lunes, febrero 19, 2007

FUNDAMENTOS DE LA FILOSOFÍA ESOTÉRICA

CINCO
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LAS ENSEÑANZAS ESOTÉRICAS Y LA TEORÍA NEBULAR. LOS DIOSES DETRÁS DEL KOSMOS: ¿POR QUÉ LA NATURALEZA ES IMPERFECTA.

El hacer de la Ciencia un todo integral necesita, a la verdad, el estudio de la naturaleza espiritual y psíquica, tanto como de la física. De otro modo, resultará siempre como con la anatomía del hombre, discutida desde antiguo por el profano desde el punto de vista superficial, y en la ignorancia de la obra interna…
El deber del ocultista se refiera al Alma y al Espíritu del Espacio Cósmico, no tan sólo a su apariencia y modo de ser ilusorios. El de la ciencia física oficial consiste en analizar y estudiar su cáscara —la Última Thule del Universo y del Hombre, en opinión de los materialistas.
Con estos últimos, el Ocultismo no tiene nada que ver. Sólo con las teorías de hombres de saber tales como Kepler, Kant, Oersted y Sir William Herschel, que creían en un Mundo Espiritual, puede la Cosmogonía Oculta entenderse e intentar un acuerdo satisfactorio. Pero las ideas de aquellos físicos difieren enormemente de las últimas especulaciones modernas. Kant y Herschel especulaban sobre el origen y último destino del Universo, así como de su aspecto presente, desde un punto de vista mucho más filosófico y psíquico; mientras que la Astronomía y la Cosmología modernas repudian ahora todo lo que sea investigar los misterios del ser. El resultado es el que era de esperar: fracaso completo y contradicciones inextricables en las mil y una variedades de las llamadas teorías científicas, sucediendo con esta teoría lo que con todas las demás.
La hipótesis nebular, que envuelve la teoría de la existencia de una materia primordial, difundida en condición nebulosa, no es de fecha moderna en Astronomía, como todo el mundo sabe. Anaxímenes, de la escuela jónica, había ya enseñado que los cuerpos siderales se formaban por la condensación progresiva de una materia primordial pregenética, que tenía un peso casi negativo, y estaba difundida por el Espacio en una condición extremadamente sublimada.
La Doctrina Secreta, I, 558, 589-90

HAY TRES puntos que será necesario tocar brevemente antes de comenzar nuestros estudios de esta noche. El primero tiene relación con la cuestión de la moral, es decir, la conducta correcta basada en las opiniones correctas, en los pensamientos correctos. Ya hemos tocado este asunto en casi todas las reuniones, porque la línea, el sendero, del deber —de la conducta correcta basada en las correctas opiniones— es el sendero de todos los que se adentran en la sabiduría antigua y en los Misterios antiguos. Los grandes pensadores, filósofos y hombres religiosos de todas las edades, nos han dicho lo mismo.
Estos estudios no son sólo para propósitos de estudio intelectual, o de entretenernos con conocimiento abstruso y místico; sino, primordial, primera y principalmente, para propósitos de la obtención de una fundación correcta de opiniones correctas que deben gobernar la conducta humana. Cuando tenemos esta fundación tenemos los principios de todas las leyes. Podemos afectar al mundo por medio de nuestras propias opiniones y por medio de nuestros propios actos; y más aún, seremos capaces, con el tiempo, de afectar para bien incluso a los gobiernos del mundo, quizá no directa e inmediatamente, pero al menos indirectamente y en el curso del tiempo. Todas las cosas horribles que desconciertan y confunden y afligen ahora a la humanidad, surgen casi enteramente de la falta de opiniones correctas, y por tanto, de una falta de conducta correcta. Tenemos el testimonio de los iniciados griegos y romanos y de pensadores, de que los Misterios antiguos de Grecia enseñaron a los hombres, por sobre todo, a vivir correctamente y a tener una noble esperanza por la vida después de la muerte.
Luego, el segundo punto: en nuestra última reunión nos referimos a los Misterios antiguos, y tomamos como ejemplos a aquéllos de Grecia de los que los romanos derivaron sus propios Misterios, pero nos referimos sólo a un punto, el aspecto mitológico; y este aspecto mitológico comprende sólo una porción —una relativamente pequeña porción— de lo que fue enseñado en las Escuelas de Misterio, principalmente en Samotracia y en Eleusis. En Samotracia se enseñó la misma enseñanza-Mistérica que fue corriente en otros sitios de Grecia, pero allí era más desarrollada y recóndita; y la fundación de estas enseñanzas-Mistéricas era la moral. Los hombres más nobles y grandiosos de los tiempos antiguos en Grecia fueron iniciados en los Misterios de estos dos asentamientos de conocimiento esotérico.
En otros países más lejanos del este tenían otras Escuelas de Misterio o “colegios”, y esta palabra colegio de ningún modo significa necesariamente un mero templo o edificio; significaba: “asociación”, tal como en nuestra palabra moderna: colega, asociado. Las tribus teutónicas del norte de Europa, las tribus germánicas —que incluían escandinavia— tenían también sus Colegios de Misterios; y los maestros y los neófitos permanecían en el seno de la Madre Tierra, bajo el Padre Éter, el cielo ilimitado, o en receptáculos subterráneos, y enseñaban y aprendían. Expresamos acá, a la vez, que el núcleo, el corazón, el centro de los Misterios antiguos eran los abstrusos problemas que trataban de la muerte. Todavía tenemos estas enseñanzas, y las veremos próximamente.
El tercer punto es con respecto a los paradigmas o diagramas que hallamos necesario usar de cuando en cuando para ilustrar ciertas enseñanzas. Recuerden que estos paradigmas son relativos y cambiantes; no son asuntos rígidos ni fijos o absolutos. Este hecho debe mantenerse claro en la mente, y en torno a ellos, a la mente nunca debe permitírsele cristalizarse. ¿Por qué? Porque cualquier paradigma, cualquier combinación particular de líneas geométricas, puede ilustrar distintos pensamientos u objetos: por ejemplo, el paradigma del triángulo del cual pende el cuadrado (como fue usado en nuestra última reunión) puede aplicarse igualmente tanto al más alto principio combinado en el hombre, la mónada mental-espiritual, como a los principios inferiores en los que la mónada cae al principio de la encarnación o manifestación, y del que resucitará cuando los primeros repiques de las campanas praláyicas sean escuchadas en los espacios ākāśicos.
Proseguiremos ahora nuestro estudio. Tomaremos como nuestro tema general los mismos dos párrafos de la página 43 del volumen I de La Doctrina Secreta que leímos en nuestra última reunión:

La Doctrina Secreta enseña el desenvolvimiento progresivo de todo, lo mismo mundos que átomos; y este estupendo desenvolvimiento no tiene ni principio concebible ni fin imaginable. Nuestro “Universo” es tan sólo uno de un número infinito de Universos, todos ellos “Hijos de la Necesidad”, puesto que son eslabones de la gran cadena Cósmica de Universos, siendo cada uno un efecto con relación a su predecesor, y una causa respecto al que le sucede.
La aparición y la desaparición del Universo son representados como la espiración e inspiración “del Gran Aliento”, que es eterno; y que siendo Movimiento, es uno de los tres aspectos de lo Absoluto —siendo los otros dos el Espacio Abstracto y la Duración—. Cuando “el Gran Aliento” se expele, es llamado el Soplo Divino, y se le considera como la respiración de la Deidad Incognoscible —la Existencia Única—, la cual exhala un pensamiento, por decirlo así, que se convierte en el Kosmos. (Ver “Isis sin velo”). De igual modo, cuando el Aliento Divino es inspirado, el Universo desaparece en el seno de “la Gran Madre”, que duerme entonces “envuelta en sus invisibles vestiduras”.

Era la intención tratar esta noche la aurora de la manifestación como se encuentra en el Libro Hebreo de los Principios llamado Génesis, y estudiarlo y mostrar su similitud y parecido, y la identidad fundamental de verdad sobre la que está basado, al compararlo con las otras religiones del mundo. Pero en vista del hecho de que en nuestro último estudio nos vimos obligados a tratar sobre el primer venir-a-ser del velo puesto sobre el rostro del Inefable, parecería mejor emprender esta noche, si tenemos tiempo, un corto esbozo de lo que es llamado en ciencia la teoría nebular, cuán lejos las enseñanzas esotéricas van con ella, y dónde y cuándo se apartan de ella.
La teoría nebular, tal como fue originalmente enseñada por la ciencia, por el francés Laplace —pero derivada por él a partir del gran pensador y filósofo alemán, Immanuel Kant—, expresa que el espacio que ahora es ocupado por los planetas del sistema solar estuvo originalmente lleno de una tenue forma de materia, un estado altamente ardiente o incandescente. Digamos acá que esta particular teoría de Laplace nunca ha sido probada con respecto a la incandescencia, que no es sujeta en todo respecto a una demostración matemática, y no puede serlo, y que eso en sí mismo, tomado como un todo, forma una de las grandes pruebas contra la verdad de la teoría nebular tal como fue expresada entonces, y tal como desde entonces ha sido modificada en algún grado por los pensadores modernos.
Laplace expuso más adelante que esta nebulosa estaba en una condición de lenta rotación, o movimiento circular, en la misma dirección en la que los planetas se mueven ahora en sus órbitas, y en la misma dirección en la que los planetas y el sol se mueven ahora alrededor de sus ejes. En otras palabras, la presente revolución orbital y rotación de los planetas se derivan de este movimiento mecánico, original, circular, de la nebulosa primordial.
Asimismo, Laplace expuso que este caliente e inmenso objeto se enfrió, y que mientras se enfrió, se encogió, de acuerdo con una cierta ley del calor, y que este encogimiento, de acuerdo con una ley de la dinámica, incrementó la velocidad de rotación y el impulso de cualquier punto en su superficie. Ahora bien, como todos saben, las partes de la rueda más cercanas a la periferia, la circunferencia, se mueve con el más grande momento y la más alta velocidad, aunque no más rápido, en otro sentido, que lo que lo hacen las partículas en el centro. Este incremento en rapidez en el girar alrededor, creció tanto que llegó el momento cuando la fuerza centrífuga se sobrepuso a la fuerza centrípeta o cohesiva, y entonces esta nebulosa giratoria liberó un anillo, y este anillo también continuó girando y condensándose, y finalmente formó una esfera o bola que llegó a ser el planeta más externo, Neptuno. Y así progresivamente los otros planetas vinieron a ser, permaneciendo el núcleo de la nebulosa como nuestro sol. En pocas palabras, a medida que el cuerpo nebular contrajo y condensó su materia, el mismo fenómeno ocurrió de nuevo y de la misma manera, y de este modo el segundo planeta más externo, Urano, fue liberado, y así hasta que todos los planetas llegaron a ser como esferas. Ahora, algunos de estos tenues y todavía nebulosos planetas, contrayéndose y de este modo incrementando sus velocidades de rotación, ellos mismos desarrollaron anillos alrededor de ellos, que por turnos fueron liberados de sus planetas-padres, y siguiendo el mismo curso que sus planetas-padres se volvieron esferas, que de este modo llegaron a ser los satélites, las lunas de los respectivos planetas; mientras el centro de la nebulosa original se condensó en la (supuestamente) incandescente o abrasadora bola que es el sol.
Cuando H. P. Blavatsky trajo por primera vez las enseñanzas teosóficas al mundo occidental, destacaron preguntas de cosmogonía, o el principio y desarrollo primordial del universo, y se le preguntó, y también, a través de ella, se le preguntó a sus Maestros, con respecto a qué la teoría nebular corría lado a lado y “corroboraba” la exposición de la teoría de los ocultistas, la teoría esotérica; y a la respuesta que dieron entonces se le llamó “una respuesta evasiva”. Levantó críticas y algún lenguaje enfurecido.
¿Por qué, se preguntó, si los Maestros conocen estas verdades maravillosas, no han iluminado al mundo con el esplendor de sus enseñanzas? ¿Por qué mantienen estas y otras cosas escondidas? Fue argüido que ninguna enseñanza puede ser mala para el hombre si es verdad —lo que era un argumento muy tonto, en realidad, hasta donde cabe, porque muchas enseñanzas son ciertas, y, sin embargo, son completamente no aptas para que el hombre promedio las tenga. No obstante, vamos a investigar este asunto esta noche.
Los Maestros dijeron que la teoría nebular era en su bosquejo general, y sólo en ciertos aspectos, bastante representativa de lo que era la enseñanza esotérica, pero aún, por todo ello, tenía defectos vitales; y estos defectos no los especificaron enteramente ni los delinearon por completo. Pero dieron claros indicios de en dónde radicaban los defectos y lo que eran; también dieron una clara, lógica y concisa razón para su reticencia, que era obligatoria e inevitable.
Ahora bien, el principal defecto en la teoría de Laplace es que era una hipótesis puramente mecánica, puramente mecanicista, puramente materialista, que en muchos de sus aspectos no podía corroborarse incluso con las matemáticas, y basada en nada más que el hecho de que en el vasto abismo del espacio los astrónomos, al investigar los residuos de la luz estelar, encontraron nebulosas y nebulosidades y, adoptando la idea de Kant, arguyeron dogmáticamente sobre ella. Pero, no obstante, había verdad en la teoría nebular —había alguna verdad—. Ahora, ¿qué es esa verdad? ¿Y cuál era el defecto más vital? El defecto más vital, primero, fue el hecho —aludido arriba— de que la teoría omitió toda acción de seres espirituales en el universo como los conductores, los agentes, la mecánica o mecánicos del mecanismo que indudablemente existe. Se nos enseña que la filosofía esotérica no niega la acción mecánica en el universo, pero declara que donde hay una acción mecánica hay un gobierno o, específicamente, mecánicos trabajando, produciendo los movimientos del mecanismo, de acuerdo con el karma. Debe haber “ley” —dadores o hacedores de “ley” o impulsadores de la “ley”, si puede ser usada la expresión; y detrás de éstos debe estar la vida universal. En otras palabras, el defecto vital era que esta teoría nebular omitió la primera verdad de todo ser: que los dioses estaban detrás del kosmos, seres espirituales, entidades espirituales —el nombre no importa—. No Dios, sino dioses.
La “naturaleza” es imperfecta, por tanto, necesariamente comete “errores”, porque su acción deriva de multitud de entidades trabajando —lo que vemos alrededor de nosotros todo el tiempo es la prueba de ello. La “naturaleza” no es perfecta. Si hubiera surgido de las “manos de la inmutable Deidad”, en consecuencia, perfecta e inmutable como su padre, sin conocer cambio, sería una obra perfecta. Es bastante lo contrario, como sabemos, y sus imperfecciones o “errores” nacen del hecho de que los seres existiendo en, y trabajando en, y controlando y haciendo, la naturaleza, se extienden en jerarquías sin fin desde la más Interna de lo Interno, desde la más Superior de lo Superior, hacia abajo para siempre, hacia arriba para siempre, en todos los grados de imperfección y de perfección, que es precisamente lo que vemos en las escenas de la manifestación que nos rodea. Nuestra intuición nos dice la verdad con respecto a esto, y debemos confiar en ella.
Esto era bien conocido para los antiguos. Los estoicos lo expresaron y lo enseñaron en su magnífica filosofía. Los estoicos de Roma y de Grecia lo expresaron originalmente por lo que llamaron teocracia. Teocracia tiene un significado compuesto —Theos, “un dios”, “ser divino”, y krasis, que significa “un entremezclado”— un entremezclado de todas las cosas en el universo, entremezclándose con todo lo demás, sin nada posiblemente separable del resto, el Total. Es la herejía cardinal de las religiones orientales hoy día, notablemente en la de los buddhistas, si un hombre piensa que está separado o es separable del universo. Este es el error más fundamental que el hombre puede cometer. Los primeros cristianos le llamaron el “pecado contra el Santo Espíritu”. Si vemos a nuestro derredor y si miramos hacia adentro, nos damos cuenta de que somos una entidad, por decirlo así, una gran multitud humana, un árbol viviente de vida humana, entretejida inseparablemente en, y a partir de, la naturaleza, el Todo.
El siguiente defecto de la teoría nebular es que declaraba que en sus primeras etapas la nebulosa era incandescente, ardiente. La enseñanza esotérica es que en realidad es ardiente, pero ardiente con una luz fría, igual o similar a aquélla de la luciérnaga, si se quiere. No hay más calor en una nebulosa de la que hay en la luz de la luciérnaga. Esta luz en la nebulosa, esta luminosidad, no es de combustión de ningún tipo; pero, entonces, ¿de dónde es? Es de la moradora daivī-prakriti, “divina naturaleza de la luz” en su manifestación en el plano, la misma luz que en seres sensibles se manifiesta en una forma superior como conciencia en todos sus grados, desde la pálida conciencia física subiendo hasta el alma y el ego; a través del ser subiendo hacia dentro del ser sin-ser del Paramātman, el “ser supremo” —una mera expresión de conveniencia para significar la culminación de la cima de una jerarquía, porque realmente no hay ser supremo, lo cual significaría un límite, y por tanto finitud. Si lo hubiera, habría un ser ínfimo. El ser es ilimitado, eterno, el propio corazón del ser, la fundación y núcleo sin dimensión de todo lo que es.
A continuación, el tercer defecto vital: los planetas y el sol no se desarrollaron o nacieron de la manera expuesta por la teoría nebular. ¿Cómo nacen los planetas y el sol? (diré acá, a manera de paréntesis, que este asunto debería aparecer mucho más adelante en nuestro estudio, pero hay una razón para referirse a él en este instante). Cada cuerpo solar o planetario, el sol y los planetas en nuestro sistema solar y analógicamente en cualquier otro lugar, es el hijo, o mejor aún, el resultado, o el re-corporeizarse, de una entidad cósmica anterior que, al tiempo de entrar en su pralaya, su prākritika-pralaya —la disolución de sus principios inferiores— al final de su largo ciclo de vida, existe en el espacio en la actividad superior de sus principios espirituales y en la dispersión de sus principios inferiores, los cuales existen en forma latente en el espacio como skandhas, en lo que es llamado en sánscrito una condición-laya, de la raíz lī, que significa “disolver” o “desvanecerse”. Por tanto, un centro-laya es un punto de desaparición —el punto místico donde un objeto desaparece de un plano, si se quiere, y sigue adelante para reaparecer en otro plano.
Para repetir una ilustración que usamos en nuestra última reunión: verter agua sobre un cubo de azúcar o sal, y mirarlo disolverse; se ha desvanecido como un cubo o entidad separada. Ha entrado a su estado-laya como cubo o entidad de azúcar o sal. La forma ha desaparecido, y su ser —la azúcar o sal— ha entrado en algo más. Cuando los principios superiores de un cuerpo cósmico entran en algo más, ¿qué es ese algo más en lo que ellos entran? Entran primero al éter cósmico superior, y a su debido tiempo siguen aún más alto, hacia la intensa actividad de los planos espirituales; Ahí, pasan largos eones en estados y condiciones para nosotros casi inimaginables. A su debido tiempo comienzan su curso descendente hacia la materia otra vez, o vuelven a corporeizarse, y finalmente, por atracción, recolectan sus viejos skandhas que hasta ahora descansaban latentes, y de este modo forman para ellos un nuevo cuerpo, al pasar a la manifestación a través de, y por, el centro-laya donde esos skandhas estaban esperando.
Esos principios inferiores estaban, mientras tanto, en nirvana, lo que nosotros llamaremos devachán luego de la muerte del hombre, pues el devachán como un estado no se aplica a la mónada superior o celestial o divina, sino sólo a los principios medios del hombre, al ego personal, o al alma personal, en el hombre. Aplicada a nosotros esta condición es el estado de devachán —la “tierra de los dioses”, si gustan—; pero aplicada a un cuerpo cósmico es el estado de nirvana. Nirvāna es un compuesto sánscrito, nir, “fuera”, y vāna, el pasado participio pasivo de la raíz vā, “soplar”, i.e., literalmente “apagado”.
Tan mal se ha entendido el significado del antiguo pensamiento hindú (e incluso su idioma, el sánscrito), que por muchos años, escolares europeos muy eruditos discutían si ser “apagado” significaba o no la aniquilación entitativa. Recuerdo una vez que al hablar con un sabio chino (sucedió que era buddhista) me dijo que el estado del hombre luego de la muerte era “como esto”, y alzó una candela iluminada que estaba sobre la mesa y sopló sobre ella, y la luz se apagó. Y dijo él, “Así”. Él estaba en lo correcto, porque se refería a los principios inferiores en el hombre. Ellos (no nosotros, nuestra esencia entitativa o monádica) son simplemente el vehículo en el que vivimos; y cuando morimos, nuestro cuerpo físico es “apagado”, se disuelve, entra en su pralaya o disolución, y sus moléculas, sus partículas, entran en el estado-laya y pasan un cierto tiempo allí hasta que la naturaleza los pone de manifiesto de nuevo; o, para ponerlo más exactamente de otra forma, hasta que el impulso que mora en cada partícula monádica física, por la sed por ser activo surge a la manifestación de nuevo, y vuelve a entrar en algún cuerpo del tipo apropiado y de similar grado de evolución.
Ésta es una —y sólo una— faceta del secreto de la muy malentendida doctrina de la trasmigración en animales. Los elementos inferiores, el cuerpo astral y los sedimentos astrales del animal u hombre físico, llegan a ser los principios —no el latente superior, sino los principios intermedios— del mundo de las bestias. Son sedimentos o despojos humanos desechados por el hombre.
El polvo cósmico resultante de la disolución de un mundo anterior descansa en un centro-laya; mientras los principios superiores de ese mundo o cadena planetaria están en su paranirvana, y permanecen ahí hasta que la divina sed de vida activa en el plano más alto del descenso, que resurge en la mónada cósmica de un planeta o sol, hala, empuja, o impulsa, o impele, a esa mónada a las fronteras espirituales de la manifestación; y cuando llega a esas fronteras, irrumpe a través de ellas por decirlo así, o penetra, o atraviesa, u orbita en descenso, hacia dentro de los planos debajo de ella, y así una y otra vez a través de muchos planos, hasta que finalmente la mónada giratoria alcanza y toca o ilumina todos esos elementos inferiores que están permaneciendo en el centro-laya: los despierta, los re-despierta, los revivifica, los reclama hacia el ser, los re-ilumina desde adentro; y esto produce la luminosidad o nebulosidad vista en tantas partes del espacio interestelar. Por lo tanto, es, en realidad, daivī-prakriti, la “naturaleza divina”, la divina luz, en una de sus formas inferiores —la séptima, contando de manera descendente—, y esta misma luz, o fuerza, en este nuestro plano y en una de sus formas más inferiores, es la electricidad y el magnetismo. Nuestros Maestros nos han dicho que el universo físico, acá en el que vivimos —las piedras, los metales, los árboles, etc.—, es luz corporeizada. Todos están formados de átomos, y estos átomos, por decirlo así, son los átomos místicos de esta luz, la parte corpuscular de la luz, porque la luz es corpuscular: no es un simple modo de movimiento o una onda de algo más. La luz (nuestra luz) es un cuerpo, tan cuerpo como la electricidad —una de sus formas— es un cuerpo, i.e., material, o materia sutil.
Ahora bien, cuando esta nebulosa de la que hemos estado hablando —démosle su nombre científico— ha alcanzado el punto de desarrollo o evolución descendente hacia la manifestación donde los principios re-corporeizados del mundo o cosmos o sol o planeta anterior, según sea el caso, han entrado suficientemente en ella, entonces comienza a rotar por medio de una energía característica, similar al electromagnetismo, inherente en ella. Platón nos dice que el movimiento circular es uno de los primeros signos de existencia entitativa, libre —un dicho del que a menudo se mofan nuestros jóvenes sabios de la ciencia y prominentes trasnochados de una era transitoria de pensamiento dogmático. Platón define el ser como un “cuerpo que es capaz de acción y sobre el que se puede actuar”. Es una buena definición para recordar, pues implica tanto la existencia activa como pasiva —o manifestación—. Él decía que con respecto a la esencia superior del cosmos —el Principio primordial del que H. P. Blavatsky habla como el inefable Aquello— no es “un” ser (por tanto limitado, que posee límites), porque ni hace acción ni se actúa sobre él. Es Todo, eterna, inacabablemente Todo.
Así, esta nebulosa cósmica deriva del lugar donde primero fue desarrollada, el impulso conductor de karma dirigiendo aquí y allá, esta nebulosidad luminosa moviéndose circularmente y contrayéndose, pasando a través de otras fases de evolución nebular, tales como la etapa espiral y la anular, hasta que se vuelve esférica, o mejor, una serie nebular de esferas concéntricas. La nebulosa en el espacio, como se acaba de decir, toma a menudo una forma espiral, y desde el núcleo, el centro, emanan secciones, secciones espirales, y parecen como ruedas giratorias dentro de ruedas, y giran durante muchas eras. Cuando llega el momento —cuando el giro se ha desarrollado pari passu con las vidas e inteligencias residentes dentro de la nebulosa cósmica— entonces aparece la forma anular, una forma como de un anillo o de anillos concéntricos, con un corazón en el centro, y luego de largos eones, el corazón central se vuelve el sol o cuerpo central del nuevo sistema solar, y los anillos los planetas. Estos anillos se condensan en otros cuerpos, y estos otros cuerpos son los planetas que circulan alrededor de su hermano mayor, el sol; mayor porque él fue el primero en condensarse en una esfera.
La idea de los científicos modernos de que el sol nebular liberó los planetas, y de que la tierra, luego de una solidificación parcial, liberó la luna, y de que los otros planetas tuvieron lunas hechas de igual forma, no es la enseñanza de la filosofía esotérica. Nunca ha sido probado, y es criticado a diario por hombres tan eminentes como aquéllos que propusieron estas teorías. Los científicos nunca han probado la teoría nebular como ha sido propuesta y modificada de tiempo en tiempo; los científicos nunca han sido capaces de probar por qué tanto calor puede desarrollarse y ser retenido en un objeto tan tenue, tan diáfano. Si la luminosidad surge de la combustión de materia gaseosa, ¿por qué no se agota? Ha tenido billones de años, eran incontables, en las cuales agotarse, y el cielo está colmado de nebulosas que no se han extinguido aún; e igual con respecto al sol. El sol está formado de la misma materia que la nebulosa, luego convertida en materia cometaria. El sol no arde; no tiene más calor en él que lo que tiene un cuenco de agua que transmite el rayo solar [para la época en que fueron dictadas estas conferencias la fusión nuclear no había sido descubierta y se creía que el sol ardía como una antorcha. n. del t.].
El sol no está en combustión: es el generador y el almacén del grandioso océano de fuerza y de fuerzas que alimentan nuestro entero sistema solar. La materia es fuerza corporeizada o cristalizada; la fuerza, inversamente, puede ser llamada materia sutil —o materia en su cuarto, quinto, sexto y séptimo estado, pues fuerza y materia son una. El sol es un almacén y un generador de fuerzas, y es en sí mismo fuerza en su primer y segundo estado— i.e., la materia en su sexto y séptimo estado, contando ascendentemente. Estudiaremos este asunto de manera más completa en una conferencia posterior.
Este es un sencillo esbozo de las enseñanzas que hemos recibido sobre los asuntos tratados. La luna comprende otro asunto, que ameritará a su debido tiempo un estudio realmente muy particular.
Primero una nebulosa, luego un cometa, luego un planeta; pero el boceto de arriba esboza el estado de un sistema solar en la primera era del manvantara solar. Ahora, tomemos cualquier planeta, y sucinta, brevemente, toquemos la naturaleza de un manvantara planetario. El sol, claro, permanece a través de todo el manvantara solar. Comienza con éste, y cuando el sistema solar llegue a su fin, el pralaya del sol también vendrá. Pero los planetas son diferentes en ciertos aspectos. Ellos también tienen su manvantara, cada uno de ellos, que dura usualmente muchos billones de años; y cuando una cadena planetaria o cuerpo ha alcanzado su término, cuando su hora llega para ir al descanso, o al pralaya o disolución, el manvantara termina y el pralaya comienza, pero en este caso no es un prākritika-pralaya que, ustedes lo recuerdan, significa la disolución de la naturaleza. El cuerpo planetario permanece muerto, como está ahora la luna, pero envía sus principios (precisamente como lo hizo el anterior sistema solar) a un centro-laya en el espacio, y permanecen allí por “eras innumerables”. Mientras tanto, los otros planetas de ese sistema solar atraviesan sus ciclos; pero el planeta que hemos escogido como ilustración, cuando llega de nuevo su tiempo para descender en el manvantara, sigue su línea de desarrollo precisamente de la misma manera como se ha esbozado antes. Desciende de nuevo en la manifestación por medio de la divina sed planetaria interna por la vida activa y es dirigida al mismo sistema solar, y al mismo puesto, relativamente hablando, que su predecesor (su anterior ser) ocupaba, atraído hacia allí por fuerzas magnéticas y de otro tipo en los planos inferiores. Forma, en el principio de su curso o viaje descendente, una nebulosa planetaria; luego de muchos eones se vuelve un cometa, siguiendo finalmente una órbita elíptica alrededor del sol de nuestro sistema solar, siendo de este modo “capturado”, como nuestros científicos dijeron erróneamente, por el sol; y finalmente se condensa en un planeta en su condición física primitiva. Los cometas de tiempo periódico corto están en ruta de volver a ser planetas en nuestro sistema, a condición de que eludan con éxito los muchos peligros que acosan a tales cuerpos etéreos antes de que la condensación y el endurecimiento de sus materias los proteja de la destrucción.
G. de Púrucker.
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