domingo, marzo 25, 2007

FUNDAMENTOS DE LA FILOSOFÍA ESOTÉRICA

SIETE
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JERARQUÍAS: UNA DE LAS CLAVES PERDIDAS DE LA FILOSOFÍA ESOTÉRICA. LA TETRAKTYS SAGRADA PITAGÓRICA. LA ESCALA JERÁRQUICA DE LA VIDA: LA LEYENDA DE PADMAPĀNI.

La Teosofía procede sobre líneas más amplias. Desde el principio mismo de los Æones —en el tiempo y en el espacio en nuestra Ronda y Globo— los Misterios de la Naturaleza (por lo menos los que son legítimos conocer para nuestras razas), fueron registrados por los discípulos de aquellos mismos “hombres celestiales”, ahora invisibles, en figuras geométricas y símbolos. Las claves de los mismos pasaron de una generación de “hombres sabios” a otra. Algunos de los símbolos pasaron así de oriente a occidente, traídos del oriente por Pitágoras, que no fue el inventor de su famoso “Triángulo”. Esta figura, juntamente con el cubo plano y el círculo, son descripciones más elocuentes y científicas del orden de la evolución del Universo, espiritual y psíquico, así como físico, que volúmenes de Cosmogonías descriptivas y de “Geneses” revelados. Los diez puntos inscritos en ese “triángulo Pitagórico” valen por todas las teologías y angelologías emanadas jamás del cerebro teológico. Porque el que los interprete —en su misma superficie y en el orden dado— encontrará en estos diecisiete puntos (los siete Puntos Matemáticos ocultos) la serie no interrumpida de genealogías desde el primer Hombre Celeste al terrestre. Y, así como ellos dan el orden de los Seres, asimismo revelan el orden en que fueron desarrollados el Kosmos, nuestra Tierra y los elementos primordiales por los que ésta fue originada. Engendrada en los Abismos invisibles y en el útero de la misma “Madre”, como sus globos compañeros; el que domine los misterios de nuestra Tierra habrá dominado los de todos los demás.
— La Doctrina Secreta I, 612-13

“Esa LUZ es la que se condensa en las formas de los “Señores del Ser” —de los cuales los primeros y más elevados son, colectivamente, JIVÂTMA, o Partyagâtma (que en sentido figurado se dice que sale de Paramâtma. Es el Logos de los filósofos griegos, que aparece al principio de cada nuevo Manvantara). De éstos, en escala descendente —formados de las ondas más y más consolidadas de esta luz, que se convierte en materia densa en nuestro plano objetivo— proceden las numerosas jerarquías de las Fuerzas Creadoras; algunas informes; otras con su forma propia distintiva; otras, en fin, las más inferiores (Elementales), sin forma alguna propia, pero asumiendo toda clase de formas con arreglo a las condiciones que les rodean”.
— Ibid., II 33-4

INICIAMOS nuestro estudio esta noche leyendo de La Doctrina Secreta, volumen I, página 274:

Todo el Kosmos es dirigido, controlado y animado por series casi interminables de Jerarquías de Seres sensibles, teniendo cada uno de ellos una misión que cumplir, y quienes —ya les demos un nombre u otro, y los llamemos Dhyan-Chohans o Ángeles— son “mensajeros” en el sentido tan sólo de ser agentes de las Leyes Kármicas y Cósmicas. Varían hasta el infinito en sus grados respectivos de conciencia y de inteligencia; y el llamarlos a todos Espíritus puros, sin mezcla alguna terrena, “sobre la que el tiempo hará presa algún día”, es tan sólo tomarse una licencia poética. Pues cada uno de estos Seres, o bien fue o se prepara para convertirse en un hombre, si no en el presente, en uno de los pasados o venideros ciclos (Manvantaras).

Cuando terminamos nuestro estudio la semana pasada, dejamos sin mencionar una cantidad de asuntos muy importantes, que tendremos que tratar esta noche. Primero, unas pocas palabras más en relación a la teoría o hipótesis nebular y a la teoría planetaria derivada de ella, considerada desde el punto de vista teosófico, y consecuentemente, una más amplia explicación, o más bien un desarrollo, de la doctrina de las jerarquías, que nos conducirá al estudio al que hemos apuntado, es decir, a la consideración de la cosmogonía o el principio de los mundos como es esbozado en el Libro judío del Génesis o los Comienzos.
Hace cerca de cien años, más o menos con pocos años entre cada uno, murieron tres hombres notables, a saber: Kant, quizás el más grande filósofo que Europa ha producido; Sir William Herschel, el astrónomo; y el Marqués de Laplace; el primero, alemán, el segundo, anglo-alemán, y el tercero, francés. Todos estos tres hombres fueron responsables hasta cierto grado de la enunciación y del desarrollo de la teoría del comienzo de los mundos que resultó en la hipótesis nebular de Laplace. También es interesante notar que los tres hombres fueron de nacimiento humilde, y por la fuerza de sus propias inteligencias y caracteres llegaron a ser, los tres, hombres notables. Kant era, según creo, el hijo de un talabartero; Sir William Herschel era también de origen humilde, y en su juventud fue un oboísta en las guardias hanoverianas; y Pierre Simon Laplace era el hijo de un granjero; Laplace fue ennoblecido, y se le confirió el título nobiliario de marqués.
Ahora bien, la teoría nebular se originó realmente con Kant; él formuló los lineamientos básicos, el terreno fundamental, por decirlo así, sobre el que la teoría fue luego matemáticamente desarrollada por Laplace. Coincidente con la obra y los escritos de Kant era la obra astronómica de Herschel en Inglaterra, y esos dos hombres fueron responsables de los fundamentos de la teoría nebular. Laplace la tomó luego de que ellos habían más o menos formulado los principales lineamientos, y la desarrolló en lo que es llamado la teoría o hipótesis nebular de Laplace, y debido a su explicación en forma matemática del mecanismo del universo, es decir, del sistema solar y de los planetas y sus satélites, ha sido llamada una hipótesis “magníficamente audaz”. Fue Laplace quien llevó la teoría bastante más lejos del trabajo de Kant y Herschel; y, en un sentido, Laplace la materializó. Como nos dice H. P. Blavatsky, si la teoría nebular hubiera permanecido en el punto donde Kant y Herschel la habían dejado, habría poco que hacer para los escritores teosóficos y pensadores, excepto desarrollarla y explicarla de acuerdo con la filosofía esotérica.
Es muy interesante notar que otro gran hombre, Swedenborg, en Suecia, también trabajó sobre la misma teoría, y al parecer tuvo casi las mismas ideas que Kant y Herschel tenían respecto a un génesis nebular de los sistemas cósmicos. Ahora, estos dos últimos hombres tenían una idea espiritual detrás de la teoría que enunciaron, y fue el abandono de esta idea espiritual por Laplace, y la sustitución, por él, de una teoría mecánico-matemática en su lugar, que proveyó esas influencias que apartaron la hipótesis nebular de la línea, pensamiento y enseñanzas como fueron formuladas en la filosofía esotérica, tal como era enseñada por los maestros antiguos.
La hipótesis nebular ha sido modificada en algunos aspectos desde los días de Laplace; los científicos han pensado más acerca de ella, un hecho que también era cierto en 1887 o 1888 cuando H. P. Blavatsky escribió La Doctrina Secreta. Ha habido un intento de astrónomos de nuestros días, Sir Norman Lockyer y el astrónomo y matemático estadounidense See, para reemplazar un origen nebular de los cuerpos cósmicos, al menos en parte, con lo que ha sido llamado una hipótesis planetesimal o un origen planetesimal —es decir, que los cuerpos de un sistema solar han sido construidos de y por polvo cósmico y planetas minúsculos atraídos juntos por la fuerza de la gravitación. Ahora, esta teoría está, filosóficamente hablando, a una distancia inmensa de las enseñanzas de la filosofía esotérica, a pesar de que esta filosofía sí admite y enseña que en una etapa posterior de la evolución de cuerpos cósmicos, la recaudación y concreción de polvo estelar es, realmente, una de las fases en el crecimiento de los mundos.
La teosofía admite que un planeta o sistema solar, en el curso de su formación, sí reúne para sí polvo de estrella y cuerpos errabundos dispersos en el espacio; pero este factor en su crecimiento no es su origen. El origen de un sol, de un sistema solar y de los planetas en él, y consecuentemente del universo entero dentro de la zona circundada de la Vía Láctea, tiene un fondo espiritual, tiene esencias espirituales o dioses detrás de él, quienes forman tales sistemas y los dirigen, y son los maquinistas en él y de él. Su trabajo es llevado a cabo (más o menos) a lo largo de los lineamientos principales de la teoría nebular como fue enunciada por Kant y Herschel: es decir, el espacio es eternamente llenado con materia en una cierta etapa o condición del ser, y cuando esta materia, como Kant y Herschel hubieran dicho, recibe el divino impulso, es concretada y se vuelve luminosa, y esta concreción es fortalecida más (y posteriormente) al atraer hacia ella, desde la inmensa expansión espacial en la que está, polvo de estrella material y cuerpos más grandes.
Cuando vemos hacia el cielo vemos cuerpos materiales, cuerpos del cuarto plano vistos con nuestros ojos del cuarto plano, pero detrás de estos cuerpos del cuarto plano hay inteligencias espirituales, que son llamadas en la filosofía esotérica, dhyān-chohans, o “señores de la meditación”. Como lo ponen los antiguos, cada cuerpo celestial es un “animal”. Ahora, la palabra animal viene del latín, y significa ser viviente. En el habla cotidiana, hablamos de los animales cuando debemos decir bestias o brutos; esto es, un bruto es una entidad que no ha sido aún elevada al nivel de una entidad auto-consciente; es bruto en el sentido latín original, i.e., “pesado”, “grosero”, por tanto, irracional e incompetente; aún no está acabado. Pero un animal realmente significa un ser viviente, y en ese sentido la palabra se aplica a los seres humanos.
Asimismo, en opinión de los antiguos, se aplica a los cuerpos estelares, solares y planetarios —ellos son animales en el sentido de ser cosas vivientes, con un cuerpo físico, aunque, no obstante, animado: en las enseñanzas místicas de la filosofía esotérica, son cosas animadas, como en realidad es cada átomo, cada minúsculo universo, o minúsculo cosmos.
Ahora bien, esta animación es hecha por (o es la acción de) lo que comúnmente es llamado las jerarquías. No hay para cada entidad individual en el kosmos, ya sea átomo, bestia, hombre, dios, planeta o sol, un alma concreta, por así decirlo, derivada del alma-mundo universal, con nada —sin vínculos comunicantes— sobre ella y nada bajo ella; en absoluto. No hay verdaderas vacantes en la naturaleza, física, astral o espiritual; no hay vacíos. Todo está vinculado a todo lo demás, por literalmente incontables vínculos de unión, lo que es otra llave maestra para las enseñanzas de la filosofía esotérica. Como en el hombre, así es en cualquier otra unidad del ser, en cualquier otra entidad, la vida universal se manifiesta a través de una jerarquía; las cualidades multiformes y variadas de los seres no son sino los rayos de vida de una jerarquía, es decir, grados o peldaños de conciencia y materia, ascendiendo desde abajo hacia arriba o, si gustan, descendiendo desde arriba, a través de todo lo que el centro de conciencia —llámesele alma o ego por el momento— tiene que pasar en su evolución hacia la deificación.
Esta enseñanza de las jerarquías es fundamental. Es una de las actuales “claves perdidas” de la filosofía esotérica. Nada puede entenderse adecuadamente sin una clara comprensión de ella. Así como en nuestra psicología ordinaria al hombre se le considera una triada o entidad triforme —cuerpo, alma y espíritu—, de igual manera él puede ser considerado desde otro punto de vista como una entidad cuádruple, o como una quíntuple, una séxtuple, una séptuple, o (la más esotérica de todas) como una entidad décuple. ¿Por qué diez? Porque el diez es el número clave que explica la estructura compuesta del universo. El universo está construido sobre una escala decimal, esto es, sobre una escala en la que se cuenta por diez. En breve desarrollaremos en esbozo la importancia filosófica del siete y del diez. Digamos ahora que el hombre es septenario en nuestra opinión sólo porque tomamos en cuenta, como principios, dos elementos de su ser que no son, estrictamente hablando, principios humanos: uno, el cuerpo físico, que realmente no es un “principio” en absoluto; es sólo una casa, su “portador” en otro sentido, y no pertenece más al hombre —excepto que él lo ha excretado, lanzado de sí mismo— que lo que le pertenece la casa en la que su cuerpo vive. Es un ser humano completo sin él.
El segundo principio estrictamente no humano es el más alto de todos los siete, el ser superior, el ātman, el séptimo —no humano porque es universal—. El ser no pertenece más a mí que a usted o que a cualquier otro. La seidad es la misma en todos los seres. Pero más allá del ātman, está el Paramātman, que ya hemos estudiado en forma breve antes, el ser supremo. El ātman es, por decirlo así, la estrella de nuestra propia auto-emisión, la raíz de nuestra seidad, el punto donde nos adherimos, por decirlo así, al Altísimo. Si pudiésemos concebir un océano de éter súper-espiritual, por decir, y en ese océano —llámeselo conciencia—, un vórtice, un centro laya, un punto, un Punto Primordial, por el cual los seis principios bajo él fluyeran hacia la manifestación concreta por medio de sus vehículos —las almas o egos—, obtendríamos una muy cruda concepción de la raíz de nuestro ser. Es el ātman el canal o punto espiritual de donde lo súper-espiritual sale, por decirlo así, desde y a través de una barrera hacia abajo, hacia la vida individualizada. Este proceso lo explicaremos de manera más completa luego, y lo ilustraremos entonces con un diagrama.
Ahora bien, este asunto de las jerarquías se trata en las diferentes religiones del mundo virtualmente de la misma manera, pero bajo diferentes nombres y en diferentes esquemas paradigmáticos. Por ejemplo, ustedes pueden pensar en las diez partes, grados o peldaños de una jerarquía, como una sobre la otra, como los pisos de una casa o como los apartamentos en un edificio de apartamentos, un símil muy tosco, es verdad, pero que tiene la ventaja de sugerir peldaños o planos, y de sugerir alto y bajo. Podemos pensar respecto a una jerarquía en otra forma más sutil, como consistiendo en triadas o en esferas, o centros vivientes, tres tríadas colgando del punto décimo o más alto; y ese centro más alto es, como ya se explicó, el punto más allá del cual nuestro pensamiento e imaginación no puede remontarse más, y sólo decimos que este centro es el más alto que el intelecto humano puede alcanzar. Pero sabemos que más allá de este décimo, que es nuestro superior, está también el centro o plano más bajo de otra jerarquía aún más alta y de la que nuestra jerarquía cuelga como un pendiente; y así interminablemente. De la infinidad no podemos decir que comienza aquí y termina allá: si esto fuera así, no sería infinito, no sería ilimitado. Nuestra doctrina de vida universal, de conciencia universal, de una “ley” universal trabajando en todas partes, significa que esa “ley” se manifiesta en cada átomo, y en cada parte del ser universal, y en todas direcciones, y por toda la duración, y de la misma manera en todos lados, porque no puede manifestarse de formas radicalmente diversas; si fuese así, habría muchas “leyes” fundamentales y no sólo una “ley”.
Por ejemplo, en nuestro último estudio consideramos la jerarquía de la filosofía neoplatónica, que es realmente la enseñanza esotérica de la antigua Grecia en la forma que Platón le dio. Y había nueve estratos, nueve grados, colgando, por decirlo así, del más alto, el sol espiritual o el sol central. Podemos concebir estas jerarquías como siete círculos concéntricos, alrededor y derivando de un punto central, la tríada superior, a la cual podemos llamar el infinito o el Punto Primordial; u, otra vez, podemos llamar a este Punto Primordial el ātman o ser de la entidad pensante, el hombre, y luego las otras esferas o círculos del ser alrededor de él representarán sus seis otros principios, un poco de esta manera:

Esta es una manera de representar una jerarquía individual humana, las diferentes esferas o círculos concéntricos, seis de ellos, todos dimanando desde el centro, o séptimo elemento, el ser. Todas las jerarquías se dividen en siete, nueve o diez. La razón para esto es una cuestión a la que tendremos que ir pronto. No hay necesidad de representar todos estos métodos o esquemas paradigmáticos, pero la idea es la misma en todos. Otra forma de representar una jerarquía por paradigma es por líneas semejantes, diez de ellas, de esta manera:

O representando los nueve estratos o esferas como tres tríadas en tres planos, y la décima en su propio cuarto plano:



Hemos estudiado el sistema neoplatónico de las jerarquías en breve esbozo; y, si tenemos tiempo, esta noche trataremos de otros dos esquemas paradigmáticos por los que son diversamente representadas las jerarquías. Pongamos acá concienzuda atención al importante hecho, antes de proseguir, de que estos esquemas, estas representaciones paradigmáticas en una superficie plana, no significan que los grados, peldaños o planos del ser son ni superficies planas ni son como juego de cajones; sólo muestran por analogía, por insinuaciones, las relaciones y las funciones de los grados entre ellos.
Para todo hombre pensante resulta obvio que las jerarquías del ser no se levantan una sobre la otra como los pisos de una casa. Quizás sea correcto que alrededor del mundo sean representadas así por diferentes sistemas; pero esto es sólo para mostrar que hay alto y bajo, una serie de condiciones o estados del espíritu y de la materia. Justo como lo enseñaríamos a los niños, así nos enseñaron los antiguos maestros, de maneras simples. Tampoco debemos imaginar que las jerarquías realmente se extienden en algún lugar del espacio, en la forma de triángulos o círculos. Las representamos de esta manera para mostrar sus relaciones entremezcladas y sus funciones interpenetradas entre ellas. ¿Por qué, sin embargo, separamos los grados en tríadas? Porque unos ciertos de estos grados o planos están relacionados más cercanamente, se entremezclan con más facilidad, funcionan más fácilmente juntos, puesto que sus condiciones o estados son más cercanamente parecidos. (1) La primera tríada, la superior; (2) la intermedia; (3) la tríada inferior; y todas dando sombra al cuerpo físico. O podemos tomar otro esquema, y tener los tres centros inferiores formando la tríada del fondo; luego los tres centros intermedios; y luego los tres superiores; todas estas tres tríadas pendiendo de un punto, el Punto Primordial, “Dios”, si ustedes gustan.
Ahora consideremos la cuestión: ¿Tienen los cristianos una jerarquía en su teología? La tienen; y con esto quiero decir que los cristianos tenían una, aparentemente desde los tiempos tempranos, hasta que la natural resistencia de la mente humana comenzó a rebelarse contra el dogmatismo y la materialización de las enseñanzas cristianas que alcanzó su clímax en la época que precedió al renacer del pensamiento, cuando los descubrimientos de la ciencia liberaron las mentes humanas de sus grilletes dogmáticos. No obstante, hasta ese tiempo, esta enseñanza de las jerarquías controlando a los seres vivientes floreció en la Iglesia cristiana, y se originó en la forma que entonces tenía, como lo apuntamos en nuestro último estudio, en las escrituras de Dionisos el areopagita. Uno de sus trabajos fue llamado Sobre la Jerarquía Celestial, y mostraba cómo todos los seres espirituales fueron divididos en una jerarquía de diez grados o estratos, siendo el décimo o más alto, Dios. Este escritor místico hizo seguir a este trabajo otro llamado Sobre la Jerarquía Eclesiástica, y afirmó como buen cristiano, o para complacer a sus buenos amigos cristianos —existe toda razón para creer que él copió el esquema jerárquico de la filosofía neoplatónica, que era puramente pagana, claro— que en la tierra la jerarquía celestial estaba representada, reflejada o repetida, en la jerarquía eclesiástica, que era la Iglesia cristiana, coronada por Jesús como el más alto representante de ésta, y como el “Logo de Dios”.
¿Cuáles fueron los nombres que Dionisos dio a los grados o estratos de su jerarquía? Primero, Dios, como la cima, el Espíritu Divino; luego venían los Serafines; luego los Querubines; luego los Tronos, formando la primera tríada, Luego las Dominaciones, las Virtudes, los Poderes, formando la segunda tríada. Luego los Principados, luego los Arcángeles, luego los Ángeles, la tercer tríada, contando de forma descendente.
Resulta interesante notar que esta jerarquía es sincrética, esto es, compuesta, tomada de diferentes fuentes y construida en una unidad. Los Serafines y los Querubines vienen del hebreo. Esta palabra plural Serafines viene de una raíz hebrea que significa “arder con fuego”, por tanto, estar inflamado con amor. Querubines es una palabra curiosa, pero los eruditos en general piensan que significa “formas”. Se cree que místicamente los Serafines son de color rojo, y los Querubines azul oscuro. Los Tronos, las Dominaciones, las Virtudes, los Poderes, los Principados, son todos tomados de las enseñanzas cristianas de Pablo en las Epístolas, Efesios 1:21, y Colosenses 1:16, y son notablemente místicos. Los dos últimos, los Arcángeles y los Ángeles, no son en absoluto cristianos en su origen, sino que se derivan, en una descendencia indirecta y tortuosa, de los antiguos sistemas de pensamiento griegos y asiáticos —especialmente de los viejos persas— que reconocían mensajeros, ministros o transmisores entre el hombre y el mundo espiritual; la palabra griega angelos (ángel) significaba originalmente “mensajero”, y el tipo más alto de éstos eran llamados Arcángeles, o Ángeles en su más alto grado.
El fallo, o más bien insuficiencia, de este sistema cristiano es que su punto más alto no alcanzaba más arriba que este Dios, una modificación en líneas griegas de el judío Jehová; y no iba más abajo en alcance o extensión que el hombre mismo. El Inefable, Impensable, por un lado, y las inmensurables esferas de seres por debajo del hombre, por el otro, son ignorados. Era sólo un capítulo, arrancado de la sabiduría antigua, y asumido en la cristiandad; pero pequeño e imperfecto como era, proveyó a la cristiandad con todo el misticismo y pensamiento espiritualizado que la salvó de un completo materialismo en materia de religión durante la edad media.
Tratemos ahora de otra jerarquía, el esquema judío de la Qabbālāh. Observan ustedes que hay nueve grados aquí, nueve grados todos pendiendo del ser supremo o Dios. Ahora, la jerarquía judía cabalista, o jerarquías, o sistema de jerarquías, es un brote de las enseñanzas y pensamientos de los doctores judíos o rabinos de mucho tiempo atrás, y es realmente un reflejo de las enseñanzas esotéricas babilónicas.
Así como el Libro del Génesis (al menos los primeros capítulos) es en gran extensión tomado de los babilonios, así los judíos derivaron su angelología, o sistema de ángeles o jerarquías angelicales, de la misma fuente. Ahora bien, esta enseñanza encuentra su expresión más sutil en la teosofía judía llamada la Qabbālāh (esta palabra, como se dijo antes, significa “recibir” —i.e., sabiduría tradicional pasada de maestro a maestro—), y la enseñanza de las jerarquías en la Qabbālāh es fundamental, ya que todo el sistema está basado en ella: eso implica la interrelación y el intercambio de toda la vida y de todos los seres, entre lo inferior y lo superior. Por tanto, la Qabbālāh es, hasta donde cabe, un fiel reflejo de la filosofía esotérica. La Qabbālāh, tal como está esbozada en el libro del Zohar, una palabra que significa “esplendor” —este libro es a menudo llamado la Biblia de los cabalistas— es en gran parte exotérica desde el punto de vista teosófico, porque todas nuestras enseñanzas, con respecto a ciertos asuntos, están en el Zohar, pero no todas las explicaciones están ahí, y este hecho hace al libro exotérico, mientras hagan falta las claves.
La enseñanza en la Qabbālāh con respecto a las jerarquías y a la escala de la vida es que desde el Ilimitado, o Eyn Sōph, hacia lo que está infinitamente por debajo, la escala de la vida consiste en peldaños, grados o gradas, de conciencia y de inconsciencia, y de seres y seres, y que hay un intercambio constante, un interflujo de comunicación, entre estos innumerables grados de las varias jerarquías o mundos. Precisamente nuestra enseñanza —naturalmente—. La jerarquía cabalística consiste en, o con más precisión es tipificada por, nueve grados, planos o esferas que penden de un décimo (o de un primero, si se quiere), haciendo todos juntos, diez. Llevan los siguientes nombres: el primero es llamado la Corona, el Punto Primordial, el primer y más alto de los Sephīrōth (algunas veces deletreado Sefīrōth) o de los grados, peldaños, planos o esferas de que se habló antes. El siguiente Sephīra es llamado Sabiduría. (No tenemos tiempo ahora para dar las palabras hebreas acá; pueden encontrarse en cualquier libro sobre la Qabbālāh)[*]. El próximo, el tercero, es llamado Entendimiento o, quizás mejor, Inteligencia. Estos forman la cabeza y los dos hombros del Ādām Qadmōn, Hombre Arquetípico u Hombre Ideal. De acuerdo al pensamiento de los cabalistas, así como estas jerarquías están particular y simpáticamente relacionadas con ciertas respectivas partes del cuerpo humano, así también estas tres se dice que tienen su respectiva relación: ciertas partes sobre la coronilla de la cabeza, o en, o desde la cabeza, o perteneciendo a la cabeza, para el primer Sephīra; el hombro derecho a la Sabiduría; el izquierdo al Entendimiento. El brazo derecho es llamado Grandeza, o algunas veces, Amor; el brazo izquierdo es llamado Poder, o algunas veces Justicia, y es considerado una cualidad femenina; el busto o la región del pecho o del corazón es llamado Belleza. La pierna derecha (recuérdese que estoy hablando en forma general del Hombre Arquetípico) es llamado Sutileza; la pierna izquierda es llamada Majestuosidad, y es considerada un cualidad femenina. Los órganos generativos son llamados Fundación.
Ahora, éstos hacen nueve. Cada uno de estos grados se asume que emana del que está sobre él. Primero la Corona; de la Corona, la Sabiduría; de la Corona y de la sabiduría, el Entendimiento; de los tres —Corona, Sabiduría y Entendimiento— viene el cuarto; de los cuatro juntos viene el quinto; de los cinco juntos viene el sexto; y así en descenso hasta el noveno; y el noveno, con todas las fuerzas y cualidades de los otros detrás de él, produce este ser redondo, un contenedor en forma de huevo o “portador”, o vehículo, un huevo áurico; y este huevo áurico, como el décimo, es llamado Reino, o algunas veces el Lugar de Morada, porque es el fruto, resultado, emanación o campo de acción de todos los otros, manifestándose a través de estos distintos planos del ser.
¿Por qué las jerarquías deben algunas veces ser nombradas o consideradas como siete, y otras veces como diez? Porque el diez es el número más sagrado y fundamental en ocultismo. Es aquello sobre lo que el universo está construido. La estructura del ser está construida sobre las líneas de la década o el diez. Los pitagóricos, miembros de una de las escuelas de pensamiento de la antigua Grecia más místicas, tenían lo que ellos llamaban la sagrada Tetraktys, una palabra que se refiere al número cuatro; ¿y cómo representaban la Tetraktys? De esta manera: Primero un punto arriba y solo, la Mónada; luego dos puntos debajo de aquélla, o la Díada; luego tres puntos debajo de éstos, o la Tríada; y luego cuatro puntos debajo de estos, o la Tétrada —diez puntos en total—. Ellos tenían un juramento, el cuál consideraban como el más sagrado mandato de la escuela pitagórica, y lo pronunciaban cuando eran juramentados por la “Sagrada Tetraktys”. ¿Cuál es este juramento? Vale la pena recordarlo: “Por la Tetraktys, que ha suplido a nuestras almas con la fuente que contiene las raíces de la siempre fluyente naturaleza”. Esto está simplemente lleno de profundo pensamiento. Finalmente, la Tetraktys emblematiza (entre otras cosas) la procesión de los seres en la manifestación. Primero el Punto Primordial, luego la línea, luego las superficies, luego el cubo: 1+2+3+4=10.
Finalmente, ¿cuál es la diferencia entre el sistema de siete y el de diez? El siete es el número fundamental del universo manifestado; pero sobre el siete se cierne eternamente la infinita e inmortal tríada, lo Inmanifestado. Esta es la clave. Algunas religiones se especializan en sietes; pero todas las religiones tienen el diez, también, en sus diversos esquemas numéricos.
Como dice H. P. Blavatsky, el número diez es el principio secreto o sephírico, porque sobre y a través de este sistema decimal se forma y construye el universo. El hombre (como un todo) es décuplo, el universo (como un todo) es décuplo, pero ambos son septenarios en la manifestación. Cada átomo, cada ser viviente y cada universo es una completa jerarquía de diez grados: tres superiores considerados como la raíz, y siete inferiores en manifestación activa. Esta raíz, o tríada superior, es una enseñanza-Misterio concerniente a la cual se encuentra muy poca explicación abierta incluso en las literaturas antiguas.
En La Doctrina Secreta, volumen I, página 98, H. P. Blavatsky enumera primero ciertos asuntos en la Estancia ahí impresa, a saber: “La Voz de la Palabra, Svabhavat, los Números, pues él es Uno y Nueve”, a lo que adjunta lo siguiente como una nota al pie:

Lo cual hace Diez, o el número perfecto aplicado al “Creador”, el nombre dado a la totalidad de los Creadores fundidos en Uno por los monoteístas, lo mismo que los “Elohim”, Adam Kadmon o Sephira —la Corona— son la síntesis andrógina de los 10 Sephiroth que constituyen el símbolo del Universo manifestado en la Kabala popularizada. Los Kabalistas esotéricos, sin embargo, siguiendo a los ocultistas orientales, dividen el triángulo superior Sephirotal del resto (o Sephira, Chochmah y Binah [esto es, la Corona, la Sabiduría y el Entendimiento]), lo cual deja siete Sephiroth…

Luego, en la página 360, ella dice en relación a otros asuntos: “El 10, siendo el número sagrado del universo, era secreto y esotérico…”; y en la página 362: “…la entera porción astronómica y geométrica del lenguaje secreto sacerdotal fue construida sobre el número 10,…”
Podría ser interesante y valdría la pena mientras tanto señalar acá que estas citas dan la razón de por qué los cómputos numéricos de la filosofía esotérica aún no han sido satisfactoriamente resueltos por estudiantes con mente matemática —porque ellos persistirán en trabajar con el número siete, solo, a pesar de la abierta insinuación de lo contrario de Madame Blavatsky, pues ella dice abiertamente que el número siete tiene que ser usado en cálculos de una manera hasta ahora desconocida para los matemáticos occidentales. La sola insinuación debería ser suficiente por sí misma, porque el siete, considerado como una base para cómputo, es un número muy dificultoso e incómodo con el cual calcular. Ella alude al asunto de manera velada en sus Instrucciones esotéricas, número I, página 9, al hablar de Padmapāni, o el “Portador del Loto” —uno de los nombres del bodhisattva Avalokiteśvara en el misticismo tibetano. H. P. Blavatsky dice, luego de narrar una leyenda con relación a este personaje:

Él juró realizar la hazaña antes del fin del Kalpa, agregando que, en caso de fallar, deseaba que su cabeza se dividiera en innumerables fragmentos. El Kalpa terminó; pero la Humanidad no lo sintió dentro de su frío, malvado corazón. Entonces, la cabeza de Parmapâni se dividió y se destrozó en mil fragmentos. Movido por la compasión, la Deidad re-moldeó las piezas en diez cabezas, tres blancas y siete de varios colores. Y desde ese día el hombre ha llegado a ser un número perfecto, o DIEZ.
En esta alegoría la potencia del SONIDO, del COLOR y del NÚMERO es introducida muy ingeniosamente para velar el significado esotérico real. Para el profano se lee como uno de los muchos cuentos de hadas sin significado acerca de la creación; pero está cargado con significado espiritual y divino, físico y mágico. De Amitâbha —el no color o la gloria blanca— nacen los siete colores diferenciados del prisma. De éstos, cada uno emite un sonido correspondiente, formando el siete de la escala musical. Así como la geometría, entre las ciencias matemáticas, está especialmente relacionada a la arquitectura, y también —procediendo hacia lo universal— a la cosmogonía, así también los diez Jods de la Tétrada pitagórica, o Tetraktys, siendo hecha para simbolizar el Macrocosmos, el Microcosmos, o el hombre, su imagen, tenía también que ser dividida en diez puntos. Pues esto lo ha estipulado la Naturaleza misma, como será visto.

Una cita más, para terminar el tema. En la página 15, H. P. Blavatsky escribe brevemente como sigue:

Puesto que el Universo, el Macrocosmos y el Microcosmos, son diez, ¿por qué debemos dividir al Hombre en siete “principios”? Esta es la razón de por qué el número perfecto diez es dividido en dos, una razón que no debe darse públicamente: En sus totalidades, i.e., súper-espiritual y físicamente, las fuerzas son DIEZ: a saber, tres en lo subjetivo e inconcebible, y siete en el plano objetivo. Tengan en mente que les estoy dando ahora la descripción de los dos polos opuestos: (a) el triángulo primordial, que tan pronto como se ha reflejado en el “Hombre Celestial” —el más alto de los siete inferiores—, desaparece, regresando al “Silencio y a la Oscuridad”; y (b) el hombre astral paradigmático, cuya Mónada (Âtmâ) también es representada por un triángulo, puesto que tiene que volverse un ternario, o trino, en los interludios de conciencia Devachánica.
[*] Véase Isis sin velo, II, 213; y el Glosario teosófico.

De: Fundamentos de la Filosofía esotérica, Cap. 7
G. de Purucker

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