Sobre las doctrinas secretas de las grandes religiones I
Se ha asegurado, efectivamente, en son de alabanza, que el Cristianismo no tiene secretos, que lo que tiene que decir, lo dice a todos, y que lo que tiene que enseñar, lo enseña a todos. Se supone que sus verdades son tan sencillas "que un hombre cualquiera, aun siendo tonto, no incurrirá en errores respecto a ellas." El "sencillo Evangelio" se ha convertido en una frase sacramental.
Es, pues, necesario probar con toda claridad que, por lo menos en la Iglesia Primitiva, el Cristianismo no iba a la zaga de ninguna de las otras grandes religiones, por lo que hace a la posesión de un aspecto oculto, y que guardaba, como tesoro inapreciable, los secretos que sólo se revelaban a pocos escogidos para sus Misterios. Pero antes conviene considerar esta cuestión del lado oculto de las religiones, y ver por qué debe existir tal aspecto para que la religión pueda ser fuerte y estable; pues de este modo se verá que su existencia en el Cristianismo es lógica y procedente, y las referencias que en tal sentido se hacen en los escritos de los Padres Cristianos, aparecerán sencillas y naturales y de ningún modo sorprendentes e ininteligibles, y si, como hecho histórico, la
existencia de este esoterismo es demostrable, se probará a la vez que, intelectualmente considerado, es una necesidad.
La primera cuestión que tenemos que plantear es la siguiente: ¿Cuál es el objeto de las religiones? Se dan al mundo por hombres más sabios que la masa humana, a la cual se dirigen con el objeto de apresurar su evolución. Para hacer esto con eficacia, tienen que llegar a los individuos e influir sobre ellos. Ahora bien; todos los hombres no se encuentran en el mismo nivel de evolución, pudiendo considerarse ésta como una escala ascendente, con individuos colocados en todos sus peldaños. Los más altamente desarrollados se hallan muy por encima de los que lo están menos, tanto por lo que hace a la inteligencia como al carácter, variando en cada grado la capacidad, así para comprender como para obrar. Es, por tanto, inútil dar a todos la misma enseñanza religiosa; lo que ayudaría al hombre intelectual, sería totalmente incomprensible para el estúpido, al paso que lo que pondría en éxtasis a un santo, no haría mella alguna en el criminal. Por otra parte, si la enseñanza es apropiada a las gentes de poca inteligencia, resulta intolerablemente grosera e indigesta para el filósofo, al paso que la que redimiese al criminal, sería por completo inútil al santo. Sin embargo, todos los tipos necesitan una religión, a fin de que cada cual pueda lograr una vida más elevada que la que tiene, y ningún tipo o grado debe ser sacrificado al otro. La religión debe ser tan graduada como la evolución, porque de lo contrario no podrá realizar su objetivo.
Se presenta luego" la cuestión siguiente: ¿De qué modo tratan las religiones de apresurar la evolución humana? Las religiones se proponen desenvolver la naturaleza moral y la intelectual, y ayudar a la naturaleza espiritual a desarrollarse.
Considerando al hombre como un ser complejo, procuran tocar cada punto de su constitución, y por lo tanto, buscar mensajes propios para cada cual, enseñanzas adecuadas a los seres humanos más diversos. Así, pues, las enseñanzas deben adaptarse a las mentes ya los corazones a que se dirigen. Si una religión no alcanza y domina la inteligencia, si no purifica e inspira las emociones, fracasa en su objeto respecto a la persona interesada.
Los que creen que la religión ha desaparecido, ven las más extravagantes supersticiones suceder a su negación. Y de tal modo forma parte integrante de la humanidad, que el hombre quiere obtener una respuesta cualquiera a sus preguntas; prefiere una respuesta, aunque sea falsa, al mutismo. Si no puede encontrar verdades religiosas, adoptará errores religiosos, antes que quedarse sin religión, y aceptará los ideales más toscos e incongruentes, antes que admitir que el ideal no existe.
La religión, pues, responde a este anhelo, y apoderándose del constituyente de la naturaleza humana que lo produce, lo educa, lo vigoriza, lo purifica y lo guía hacia su propia finalidad: la unión del espíritu humano con lo divino, a fin de “que Dios pueda estar todo en todos"
Es, pues, necesario probar con toda claridad que, por lo menos en la Iglesia Primitiva, el Cristianismo no iba a la zaga de ninguna de las otras grandes religiones, por lo que hace a la posesión de un aspecto oculto, y que guardaba, como tesoro inapreciable, los secretos que sólo se revelaban a pocos escogidos para sus Misterios. Pero antes conviene considerar esta cuestión del lado oculto de las religiones, y ver por qué debe existir tal aspecto para que la religión pueda ser fuerte y estable; pues de este modo se verá que su existencia en el Cristianismo es lógica y procedente, y las referencias que en tal sentido se hacen en los escritos de los Padres Cristianos, aparecerán sencillas y naturales y de ningún modo sorprendentes e ininteligibles, y si, como hecho histórico, la
existencia de este esoterismo es demostrable, se probará a la vez que, intelectualmente considerado, es una necesidad.
La primera cuestión que tenemos que plantear es la siguiente: ¿Cuál es el objeto de las religiones? Se dan al mundo por hombres más sabios que la masa humana, a la cual se dirigen con el objeto de apresurar su evolución. Para hacer esto con eficacia, tienen que llegar a los individuos e influir sobre ellos. Ahora bien; todos los hombres no se encuentran en el mismo nivel de evolución, pudiendo considerarse ésta como una escala ascendente, con individuos colocados en todos sus peldaños. Los más altamente desarrollados se hallan muy por encima de los que lo están menos, tanto por lo que hace a la inteligencia como al carácter, variando en cada grado la capacidad, así para comprender como para obrar. Es, por tanto, inútil dar a todos la misma enseñanza religiosa; lo que ayudaría al hombre intelectual, sería totalmente incomprensible para el estúpido, al paso que lo que pondría en éxtasis a un santo, no haría mella alguna en el criminal. Por otra parte, si la enseñanza es apropiada a las gentes de poca inteligencia, resulta intolerablemente grosera e indigesta para el filósofo, al paso que la que redimiese al criminal, sería por completo inútil al santo. Sin embargo, todos los tipos necesitan una religión, a fin de que cada cual pueda lograr una vida más elevada que la que tiene, y ningún tipo o grado debe ser sacrificado al otro. La religión debe ser tan graduada como la evolución, porque de lo contrario no podrá realizar su objetivo.
Se presenta luego" la cuestión siguiente: ¿De qué modo tratan las religiones de apresurar la evolución humana? Las religiones se proponen desenvolver la naturaleza moral y la intelectual, y ayudar a la naturaleza espiritual a desarrollarse.
Considerando al hombre como un ser complejo, procuran tocar cada punto de su constitución, y por lo tanto, buscar mensajes propios para cada cual, enseñanzas adecuadas a los seres humanos más diversos. Así, pues, las enseñanzas deben adaptarse a las mentes ya los corazones a que se dirigen. Si una religión no alcanza y domina la inteligencia, si no purifica e inspira las emociones, fracasa en su objeto respecto a la persona interesada.
Los que creen que la religión ha desaparecido, ven las más extravagantes supersticiones suceder a su negación. Y de tal modo forma parte integrante de la humanidad, que el hombre quiere obtener una respuesta cualquiera a sus preguntas; prefiere una respuesta, aunque sea falsa, al mutismo. Si no puede encontrar verdades religiosas, adoptará errores religiosos, antes que quedarse sin religión, y aceptará los ideales más toscos e incongruentes, antes que admitir que el ideal no existe.
La religión, pues, responde a este anhelo, y apoderándose del constituyente de la naturaleza humana que lo produce, lo educa, lo vigoriza, lo purifica y lo guía hacia su propia finalidad: la unión del espíritu humano con lo divino, a fin de “que Dios pueda estar todo en todos"
Annie Besant
Cristianismo esotérico
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