FUNDAMENTOS DE LA FILOSOFÍA ESOTÉRICA
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RASTROS DE LA FILOSOFÍA ESOTÉRICA EN EL GÉNESIS
Las religiones más antiguas del mundo —exotéricamente, porque la raíz o fundamento esotérico es uno— son la hindú, la mazdeísta y la egipcia. Viene luego la caldea, producto de aquéllas —enteramente perdida para el mundo hoy día, excepto en su desfigurado sabeísmo tal como al presente lo interpretan los arqueólogos. Después, pasando por cierto número de religiones de que se hablará más adelante, viene la judaica, que esotéricamente sigue la línea del magismo babilónico, como en la Kabala; y exotéricamente es, como en el Génesis y el Pentateuco, una colección de leyendas alegóricas. Leídos a la luz del Zohar, los cuatro primeros capítulos del Génesis son los fragmentos de una página altamente filosófica en la cosmogonía mundial.
— La Doctrina Secreta, I, 10-11
La primera lección que enseña la filosofía Esotérica es que la Causa incognoscible no produce la evolución, ya sea consciente o inconscientemente, sino que sólo exhibe periódicamente aspectos diferentes de sí misma para la percepción de las mentes finitas. Ahora bien; la Mente colectiva —la Mente Universal— compuesta de diversas e innumerables Huestes de Poderes Creadores, por más infinita que sea en el Tiempo manifestado, es, sin embargo, finita cuando se compara con el Espacio no-nacido e inmarcesible en su aspecto esencial supremo. Lo que es finito no puede ser perfecto…
Los Elohim hebreos, llamados “Dios” en las traducciones, que crearon la “luz”, son idénticos a los Asuras arios. También se les llama “Hijos de las Tinieblas” como contraste filosófico y lógico con la luz inmutable y eterna… Los Amshaspends zoroastrianos crean también el mundo en seis días o períodos, y descansan en el Séptimo; mientras que ese Séptimo es el primer período o “día” en la filosofía esotérica (creación Primaria en la cosmogonía aria). Este Æon intermedio es el Prólogo de la Creación que se halla en las fronteras entre la Causación eterna increada y los efectos finitos producidos; un estado de actividad y energía nacientes, como primer aspecto del Reposo inmutable y eterno. En El Génesis, en el cual no se ha gastado energía metafísica alguna, sino sólo una agudeza e ingenio extraordinarios para velar la Verdad esotérica, la “Creación” principia en la tercera etapa de la manifestación. “Dios”, o los Elohim, son los “Siete Regentes” del Pymander. Son ellos idénticos a todos los demás Creadores.
— Ibid., II 487-8
ESTA NOCHE comenzamos nuestro estudio con la siguiente cita del primer volumen de La Doctrina Secreta, página 224:
La Humanidad en su primera forma prototípica y de sombra, es la producción de los Elohim de Vida (o Pitris); en su aspecto cualitativo y físico, es la producción directa de los “Antepasados”, los Dhyanis inferiores, o Espíritus de la Tierra; pues su naturaleza moral, psíquica y espiritual, la debe a un grupo de Seres divinos, cuyo nombre y características se darán en el Libro II. Colectivamente, son los hombres el trabajo artesanal de huestes de espíritus varios; distributivamente son el tabernáculo de estas huestes; y en ocasiones, e individualmente, los vehículos de alguno de ellos.
Y en la página 225, segundo párrafo:
El hombre no es, ni podría nunca ser, el producto completo del “Señor Dios”; pero es el hijo de los Elohim, tan arbitrariamente puestos en el género masculino y en el número singular. Los primeros Dhyanis, comisionados para “crear” el hombre a su imagen, podían únicamente proyectar sus sombras a manera de un modelo delicado, sobre el cual pudiesen trabajar los Espíritus Naturales de la materia (Véase Libro II). Sin duda alguna, el hombre se halla formado físicamente por el polvo de la Tierra, pero sus creadores y formadores fueron muchos.
Parece aconsejable primero hablar de dos cosas, una cuestión menor y una cuestión mayor; tomemos primero la cuestión menor. Como se ha visto desde el principio de nuestros estudios, hemos estado presentando para consideración nuestra en cada una de nuestras reuniones, enseñanzas halladas en las grandes religiones del mundo, principalmente del pasado, que son similares o idénticas a las nuestras. Esto se hace para unir todas estas enseñanzas, tal como se encuentran en las viejas religiones, con las enseñanzas tal como fueron dadas por H. P. Blavatsky, esto es, con la teosofía. Esto muestra la universalidad de pensamiento en las religiones, y por ello provoca un espíritu de bondad y hermandad, y conduce a la acentuación del sentido moral que tanto hace falta en el estudio comparativo religioso de doctrinas de las religiones antiguas predominantes por la mayoría de los eruditos en el occidente de hoy. Suprime de una barrida la opinión egoísta de que “nosotros somos más perfectos y moralmente mejores que ustedes”, con la idea de que nosotros los occidentales somos una gente superior, y con la idea de que cierta raza y cierta religión son, por mandato de la Deidad, los receptáculos o vehículos escogidos para la única verdad: que todas las otras religiones son falsas, y que quienes las profesaban en tiempos antiguos eran simplemente ¡teas preparadas para arder!
La segunda y mayor cuestión es esta. Hemos venido constantemente presentando ciertas analogías religiosas o filosóficas y ciertos puntos de vista sobre ellas que son auténticas piedras de toque doctrinales; siendo nuestro objetivo que aquéllos que puedan leer estos estudios puedan tener a mano, y —por medio de los pensamientos allí expresados— tener fijadas con claridad en sus propias mentes, claves con las cuales probar la verdad y la realidad de las doctrinas esenciales o fundamentales de estas religiones antiguas, porque todas estas doctrinas en su esencia y en su significado interno, en aquellas viejas religiones, son ciertas. En este sentido, el brahmanismo es correcto, en este sentido el buddhismo es correcto, asimismo el confucianismo, y las doctrinas de Lao-tsé llamadas taoísmo. Todas son verdaderas en ese sentido.
Pero todas ellas han sido, en mayor o menor grado, sujetas a influencias de ciertas creaciones del antojo humano; y para uno que no ha sido entrenado en estos estudios, es a menudo una dificultad separar las extravagancias meramente humanas, de las enseñanzas de verdad natural de la antigua sabiduría-religión. Todas las religiones antiguas brotan de la misma fuente —la teosofía, como se le llama ahora—. Pero es, como se dijo antes, a veces una dificultad saber cuál es la enseñanza original y cuál sólo el agregado o creación humana. Estas creaciones de la fantasía humana y temor irreligioso son bastante evidentes en las dos religiones monoteístas modernas que han surgido del judaísmo, es decir, en el cristianismo y en el Islam. En estas dos, los agregados o fantasías son muy marcados; pero en ambos existe un sólido sustrato de pensamiento místico basado en las enseñanzas antiguas de la sabiduría-religión.
En el cristianismo está particularmente presente en las formas neopitagóricas y neoplatónicas, tal como de alguna manera se cristianizaron y como se manifestaron en las enseñanzas de Dionisos, llamado el Areopagita; y en la posterior religión mahometana está de alguna manera manifestado más de lejos en los préstamos hechos principalmente al pensamiento griego, aunque también a otras fuentes, como las encontramos delineadas por los doctores y pensadores mahometanos, tales como Ibn Sina, comúnmente llamado Avicenna en Europa, un persa, quien vivió y escribió a finales del siglo décimo; por Averroes, en Córdova, España, correctamente llamado Roshd, quien floreciera durante el siglo doceavo; y por otro eminente erudito mahometano (mencionando, de muchos, estos tres) Al Farabi, del siglo décimo, turco por descendencia. La sabiduría antigua también afectó las enseñanzas de Mahoma de una forma altamente mística, aun cuando cambió grandemente, como se muestra en las doctrinas súfies, que son particular y manifiestamente de origen persa, debiéndose su auge a esa sutil gente de mente espiritual, los persas. Estas doctrinas son un muy grato contraste con las duras y mecánicas creencias religiosas que surgieron del egoísmo de las toscas tribus arábicas de ese período.
El tema principal de nuestro estudio esta noche es la consideración de los versos de apertura del Libro de los Comienzos llamado Génesis —el primer libro en la Ley de los judíos—. Primero leeremos la traducción inglesa de estos versos tal como se encuentran en la “versión autorizada”, y del mismo capítulo haremos nosotros mismos una traducción, en la que ustedes serán capaces de ver las diferencias con la anterior; y explicaremos qué es la diferencia y cómo llega a ser, y para este propósito tendremos que hacer una breve exposición de ciertas particularidades del la antigua lengua hebrea.
En la versión autorizada de la Biblia inglesa, llamada la versión del Rey Jaime, el Libro del Génesis abre como sigue:
1. En el principio Dios creó el cielo y la tierra.
2. Y la tierra estaba sin forma, y vacía; y la oscuridad estaba sobre la faz del abismo. Y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.
3. Y Dios dijo: Que haya luz: y hubo luz.
4. Y Dios vio la luz, que era buena: y Dios separó la luz de la oscuridad.
5. Y Dios llamó a la luz Día, y a la oscuridad él la llamó Noche. Y la tarde y la mañana fueron el primer día.
6. Y Dios dijo, Que haya un firmamento en medio de las aguas, y que separe las aguas de las aguas.
7. Y Dios hizo el firmamento y separó las aguas que estaban bajo el firmamento de las aguas que estaban sobre el firmamento: y fue así.
8. Y Dios llamó al firmamento Cielo. Y la tarde y la mañana fueron el segundo día.
9. Y Dios dijo, Que las aguas bajo el cielo se junten en un lugar, y que la tierra seca aparezca: y fue así.
10. Y Dios llamó a la tierra seca Tierra; y a la unión de las aguas la llamó él Mares: y Dios vio que eso era bueno.
26. Y Dios dijo, Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza: y que tengan ellos dominio sobre el pez del mar, y sobre el ave del aire, y sobre el ganado, y sobre toda la tierra, y sobre cada cosa reptante que se arrastre sobre la tierra.
27. Así creó Dios al hombre a su propia imagen, a la imagen de Dios él lo creó; macho y hembra él los creó.
En primer lugar, el hebreo es una lengua semítica, una de las compañías de idiomas de las que el árabe, el etíope, el arameo (o aramaico), el fenicio y el asirio son otros miembros. El hebreo en el que la Biblia está escrita es llamado del hebreo Bíblico. Es hebreo antiguo. El idioma hablado en Palestina para el tiempo en que Jesús se supone que vivió sobre la tierra en Jerusalén y alrededor de esa región, era el arameo, y no el hebreo, que para entonces estaba extinto como lengua hablada, y, claro, cuando habló a sus discípulos les habló en arameo.
El idioma hebreo, tal como se encuentra en los manuscritos antiguos de la Biblia —ninguno anterior, probablemente, al siglo noveno de la era cristiana— está escrito con “puntos”, que toman el lugar de las vocales, porque la escritura hebrea es un sistema de consonantes. Tiene el aleph o a, que es no obstante reconocida como consonante; Tiene el waw o w, que es también reconocida como consonante; y tiene el yod o y, también reconocida como consonante, pero no tiene signos de vocales propias.
Por tanto, el idioma está escrito sin verdaderas vocales. Además, en los manuscritos más antiguos —y desde luego era así en los textos originales o pre-cristianos— las letras corren todas juntas, siguiendo una después de la otra, sin separación de palabras. Posiblemente había algunas marcas, por las que ciertos asuntos en el texto eran señalados como de particular importancia; pero las letras se seguían unas a otras de forma interminable, sin separación entre palabras, y sin vocales. Así, ven ustedes, hay un campo abierto para muchas clases de especulación, incluso para eruditos hebreos muy capaces, en cuanto a lo que podría haber originalmente significado cierta combinación de letras halladas en este interminable torrente. Esta manera de escribir era universal, prácticamente, en los tiempos antiguos; los primeros manuscritos griegos y latinos del Nuevo Testamento están escritos de esta manera, que sólo seguía la costumbre antigua, como puede aún verse en las ruinas de los edificios públicos en Grecia y en Roma. Obviamente, la interpretación, o lectura correcta, era a menudo dudosa: el lector podría estar bastante indeciso acerca del sentido original de un pasaje en un manuscrito así escrito.
Tanto era este el caso, que surgió en Palestina, en una fecha indeterminada —pero sabemos que podría remitirse a cerca del tiempo de la caída de Jerusalén antes de Tito o, digamos, cerca del principio de la era cristiana—, una escuela de intérpretes, quienes interpretaban por medio de lo que se complacían en llamar “tradición”, māsōrāh, es decir, conocimiento “tradicional”, cómo la Biblia hebrea debía de ser leída, cómo estos torrentes de consonantes debían de ser divididas para ser leídas en palabras, y qué puntos de vocal debían de ser puestos allí para arreglar la pronunciación de acuerdo con eso. Este sistema de “puntos” probablemente no fue introducido en el texto hasta el siglo séptimo. Esta escuela fue llamada la Escuela del Māsōrāh, y a sus expositores y seguidores se les llamó: masoretes.
Esta Escuela del Māsōrāh alcanzó su mayor desarrollo y finalización probablemente en el siglo noveno de la era cristiana. Pero aunque esta escuela dependía sobre lo que se llamó tradición, no hay una certeza de prueba de que las interpretaciones de sus propias combinaciones de letras en palabras fueran siempre correctas. Parecen éstas haber tenido, sin embargo, y haber pasado a la posteridad, algún conocimiento del sentido original general.
Para ilustrar este asunto, tomemos las primeras cinco palabras inglesas del Génesis: descartemos todas las vocales, reteniendo sólo las consonantes, y tenemos esto: nthbgnnnggdcrtd. Acá pueden ustedes insertar vocales casi a voluntad al buscar un significado. “En el principio Dios creó [In the biginning God created. N. del T.]”, ¡y ahora imaginen interminables líneas de tales consonantes!
Agreguen a eso el hecho de que la escritura hebrea comienza a la derecha y corre hacia la izquierda. Además, empieza en lo que nosotros llamaríamos el final del libro, y corre hacia el frente, tal como las escrituras en otras lenguas semíticas lo hacen. Esta manera de escribir no era poco común en otras gentes en los días antiguos. La escritura griega y latina, en tiempos antiguos, a veces seguía este sistema, pero luego, como pueden ver ahora si han estado en Grecia y en Roma, en las viejas inscripciones sobre los templos y en cualquier otro lugar, comenzaba a la izquierda y seguía hacia la derecha, usualmente sin separación de palabras. En las escrituras griegas (y de otros lugares también) muy viejas, también tenían lo que llamaban boustrophedon, de dos palabras griegas que significan “vuelta de buey” tomado del camino seguido por el buey del arado: cuando comienza, digamos, de un extremo de un campo, va hacia el otro extremo, y luego da la vuelta y regresa en la dirección opuesta, paralelo con la otra línea, al arar sus ranuras. Este método no es seguido en los manuscritos hebreos de la Biblia que nosotros poseemos.
Ahora bien, al comenzar nuestra traducción de los primeros versículos del Génesis, nos encontramos en las primeras dos palabras con una dificultad. Estas palabras pueden ser traducidas de dos o tres maneras diferentes. La traducción tal como es dada en las Biblias europeas, y tal como se encuentra en la versión inglesa autorizada, es una interpretación bastante correcta en lo que toca a las meras palabras; pero cualquiera que haya emprendido la traducción a partir de un lenguaje extranjero, y particularmente a partir de uno muerto, y más especialmente a partir de una lengua religiosa, y una de una escrita evidentemente más o menos en clave, puede darse cuenta de las dificultades que yacen en el escoger los varios significados que cualquier palabra puede tener, en escoger cuál es la palabra que resulta mejor para la traducción, cuál palabra lleva el significado más cercano a la intención del escritor. Las primeras dos palabras tal como son leídas usualmente son be y rēshīth; y separadas así, su significado es el siguiente: be significa “en”, rēshīth significa “principio”, siendo esta segunda palabra una forma femenina que viene originalmente de la palabra masculina rēsh, o rōsh, que significa (entre muchas otras cosas) “cabeza”, “parte principal”, “parte primera”. Por tanto, podríamos traducir be rēshīth como “en primera parte”, o “en la parte superior”, etc.
Pero esta misma combinación de letras —brashīth— puede ser traducida también (dividiendo de forma diferente) como bōrē, una palabra, un verbo, y shīth, otra palabra, un nombre: bōrē significa “formando”, y shīth, una “institución”, “establecimiento”, “disposición”. “Formando el establecimiento (o la disposición)” —¿de qué? El texto prosigue diciendo lo que es dispuesto o establecido—. Por disposición “formaron los Elohīm el cielo y la tierra”.
Además, la palabra rēsh, o rōsh, seleccionada arriba, puede significar también “cabeza”, como se dijo antes, significando “sabiduría”, o “conocimiento”; por tanto, “en sabiduría los Elohīm formaron cielos y tierra”. Recuerden, está permitido intercalar vocales casi a elección, porque las vocales no existen en el texto original del libro, en la Biblia misma; de aquí la apertura a más de sólo una interpretación.
Rēsh, o rōsh, entonces, también significa “cabeza”; significa asimismo “sabiduría”; significa también “hueste” o “multitud”. Así que acá podemos seleccionar incluso otra —una cuarta— traducción: berēsh, “en multitud”, o “por multitud”. Yithbārē sería entonces la próxima palabra, “formaron Elohīm”. Acá viene de nuevo otro cambio notable en el significado —y estoy haciendo estas observaciones para señalar cómo puede tener muchas traducciones el texto de la Biblia. Suponiendo entonces que dividamos las primeras catorce letras hebreas del texto en las siguientes combinaciones de palabras: be-rēsh yithbārē elohīm, tenemos (usando yithbārē, que es una de las formas del verbo hebreo, llamado la forma reflexiva, significando acción sobre uno mismo) la siguiente traducción: “por multitud”, “por medio de una multitud, los dioses se formaron a ellos mismos”. ¿Qué sigue en el texto? “en los cielos y la tierra”, esto es, “en una hueste (o multitud) los dioses se formaron (hicieron) a sí mismos en los cielos y la tierra”. Véase la vasta diferencia en significado de la versión autorizada. Esta última traducción creemos que es la mejor; muestra de inmediato la identidad de pensamiento con todos los otros sistemas cosmogónicos.
“Por multitud formados” (o “desarrollados”: esta palabra bārā significa “engrosarse”, “dar forma”, “volverse pesado o grueso”, “cortar”, “formar”, “ser nacido”, “desarrollar”) —“por (o en) multitud” o “a través de (o en) multitud se desarrollaron a sí mismos los Elohīm en los cielos y la tierra”.
Ahora la cuarta palabra, elohīm: ésta es una palabra muy curiosa. La primera parte de ella, sola, es el, que significa “dios”, divinidad, de la que viene la segunda, una forma femenina, elōh, “diosa”; īm es sólo el plural masculino. Así, si traducimos cada elemento en esta única palabra, significaría, “dios, diosa, plural” —mostrando la esencia andrógina de las divinidades, por decirlo así: los opuestos polares de la jerarquía, la dualidad esencial en la vida.
Versículo 2: “Y la tierra se volvió etérea”. Ahora la segunda palabra, un verbo, en el texto hebreo del segundo versículo responde a dos verbos latinos: esse, “ser”, y fieri, “llegar a ser o volverse”, como el griego gignomai, que significa “llegar a ser o volverse”, llegar a ser un nuevo estado de algo. “Y la tierra se volvió” o “llegó a ser etérea”. Las siguientes dos palabras (tohū y bohū) del texto, que acá traducimos como “etérea [ethereality. N. del T.]”, son palabras muy difíciles para interpretar correctamente. Ambas significan “vacío”, “desecho”, “inmaterialidad”, por tanto “disolución”; la idea fundamental significa: algo insustancial, no materialmente grosero. Continuamos nuestra traducción: “Y la oscuridad sobre la faz de los éteres. Y el rūahh (el espíritu-alma) de los dioses (o Elohīm) (se agitaba, revoloteaba) empollando”. La palabra que traducimos como “empollando” se deriva de, y significa, la acción de una gallina que se agita, revolotea y empolla sobre los huevos en su nido. ¡Cuán gráfica, cuán significativa es esta figura de lenguaje!
Acá ven ustedes el mismo pensamiento que se ve en prácticamente todas las enseñanzas antiguas: la figura o símbolo del alma cósmica empollando sobre las aguas del espacio, preparando el huevo del mundo, el del huevo cósmico y el pájaro divino poniendo el huevo cósmico. “Y el espíritu-alma de los Elohīm empollando sobre la faz de las aguas”, dice el texto hebreo. Ahora bien, “aguas”, como hemos mostrado antes, era una expresión común, o símbolo, para el espacio, la etérea expansión, por decirlo así. Continuamos con nuestra traducción:
Y dijeron (los) Elohīm (los dioses) —¡Luz, ven a ser! y la luz vino a ser. Y vieron (los) dioses la luz, que (era) buena. Y dividieron los Elohīm entre la luz y entre la oscuridad. Y llamaron los Elohīm la luz, día, y la oscuridad llamaron ellos, noche. Y (ahí) vino a ser la tarde, y (ahí) vino a ser la mañana. Día uno. Y dijeron los Elohīm, (que ahí) venga a ser una expansión en (el) medio de las aguas, y que haya un separador (divisor) entre aguas y aguas. E hicieron los Elohīm (o los dioses) la expansión, y separaron ellos entre las aguas que (estaban) debajo de la expansión, y entre las aguas que (estaban) sobre la expansión, y (eso) vino a ser así. Y llamaron los Elohīm (los dioses) a la expansión: cielos, y (ahí) vino a ser la tarde, y (ahí) vino a ser la mañana. Día segundo. Y dijeron los Elohīm (los dioses), (que ahí) sean reunidas juntas [i.e., solidificadas, condensadas] las aguas sobre los cielos en un lugar, y (que ahí) sea vista la parte seca [la parte solidificada o manifestada —la palabra significa “seca” en oposición a la humedad; humedad significa agua, significa espacio, por tanto, la materia colectada de un planeta por ser, de un sistema solar por ser, o un universo por ser], y (eso) vino a ser así. Y llamaron los dioses la parte seca: tierra, y la solidificación (el acumularse juntas) de las aguas llamaron: los mares. Y vieron los Elohīm (los dioses) que (eso era) bueno.
Ahora, cambiando a los versículos 26, 27, 28 del mismo primer capítulo:
Y dijeron (los dioses) los Elohīm, Hagamos a la humanidad [la palabra es: Ādām] en nuestra sombría imagen [en nuestra sombra, en nuestro fantasma; la palabra es tselem], de acuerdo a nuestro patrón (o modelo). Y que desciendan ellos en el pez del mar y en las criaturas voladoras de los cielos, y en la bestia, y en toda la tierra, y en todas las criaturas móviles que se mueven sobre la tierra. Y formaron [o dieron forma, o desarrollaron, el mismo verbo que arriba: bārā] los Elohīm (los dioses) a la humanidad en su fantasma, en la sombría imagen de los Elohīm, lo formaron (o desarrollaron) ellos a él.
Ahora vienen dos palabras muy interesantes, usualmente traducidas “varón y hembra”, que son dos de los significados que respectivamente se hallan en los diccionarios; pero los significados-raíz de estas palabras son “pensador y receptor” (o receptáculo): “pensador y receptáculo los desarrollaron a ellos. Y los bendijeron los Elohīm”, esto es, Elohīm los bendijo, “y dijeron a ellos los Elohīm, sean fructuosos, increméntense y llenen la tierra” etcétera.
Por lo tanto, ven ustedes que acá, sólo al usar otras palabras que aquéllas que usualmente escogen los traductores cristianos, o los posteriores traductores judíos, y aún palabras reconocidas por los diccionarios, y sin forzar ningún significado, hemos encontrado los significados idénticos de las enseñanzas esotéricas como fueron esbozados en La Doctrina Secreta cuando trataba estos temas. Primero, la jerarquía y sus divinidades manifestadas desarrollando el universo o kosmos a partir de ellos mismos, usando la forma reflexiva del verbo hebreo bārā, como se muestra arriba. Además, un estudio del primer versículo del Génesis nos mostrará que la evolución tratada en él no tiene relación solo y especialmente con la creación de esta tierra o de alguna otra tierra en particular, sino que es una doctrina general que hace referencia, más bien, a la primera manifestación del ser material en el espacio etéreo, y que las aves del aire y el pez del mar y las bestias, de los que se habla, no necesariamente se refieren (aunque podrían) a animales particulares que nosotros conocemos bajo esos nombres sobre la tierra, sino que también se refieren (de acuerdo con el bien conocido hecho de la mitología antigua) a los “animales de los cielos”, de los que hablamos en nuestro último estudio, i.e., a cada globo de las esferas estrelladas, a cada nebulosa y a cada cometa, cada uno de estos seres siendo considerado, en las enseñanzas antiguas, como un ser viviente, un “animal”, teniendo su cuerpo físico, y teniendo detrás de él su director, o gobernador, o divina esencia, o espíritu.
Además, vemos que los Elohīm desarrollaron al hombre, a la humanidad, a partir de ellos mismos, y le dijeron que llegara a ser, luego que tomara parte y animara a estas otras criaturas. En realidad, estos hijos de los Elohīm son, en nuestras enseñanzas, los niños de la luz, los hijos de la luz, que somos nosotros mismos, y sin embargo diferentes de nosotros, por superiores, aunque son ellos, interiormente, nuestros propios seres. De hecho, los Elohīm llegaron a ser, o se convirtieron en, su propia prole, permaneciendo todavía, en un sentido, siempre como la luz inspiradora de dentro, o más bien, de encima, de acuerdo con la interpretación autorizada por las mismas palabras escogidas del diccionario y sin incumplir ninguna regla de la gramática hebrea. Pues, siguiendo las enseñanzas antiguas de la filosofía esotérica, y reforzada por exactamente similar pensamiento en las enseñanzas religiosas babilonias, de las que originalmente estas enseñanzas hebreas vinieron, vemos que los Elohīm se proyectaron a ellos mismos en las formas nacientes de la entonces “humanidad”, que de ahí en adelante fueron “hombres”, por muy imperfecto que fuera aún su desarrollo.
¿Qué eran estos Elohīm, estas divinidades, estos dioses? En el sistema jerárquico de la Qabbālāh son los sextos en derivación contando desde arriba, a partir del primero o la Corona, y por tanto de ningún modo son los más altos. Eran, cosmogónicamente, los formadores manifestados o tejedores del tejido del universo. Jehová, de quien se habla en el segundo capítulo del Génesis, es la tercera potencia angélica, contando hacia abajo a partir de la Corona —la cima de la jerarquía de la Qabbālāh.
En el capítulo cinco del Génesis, versículos 1 y 2, hay una interesante expresión. Traducimos nosotros:
Este (el) libro de las generaciones de la humanidad (Ādām). En el día de los Elohīm (los dioses) desarrollando a la humanidad, en el patrón (o modelo) de los Elohīm, lo hicieron ellos a él. Pensador-y-receptáculo los hicieron ellos a ellos, y los bendijeron y llamaron su nombre de ellos: humanidad (o Ādām) en el día de su hechura.
Evidentemente, no es cuestión acá de una sola pareja humana, de un hombre y una mujer tal como lo entendemos, sino de la naciente humanidad andrógina, y ellos tenían un nombre, Ādām, y sus atributos eran: pensador y estuche (o receptáculo): seres etéreos —niños de los Elohīm, que son éstos mismos— capaces de pensamiento, de recepción, entendimiento y desarrollo, bajo las lecciones que debían seguirse a partir de sus encarnaciones en los seres inferiores de carne en los que ellos mismos se desarrollaron, e indicados bajo los términos expuestos acá: las “aves” del “aire”, y el “pez” del “mar”, y cada cosa viviente que se mueva sobre la faz de la tierra.
Estas escrituras antiguas tienen más de una aplicación mística o esotérica, o, como H. P. Blavatsky dice, tienen más de una clave. Pero, de nuevo, ¿qué o quiénes eran estos Elohīm? Ellos eran nuestras mónadas —como el término es usado en teosofía—. Es curioso, por cierto, que Leibniz, el gran filósofo eslavo-germánico, desarrollara una teoría de la evolución monádica que es singularmente como la nuestra en algunos aspectos. Para él, el universo estaba repleto de entidades en progreso, que él llamó mónadas, seres espirituales que se desarrollaron por medio de las fuerzas innatas en ellos, aunque actuando y reaccionando unos sobre otros —un eco fiel, hasta donde va, de la antigua sabiduría-religión.
De nuevo, ¿qué queremos decir cuando hablamos respectivamente de emanación, evolución y creación? Emanación y evolución son cercanamente similares en significado. Emanación viene de una palabra latina que significa “efluvio”, y en todas las enseñanzas antiguas de importancia, la idea era que los dioses activamente, transitivamente, “efluyeron” a partir de ellos mismos su prole o hijos. Evolución es también una palabra latina y significa “desenrollo”, “desenvolvimiento”, algo que está desenvuelto; y obviamente una cosa que está “efluida”, usando las palabras transitivamente, está también desenrollada, desenvuelta.
Ahora bien, creación, en su sentido latino, originalmente significaba prácticamente lo mismo que la palabra hebrea bārā. Significaba “hechura”, “formación”, “escultura”, “recorte” —por supuesto, a partir de un material o materia pre-existente—, y la teoría cristiana (que más o menos era la de los judíos en sus días tardíos) de que Dios hizo al mundo “de la nada” es ridícula, absurda, tanto histórica como lingüísticamente. No está fundada en ninguna enseñanza antigua de ningún tipo, y surge bastante naturalmente, en un sentido, de la manía monoteísta que se esforzó por hacer a Dios extra-cósmico, aparte del universo, y sobre él, un espíritu puro, sin tener relación de ineluctable unión con sus criaturas, Dios el “Padre y Hacedor” de ellos, y sin embargo una absoluta no-entidad personal —que no tiene “cuerpo, partes o pasiones”, y sin embargo, con todo, ¡una Persona! Por supuesto, los dos conceptos son contradictorios y mutuamente destructivos, y si tuviéramos el tiempo sería fácil extenderse más sobre el ridículo absurdo del que hablamos.
Podemos ver, por consiguiente, al cerrar nuestro estudio esta noche, que es muy difícil decir cuál de estas tres, emanación, evolución, creación, es primero en el orden de sucesión. ¿Era la emanación, seguida por la evolución, seguida por la creación; o era la evolución, seguida por la emanación, seguida por la creación? Ciertamente, la creación —en su sentido original de dar forma, formar— viene al final de las tres, como se muestra fácilmente. La dificultad radica en el hecho de que en cada acto cósmico de emanación, inmediatamente percibimos un acto de evolución o de desenvolvimiento; y en cada acto de evolución, inmediatamente percibimos un acto de emanación. Cada mónada pari passu pasa de una a la otra, justo como toda la humanidad se desarrolló pari passu de una a la otra. Debemos decir, probablemente, que la emanación, la evolución y la creación, trabajan simultánea y coordinadamente, durante la manifestación.
Pero tomando la cuestión desde un punto de vista puramente filosófico, es probablemente exacto y mejor decir que el primer paso desde lo que llamamos lo Inmanifestado hacia lo manifiesto, es la emanación, un efluir de su fuente de una mónada, o mejor aún, de una hueste de mónadas que, mientras por turno siguen el patrón determinado para ellas por su fuente y su pasado kármico, se vuelven oscuras y más materiales, en proporción al retiro de su fuente central de vida; y, de nuevo, mientras emanan, ellas también se desarrollan, trayendo de dentro eso que ellas son o tienen innato, y hacen esto de acuerdo con las líneas o patrones kármicos que hemos vagamente tocado en estudios previos, cuando hablamos de los skandhas, porque cada acto de emanación y de evolución da comienzo a un nuevo ciclo de vida sucediendo al pralaya o período de descanso de un anterior período de vida o manvantara. Luego, finalmente, cuando el período de auto-conciencia se alcanza en la progresión cíclica de la evolución, viene un período de voluntad, de elección consciente, cuando el hombre comienza a “crear” o a dar forma voluntariamente; esto es, a través del ejercicio de su voluntad, de su intuición y de su intelecto, él esculpe su propio destino y asimismo afecta creacionalmente al mundo que existe alrededor de él.
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