sábado, abril 29, 2006

Atma-Vidyâ 3


Entre los centenares que en Occidente se llaman ocultistas, no hay ni media docena que tengan ni siquiera idea aproximada de la genuina naturaleza de la ciencia que tratan de dominar. Con pocas excepciones, están todos en pleno camino de la hechicería; pero dejémoslos restablecer algún tanto el orden en aquel caos que predomina en su mente, antes que protesten contra esta afirmación. Que conozcan primero la verdadera relación entre las ciencias ocultas y el Ocultismo, así como la diferencia entre una y otro, y entonces se indignarán si todavía creen estar en lo cierto. Entretanto, digámosles que el Ocultismo difiere de la magia y demás ciencias ocultas como el esplendente sol difiere de un candil, y como el inmutable e inmortal espíritu del hombre (reflejo del absoluto, infinito y desconocido TODO ) difiere de la mortal arcilla del cuerpo humano.
En nuestra refinada civilización occidental, donde las lenguas modernas han ido evolucionando con la formación de palabras expresivas de nuevas ideas y pensamientos, no se sentía la necesidad de nuevos vocablos para expresar conceptos que tácitamente se tildaban de "supersticiones", pues toda nueva modalidad mental aparecía materializada en la fría atmósfera del egoísmo de Occidente y el incesante afán tras los dioses de este mundo. Dichos vocablos únicamente hubieran podido expresar ideas que a duras penas eran capaces de albergar en su mente los hombres cultos, para quienes la magia es sinónimo de prestidigitación; la hechicería equivalente a crasa ignorancia y el Ocultismo la triste reliquia de los desequilibrados filósofos medievales del fuego, como Jacobo Boehme y Saint Martin; expresiones todas que se consideran más que suficientes para abarcar el campo entero de un "dedal de costura".
Tanto la palabra magia como las palabras hechicería y Ocultismo se usan en Occidente en sentido despectivo, y por lo general para designar las escorias residuales de los tiempos del oscurantismo y los perversos siglos del paganismo. Por lo tanto, no hay en nuestro idioma palabras que definan y maticen la diferencia entre las referidas facultades anormales, o entre las ciencias que conducen a su adquisición, con la exactitud y fijeza con que las definen y matizan los idiomas orientales y sobre todo el sánscrito. Si las autoridades reconocidas en la materia dan a las palabras "milagro" y "hechizo" el mismo significado, en cuanto les atribuyen la idea de operar prodigios quebrantando las leyes de la naturaleza (!) , ¿qué significarán para quienes las oyen o pronuncian? El cristiano, no obstante "quebrantar las leyes de la naturaleza" al creer firmemente en milagros, porque dice que los obró Dios por medio de Moisés, desdeñará los hechizos o encantamientos de los magos de Faraón, o los atribuirá al demonio.
Nuestros piadosos enemigos relacionan al demonio con el Ocultismo, mientras que sus impíos adversarios, los infieles, se ríen de Moisés, de los magos y de los ocultistas, y se sonrojarían de prestar seria atención a semejantes "supersticiones". Todo esto ocurre por no haber adecuadas palabras para expresar la diferencia entre lo sublime y verdadero y lo absurdo y ridículo, ni señalarse los claroscuros límites que los separan. Lo absurdo y ridículo son las teológicas interpretaciones que hablan del "quebrantamiento de las leyes de la naturaleza" por el hombre, Dios o el demonio. Lo sublime y verdadero son los científicos milagros y encantamientos de Moisés y los magos, de conformidad con las leyes naturales. Tanto Moisés como los magos egipcios estaban versados en la sabiduría aprendida en los santuarios (que eran las academias y corporaciones científicas de aquellos días) y en el verdadero Ocultismo.
La palabra Ocultismo induce seguramente a error, tal como está traducida de la palabra compuesta Gupta-Vidya, que significa "conocimiento secreto". Pero ¿conocimiento de qué? Algunos términos sánscritos nos ayudarán a responder.
Entre otros muchos nombres de la diversas clases de ciencia esotérica que aparecen en los Puranas esotéricos, citaremos por más notables los cuatro siguientes:

1) Yajña-Vidya. es el conocimiento de las ocultas fuerzas de la naturaleza, puestas en acción por la práctica de ciertos ritos y ceremonias religiosas.

2) Mahâvidyâ, que significa "gran conocimiento". Es la magia de los cabalistas y del culto tántrico, aunque suele degenerar en hechicería de la peor especie.

3) Guhya Vidyâ, o conocimiento de las mismas fuerzas del sonido (éter); y por lo tanto, de los mantras cantados en las oraciones y encantamientos, cuya eficacia depende del ritmo y la melodía. También se define diciendo que es una práctica mágica fundada en el conocimiento y correlación de las fuerzas de la naturaleza.

4) Atma-Vidyâ, que los orientalistas traducen literalmente por "Conocimiento del alma" o verdadera Sabiduría, pero que significa mucho más.

El Atma-Vidya es la única clase de Ocultismo a que debe aspirar todo prudente e inegoísta teósofo admirador de Luz en el Sendero. Las demás modalidades de Ocultismo son ramificaciones de las ciencias ocultas, esto es, artes basadas en el conocimiento de la última esencia de todas las cosas en los reinos de la naturaleza (mineral, vegetal y animal) . Quien conoce esta última ciencia conoce también el reino material de la naturaleza, por invisible que sea dicha esencia y por mucho que hasta ahora haya escapado a las investigaciones científicas.
La alquimia, astrología, fisiología oculta y quiromancia tienen su razón de ser en la naturaleza, y las ciencias que acaso por su inexactitud se llaman exactas en esta época de paradójicas filosofías han descubierto algunas de estas artes. Pero la clarividencia, simbolizada en la India por el "Ojo de Siva" y llamada en el Japón "Visión infinita", no es el hipnotismo, ni el mesmerismo, ni se adquiere por medio de tales artes. Todas las demás modalidades del ocultismo pueden dominarse y obtener de ellas resultados buenos, malos o indiferentes; pero el Atma-Vidya no les da mucho valor, pues a todas incluye y aun a veces las utiliza con benéficos propósitos después de eliminar las escorias y tener cuidado de que no quede ni el menor elemento egoísta.
Expliquemos la cuestión. Toda persona puede estudiar cualquiera de las mencionadas "artes ocultas" sin preparación especial, sin restringir demasiado su género de vida ni depurar gran cosa su moralidad; pero en este caso, el noventa por ciento de los estudiantes que se hayan distinguido en una razonable modalidad de magia se precipitan desaprensivamente en la negra. Pero ¿que les importa? También los vudús y los dugpas comen, beben y se alborozan en las hecatombes de víctimas de sus infernales artes, y otro tanto, en diverso sentido, hacen los amables caballeros que practican la vivisección y los hipnotizadores diplomados por las Facultades de Medicina. La única diferencia entre ambos consiste en que los vudús y los dugpas son hechiceros conscientes y los vivisectores de la taifa de Charcot y Richet lo son inconscientes.
Pero como unos y otros han de cosechar los frutos de sus acciones en el arte negra, los practicantes occidentales no dejarán de obtener gozoso provecho aunque luego reciban su castigo porque el hipnotismo y la vivisección, tal como se practican en Occidente, son pura y simple hechicería, menos el conocimiento que poseen los vudús y dugpas, y que ningún Charcot ni Richet puede adquirir en medio siglo de arduos estudios ni experimental observación. Por lo tanto, que se queden sin Atma-Vidyia o verdadero ocultismo quienes lo desdeñan para chapucear en la magia, consciente o no de su índole, y rechazan por demasiado rigurosas las reglas impuestas a los estudiantes. Dejémoslos que sean magos por cualquier medio, aunque durante las diez encarnaciones siguientes no pasen de vudús y dugpas.
Sin embargo, el interés del lector se concentrará probablemente, en quienes sienten invencible atracción hacia el Ocultismo, aunque todavía no hayan subyugado sus pasiones ni mucho menos sean verdaderamente inegoístas. ¿Cómo proceder con estos desgraciados a quienes así desgarran por mitad fuerzas antagónicas? Porque demasiadas veces se ha dicho para que haya que repetirlo, y es cosa evidente para cualquier observador, que una vez despertado de veras en el corazón del hombre el anhelo por el Ocultismo, no le queda esperanza de paz ni lugar de descanso y consuelo en el mundo. Una incesante y roedora inquietud, que no puede apaciguar, lo empuja a las más desoladas y ásperas circunstancias de la vida. Su ánimo es demasiado pasional y egoísta para permitirle el paso por las Puertas de Oro, y no halla paz ni descanso en la vida ordinaria. Así pues, ¿ha de caer inevitablemente en hechicería y magia negra y acumularse durante muchos años un karma terrible? ¿No hay otro camino?
Seguramente lo hay. No aspire a mayores cosas que las que se sienta capaz de cumplir. No eche sobre sus hombros una carga demasiado pesada. Aunque no llegue a ser un Mahatma, un Buddha o un gran santo, si estudia la filosofía y la ciencia del alma podrá ser un modesto bienhechor de la humanidad, por más que carezca de facultades "sobrehumanas", pues los siddhis o facultades del arhat se reservan únicamente para los capaces de consagrar su vida al cumplimiento al pie de la letra de los terribles sacrificios que su adquisición requiere. Ha de saber y recordar para siempre que el verdadero Ocultismo o Teosofía es la incondicional y absoluta renunciación de la personalidad en pensamiento y obra. Es altruismo, y quien lo practica queda enteramente escogido de entre las filas de los vivientes, tan luego como se entrega a la obra, porque "no vive para él sino para el mundo". Mucho se le dispensa durante los primeros años de prueba; pero tan pronto como pasa a ser discípulo "aceptado" debe desvanecer su personalidad y convertirse en una fuerza benéfica de la naturaleza. Desde entonces se abren a su paso dos caminos opuestos: ha de ascender trabajosamente, pasa a paso, durante numerosas encarnaciones, sin intervalo devacánico, por la áurea escala que conduce al arhatado; o al dar el primer paso en falso, resbalará escala abajo, rodando hasta el fondo de la magia negra.
Todo esto se ignora o se ha olvidado enteramente en nuestros días. En efecto, quien sea capaz de observar la silente evolución de las preliminares aspiraciones de los candidatos echará de ver que suelen preocuparles extrañas ideas. Los hay cuyas racionales facultades torcieron ajenas influencias hasta el punto de figurarse que las pasiones animales pueden sublimarse y elevarse de modo que todo su ardor se dirija hacia adentro, a fin de mantenerlas encerradas en el pecho hasta que, en vez de estallar su energía, se invierta en dirección a lo alto con santos propósitos; es decir, hasta que la colectiva fuerza de las reprimidas pasiones capacite al hombre para entrar en el verdadero santuario del alma y permanecer allí en presencia de su Maestro, del Yo superior. A este fin no luchan con sus pasiones ni las matan, sino que mediante un violento esfuerzo de voluntad las reprimen y mantienen en jaque, dejando sus brasas en rescoldo. Se someten gozosamente a la tortura del joven espartano que consentía que la zorra le devorase las entrañas antes que deshacerse de ella. ¡Oh, pobres ciegos visionarios! Sería esto lo mismo que si a una cuadrilla de deshollinadores, grasientos de su labor, se les encerrara en un santuario adornado de blanquísimos lienzos, y en vez de convertirlos con su contacto en un montón de sucios pingajos, se adueñaran del sagrado recinto y salieran de él tan inmaculados como los lienzos. De igual suerte cupiera imaginar que una docena de tejones encerrados en la pura atmósfera de un monasterio (dgon-pa) pudieran salir de él impregnados de los perfumes del incienso. ¡Extraña aberración de la mente humana! ¿Es posible que así sea? Discutámoslo.
En el santuario de nuestra alma, el "Maestro" es el "Yo superior", el divino Espíritu cuya conciencia deriva y se funda en la Mente (por lo menos durante la vida mental del hombre), a la que llamamos alma humana o alma personal (pues el alma espiritual es vehículo del Espíritu) . A su vez el alma personal está constituida en su aspecto superior por aspiraciones espirituales, voliciones y amor divino; en su aspecto inferior, por deseos animales y pasiones terrenas, comunicadas por su contacto con el cuerpo astral que es el asiento de todas ellas. Por lo tanto, el alma personal es el enlace o eslabón entre la naturaleza animal del hombre, que la razón procura dominar, y la naturaleza espiritual hacia la que aquella propende cuando logra ventaja en su lucha con la naturaleza animal. Esta última es la instintiva alma animal, madriguera de las pasiones que el imprudente entusiasmo arrulla en su pecho en vez de matar. ¿cómo esperar que la cenagosa corriente de la cloaca animal se convierta en el cristalino manantial de las aguas de la vida ? ¿A qué terreno neutral pueden relegarse las pasiones, sin que afecten al hombre? Las violentas pasiones de amor y lujuria se mantienen vivas en su cuna, es decir: en el alma animal porque tanto el aspecto superior como el inferior de la mente o alma humana rechazan a semejantes huéspedes, aunque no puedan evitar el rozarse con ellos como vecinos. El Yo superior o Espíritu es tan impermeable a los malos sentimientos como incapaz el agua de mezclarse con el aceite o cualquier otro líquido impuro y grasiento. El único lazo con el hombre y el Yo superior es la Mente, la única que puede contaminarse y está en incesante riesgo de que las adormecidas pasiones despierten en cualquier momento y la arrastren al abismo de la materialidad. ¿Cómo puede concertarse con la divina armonía del Yo superior, si esta armonía está quebrantada por la presencia de las pasiones animales en el santuario?
¿Cómo es posible que la armonía prevalezca y triunfe, cuando la mente está contaminada y turbada por el torbellino de las pasiones y los terrenales deseos de los sentidos corporales y del hombre astral?
Porque el cuerpo astral no es compañero del Yo superior, sino del cuerpo terreno. Es el lazo entre el manas inferior y el cuerpo físico; el vehículo de la vida transitoria, no de la inmortal. Como sombra proyectada por el hombre, sigue servil y mecánicamente sus movimientos e impulsos, propendiendo, por lo tanto, a la materia, sin ascender jamás hacia el Espíritu. La unión con el Yo superior sólo puede cumplirse cuando anulada la fuerza de las pasiones, quedan trituradas y aniquiladas en la retorta de una inflexible voluntad; cuando no sólo han muerto las concupiscencias y ansias de la carne, sino que, muerta asimismo la personalidad, se invalida el cuerpo astral, que refleja al hombre triunfante y no a la codiciosa y egoísta personalidad. Entonces el brillante Augoeides, el divino Yo, vibra en consciente armonía con los dos polos de la entidad humana: El hombre de purificada materia y la siempre pura alma espiritual. El hombre permanece en presencia y para siempre se une íntimamente con el Yo superior, con el Maestro, el Cristo de los gnósticos.
Así pues, ¿cómo le sería posible al hombre entrar por la angosta puerta "del Ocultismo", estando sus cotidianos pensamientos ligados a todas horas con las cosas terrenas, con deseo de poderío, concupiscencias, ambiciones y deberes que, si bien honrosos, no dejan de ser terrenos? Aun el amor a la familia, el más puro e inegoísta de los afectos humanos, es un obstáculo para el verdadero Ocultismo. Porque si ponemos por ejemplo el santo amor maternal o el conyugal, aún en estos mismos sentimientos analizados a fondo y enteramente cernidos, encontraremos egoísmo personal en la madre y egoísmo dual en los cónyuges. ¿Qué madre no sacrificaría sin vacilar cien y mil vidas que tuviera por el hijo de sus entrañas? ¿y qué amante marido no satisfaría los deseos de su amada esposa aun a costa de la dicha ajena?
Se nos dirá que esto es lo natural; pero, aunque lo sea según el código de los humanos afectos, no lo es según el código del divino amor universal. Porque mientras el corazón palpite de amor tan sólo por unos cuantos seres, los más queridos e inmediatos, ¿cómo podrá el resto de la humanidad estar en nuestras almas? ¿Qué resto de amor y solicitud quedará en nosotros para profesarlo a la "gran huérfana"? ¿y cómo se hará oír "la tenue y callada voz" en un alma enteramente ocupada en sus predilectos deudos? ¿Qué lugar se deja allí para las necesidades de la humanidad en conjunto, de modo que el corazón las sienta ya ellas responda fácilmente? Con todo, quien aspire a aprovecharse de la sabiduría de la mente universal, ha de lograrlo mediante la humanidad entera sin distinción de raza, temperamento, creencia, ni condición social. Sólo el altruismo, no el egoísmo, ni aun en su más noble y legítimo concepto, puede conducir al hombre a identificar su individual Yo con el Yo universal. El verdadero discípulo del verdadero Ocultismo ha de consagrarse a la obra de satisfacer las necesidades de la humanidad si quiere adquirir la Theo-Sophia o Sabiduría divina y Conocimiento.
El aspirante ha de escoger absolutamente entre la vida del mundo y la vida del Ocultismo. Inútil y vano intento es conciliarlas, porque nadie puede servir a dos señores y complacer a ambos. Nadie puede servir a su cuerpo ya su Yo superior, ni cumplir los deberes de familia, al propio tiempo que los de la humanidad entera, sin privar a una o a otra de sus derechos; porque si presta oído a la "tenue y callada voz" no podrá escuchar el clamor de sus pequeñuelos; o si atiende a las necesidades de éstos, quedará sordo a la voz de la humanidad. El casado que intentase seguir el verdadero Ocultismo práctico en vez de la filosofía teórica habría de sostener una incensante y desatentada lucha, porque continuamente vacilaría entre la voz del impersonal divino amor a la humanidad y la del amor personal y terreno, lo cual sólo podría conducirlo al fracaso en uno u otro o tal vez en ambos deberes.
No sería esto lo peor, pues quienquiera que después de haberse comprometido en el Ocultismo, ceda al halago de un amor, experimentará por casi inmediata consecuencia el verse irresistiblemente atraído del divino estado impersonal al inferior plano de materia. El deleite sensual, aún sólo de pensamiento, entraña la inmediata pérdida del discernimiento espiritual. La voz del Maestro no podrá distinguirse entre la de las pasiones, como tampoco se distinguirá la de un dugpa, porque en semejantes circunstancias no es posible distinguir lo justo de lo injusto y la sana moralidad del estéril nominalismo. El fruto del Mar Muerto es la más apropiada alegoría mística, porque se vuelve ceniza en los labios y acíbar en el corazón, resultando en "cada vez más profundas tinieblas, loco por sabiduría, culpable por inocencia, ansioso de éxtasis y desesperado por esperanza".
Pero una vez engañados y después de obrar según su engaño, muchos hombres se niegan a reconocer su error y se hunden más y más en el fango. Aunque de la intención deriva principalmente el que la magia sea blanca o negra, los resultados de la hechicería involuntaria e inconsciente no pueden por lo menos que augurar mal karma. Bastante se ha dicho en demostración de que la hechicería es toda especie de maligna influencia ejercida sobre otras personas que sufren o hacen sufrir en consecuencia. El karma es una piedra que chapoteada en las tranquilas aguas de la vida levanta ondulaciones cada vez más amplias hasta el infinito. Las causas engendradas han de producir efectos evidenciados en la justa e inquebrantable ley de retribución. Muchos de estos defectos podrían evitarse si las gentes se abstuviesen de prácticas cuya naturaleza e importancia desconocen. Nadie espere sobrellevar una carga superior a sus fuerzas y facultades. Hay magos congénitos, místicos y ocultistas de nacimiento, a causa de la directa herencia de una serie de encarnaciones y siglos de sufrimientos y fracasos. Están ya a prueba de pasiones. Ningún fuego de origen terreno
puede inflamar sus sentidos ni sus deseos. Ninguna voz humana halla respuesta en sus almas, excepto el ruidoso clamor de la humanidad. Son los únicos que tienen asegurado e1 éxito. Pero son rarísimos y pasan por las estrechas puertas del Ocultismo porque no llevan la personal impedimenta de los transitorios sentimientos humanos. Se han desprendido de los afectos de la naturaleza inferior, paralizando la animalidad astral, y ante sus pasos se abre la estrecha pero áurea puerta.
No les sucede lo mismo a quienes todavía han de llevar durante varias encarnaciones la carga de los pecados cometidos en pasadas y aun en la presente vida. A menos que procedan con suma precaución, la áurea puerta de Sabiduría puede transmutarse para ellos en la ancha puerta y el espacioso camino que "conduce a la perdición", y por la tanto "muchos son los que entran por ella". Esta ancha puerta es la de las artes ocultas practicadas con motivos egoístas, sin la restrictiva, previsora y benéfica influencia del Atma-Vidyâ.
Estamos en la edad de Kali, cuya letal influencia es mil veces más poderosa en Occidente que en Oriente. De aquí las fáciles presas que las Potestades tenebrosas hacen en este ciclo de lucha, y las muchas ilusiones en que hoy día se agita el mundo, entre ellas la relativa facilidad con que los hombres se figuran que pueden llegar a la "Puerta" y cruzar el umbral del Ocultismo sin grandes sacrificios. Tal es el sueño de algunos teósofos, inspirados por el afán de poderío y egoísmo personal; pero estos sentimientos no los conducirán a la ambicionada meta, pues como dijo uno de quien se cree que se sacrificó por la humanidad: "Estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida y pocos son los que la hallan". Tan estrecha es, en efecto, que a la simple mención de algunas de las preliminares dificultades, los espantados candidatos occidentales vuelven ]a espalda y se marchan tambaleantes y temblorosos.
Dejemos que se queden aquí, sin que su mucha flaqueza les consienta mayor intento, porque ¡ay! de ellos si al volver la espalda a la puerta estrecha, los arrastra su ansia de Ocultismo a dar un paso en dirección de las anchas y halagadoras puertas del áureo misterio que centellea a la luz de la ilusión. Los conducirá a la magia negra, y con seguridad desembocarán muy luego en el fatal camino del Infierno, a cuya entrada leyó el Dante estas palabras:

Per me si va nella città dolente
Per me si va nell`eterno dolore
Per me si va tra la perduta gente.
HPB "Ocultismo práctico"
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