De mis intructores admiro y respeto manifestaciones muy simples: paciencia, generosidad, sinceridad, empeño, dedicación; admiro su ejemplo no personalizado, sino general, constante, como una emanación. Por mi parte, sé que no cuento con una personalidad muy agradable; hay mucho en qué trabajar. En más de una ocasión he defraudado ese ejemplo que exige dar ejemplo. Estoy muy consciente de ello, aunque debo decir que en todos los casos he creído estar tomando la decisión que correspondía, dadas mis circunstancias personales. También sé que ha sido sólo eso: circunstancias personales, situaciones que no he sabido bien equilibrar, en mi relación con la vida cotidiana y con la gente que considero es importante para mí, con el fin de crearme la oportunidad de poder continuar en firme por este camino que he elegido. En un par de ocasiones mi decepcionante comportamiento ha radicado en saberme (creerme, quizá) incapaz de hacer una labor, por sencilla que esta pareciera. Eso ha sido una gran lección: darme cuenta que no puedo hacer muchas labores que normalmente hubiese pensado que sí las haría sin problema, lo cual me ha planteado un intenso debate permanente, una desagradable pero sana tensión interna, y al final de ella, una imagen de mí mismo bastante deprimente y dolorosa. Y es que a veces he podido reconocer mis imágenes, esos adornos y oropeles que uno cree ser, y me he percatado que me los creo demasiado, hasta el punto de casi confundirme con ellos: máscaras, poses, reacciones automáticas… Mucha vanidad. Mucho cuidado de lo que dirán. No suelo darme cuenta en qué momento me he metido en los papeles para interpretar a un personaje conocido, familiar. Sé que es miedo. Paralizante. Sé que en ocasiones he intentado romperlo y he fallado. Sé que lo seguiré intentando. No sé si es que no tengo ya la posibilidad de desarrollar esa parte esencial que está untada de betún y suciedad. Aspiro. Sé que muchos vínculos me retrasan o me detienen; vínculos de toda clase: sociales, familiares, íntimos, psicológicos. Hay mucho que percibo importante en todos ellos, y no quiero romper nada que sea importante en el proceso. Por una parte, pues, mis inhabilidades, y por la otra parte esa búsqueda del equilibrio, han hecho que con frecuencia tome decisiones más bien desvinculantes. Debilidad en parte, incapacidad por otra, mucho de cobardía. En lo poco que llevo de andar he tenido que confrontarme con personas que forman parte de ese círculo especial de quienes considero importantes, de veras importantes, en mi vida: gente a la que estimo y admiro, gente espiritual, sencilla y sana, con sus propias búsquedas, y maneras diferentes de llevarlas a cabo. Creo que me estoy haciendo comprender por ellos, a ragañadientes la mayoría de las veces, y ahora sé que no debo temer esa confrontación por más que al principio quise evitarla. Sé que tengo mis límites para el compromiso, como también sé que tengo mis límites personales, mucho con lo cual debo lidiar en mi personalidad, una lucha interna, en y fuera de cualquier escuela. También creo que lo que he ganado por estos dos factores: la búsqueda del equilibrio y la inhabilidad, efectiva o sólo sentida, pero real en todo caso, es justamente todo lo contrario a lo que pretendía. Me podría haber ganado la desconfianza de las personas que ya recorrieron buen tramo del camino, me podría haber ganado no ser considerado más de utilidad, me debería de haber ganado ya, a estas alturas, quizás algo de antipatía e incomodidad. Bien merecido lo tendría.
Quiero rectificar. En ningún caso ha habido un mundo que haya estado en mi contra. No ha habido una circunstancia que me lo haya impedido. ¿Que me da miedo? Sí. ¿Qué me seguirá dando miedo? Sí. ¿Que quizá vuelva a fallar?. Es casi seguro, una y varias veces. Tengo mucho desorden en mi vida. No es una vida ejemplar. En muchos aspectos es una vida que a veces debería de llevar una bolsa de papel en el rostro. Y soy su resultado. El resultado del desorden, de la irresponsabilidad, muchas veces de la estupidez. El resultado no puede ser agradable. Es lo que soy, lo que oculto, lo que no agrada detrás de esa máscara que ellos ven. En un tiempo, casi sin darme cuenta, mi vida se torció, la torcí. No es fácil regresar, revertir. Suelo volver a ser mis demonios. Soy un ir y venir de distintos hábitos y costumbres. A veces me siento como un camino pateado y cansado. Algo he caminado, mucho todavía lo arrastro (me arrastra). Me veo y me conozco un poco más. No me gusta lo que veo. Pero es lo que tengo. Sé, por ejemplo, que yo mismo puedo muy bien sabotearme mis mejores ideales y disfrutar con ello. Pero también sé que hay alguien más allí dentro. Una vez lo fui. Alguien noble, limpio, ordenado, inocente, generoso. Los otros en los que me he convertido no lo dejan salir muy a menudo, lo lastiman, se burlan de él, lo encierran. En él pido que confíen. A él les pido que le den oportunidades que le permitan crecer. Él los ve y pregunta: ¿Cómo puede llegar allí, ser así, como ustedes?
Mi respeto y mi confianza,
Mi respeto y mi confianza,
Mauricio.
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