento esquemático o esencial es el mismo. Más aún, de hecho hay pasajes en las obras de este Dionisos que son tomados palabra por palabra, a gran escala, de las escrituras del neoplatónico Plotino, quien vivió, floreció y escribió voluminosamente sobre temas neoplatónicos en el siglo tercero.
Ahora, esta obra, particularmente en el terreno del pensamiento eclesiástico dogmático, formó las bases de mucha de la teología de las iglesias griegas y romanas; podemos incluso decir que su teología medieval fue de hecho basada sobre ella. Formó la fuente principal de los estudios y escrituras del italiano Tomás de Aquino (siglo 13), uno de los grandes doctores medievales de la religión cristiana, y de Johannes Scotus, llamado Erigena, un irlandés (siglo 9), y probablemente de Duns Scotus (siglo 13), un notable escocés; y muchos más. Spenser, Shakespeare, y Milton, para hablar sólo de la literatura inglesa, están llenos del espíritu de estas escrituras. Suministraron mucho del pensamiento místico de las Edades Oscuras, y finalmente en una forma degenerada ayudaron a dar surgimiento a las urdimbres, sofismas y disputas de los casi-religiosos escritores conocidos como los escolásticos. Pero estos hombres habían perdido el sentido interno o corazón del asunto por el crecimiento eclesiástico y el poder político de la Iglesia cristiana, y comenzaron a discutir sobre asuntos sin consecuencia espiritual cualquiera, como: ¿Qué vino primero, la gallina o el huevo? o, ¿cuántos ángeles pueden bailar sobre la punta de una aguja?, o, si una fuerza irresistible encuentra un obstáculo inamovible, ¿qué pasa entonces? Estas más pragmáticas y útiles diversiones y caprichos intelectuales duraron cierto tiempo, y luego, con el renacimiento del pensamiento en Europa, debido en mucho a la labor de los devotos de la ciencia y de la filosofía natural, el mundo europeo empezó gradualmente a salirse de esta ciénaga mental, e introdujo una era que está ahora en plena y fuerte vigencia, y que ha inaugurado y que continúa para bien o para mal (quizás ambos) las corrientes del pensamiento humano tal como lo vemos ahora.
En conclusión, podemos llamar la atención hacia hecho de que justo para el tiempo cuando los primeros 5,000 años del ciclo hindú llamado el kali yuga (que dura 432,000) llegó a su fin, también llegó a su fin un cierto ciclo “Mesiánico” de dos mil cien años —(en realidad, en cifras exactas, 2,160), que es, nótese bien, sólo una mitad del ciclo-raíz hindú-babilónico de 4,320 años.
Fundamentos de la Filosofía Esotérica
G. de Purucker
(Actualmente en traducción)
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