miércoles, enero 16, 2008

Papel en blanco

Afuera, gritos de niños y perros que ladran, música lejana, el tráfico y sus coágulos nutriendo las arterias citadinas, colapsándolas. Alguno que otro pájaro desubicado se extraña de cómo cantan alto las aves-alarmas de los autos: esos animales que ni son mamíferos ni vuelan.
Adentro, ruido de platos en fregadero (abstracción para concebir mentalmente las manos que los hace chocar entre ellos), el zumbar de la refri, que de tan constante ya ni se oye, mientras una vaga idea se tropieza en el ruido del arrastre de una cama, y cae.
Desaparece.
Enfrente, la hoja virtual; un par de manos levitan silenciosas, inmóviles, pacientes, esperando entrar en trance.
Y ocurre el milagro: los ruidos se apagan (los de afuera, los de adentro), el gritar de niños, los perros, la música, los coágulos-vehículos, las aves-alarmas, la refrei, la lucha de platos, sólo queda un tropel de gnomos, golpeteos dactilares que parecen lluvia de tap dance, y el espacio y el tiempo no existen más, no como suelen existir allá abajo, afuera, adentro, viejo cansado; ahora el tiempo vuela en ráfagas ciclónicas, el espacio surfea sobre las altas crestas de un nivel distinto de conciencia, ambos patinan libres sobre superficies enceradas; como niños, bailan; como fluidos, se confunden mientras los manjares de las haches mudas y las niñas eñes se desparraman. Una historia cobra vida, y hombres y mujeres reales toman posesión de mi cuerpo, y paren sueños, odios, luchas, y hasta mueren.
Lloro por los que mueren; discuto las luchas de los que luchan; refuto los sueños de los que sueñan; todos son tiranos que me atan; y en el fondo sé que debo dejarlos a sus anchas en mis hojas, para que éstas ya no sigan siendo páginas en blanco, para no tener que volver a los ruidos de afuera, de adentro, al viejo espacio cotidiano, al tiempo lento, abajo, adonde no me gusta estar.
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