viernes, octubre 27, 2006

De: El Manual de Epícteto

Lo que turba a los hombres no son las cosas, sino las opiniones que de ellas se hacen. Por ejemplo, la muerte no es algo terrible, pues, si lo fuera, a Sócrates le habría parecido terrible; por el contrario lo temible es la opinión de que la muerte sea terrible. Por lo que, cuando estamos contrariados, turbados o tristes, no acusemos a los otros sino a nosotros mismos, es decir, a nuestras opiniones.
No pidas que las cosas lleguen como tú las deseas, sino deséalas tal como lleguen, y prosperarás siempre.
En cada cosa que se presente, recuerda entrar en ti mismo y buscar allí alguna virtud que tengas para hacer uso adecuando de este objeto. Si ves a un joven o a una jovencita bellos, encontrarás para tales objetos, una virtud: abstenerte. Si es algo que fatiga, algún trabajo, encontrarás coraje; si son injurias y afrentas, econtrarás resignación y paciencia. Si así te acostumbras a desplegar, en cada accidente, la virtud que la naturaleza te ha dado para el combate, tus fantasías no te cautivarán nunca.
Si quieres progresar en el estudio de la sabiduría, no rehúses, en las cosas exteriores, pasar por lerdo y por insensato. No busques pasar por sabio, y si pasas por un personaje en la mente de algunos, desconfía de ti mismo. Pues sabe que no es fácil conservar las dos cosas a la vez: tu voluntad conforme a la naturaleza, y las cosas ajenas; sino que es preciso descuidar lo uno si te atareas en lo otro.
Epícteto
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