Confesión de los inquisidores modernos
Con la puya de mi ingenuo creer que la violencia siempre está afuera y soy su víctima. Con el sable de mi no contestar el Buenas tardes del cliente porque no es parte del trabajo. Con el sabotaje de desconectar mi oficio y mis productos de mi relación con los otros: “Consumidores” o “Clientes” (tengo suficientes “míos” de qué ocuparme).
Con mis propios dientes, con los que de maneras ingeniosas, todas muy civilizadas, me como a los otros. Con mi lucha a toda costa por mantener mi posición. Con mi limpia, aséptica y antiséptica actitud de apoyo para que maten a todos los tatuados que caminan sobre la faz de la tierra (con el olvido de causas, o indiferencia por las mismas, con que suelo salpimentar esa actitud). Con la estocada de querer eliminar de MI mundo a quienes no se adapten a MIS reglas, a MIS juicios y a mi santa devoción. Con el fusilamiento de los que nos creemos los servidores de la única verdad posible. Con los juicios finales de mi moralina y mi reduccionismo. Con la santa inquisición moderna de mis encasillamientos. Con los azufres infernales donde mando a perecer a los distintos. Con el soborno de mi humor taimado, con la indiferencia con que también a mí me han tratado en la semana, confieso que de lunes a sábado les arranco las mejores siembras a los corazones de los otros hombres y mujeres, y a sangre fría visito la iglesia los domingos, y en ella le pido a Dios que proteja a los míos, que detenga esta violencia insoportable de la cuál soy una víctima indefensa.