miércoles, enero 31, 2007

¿Es el arte una forma de egoísmo?

Krishnamurti: Debemos comprender muy claramente lo que entendemos por falta de egoísmo o disposición abierta. Estas palabras no pueden emplearse a la ligera. Quiero decir que hemos descrito más o menos cuál es la naturaleza del ego. Éste crea dioses y los adora. Ésa es otra forma de egoísmo.
Renée Weber (Profesora de Filosofía en la Universidad de Rutgers): ¿Pero diría usted lo mismo de cualquier cosa que el ego crea? ¿Es el arte una forma de egoísmo?
Krishnamurti: En el momento en que me identifico con la expresión que he creado y que adoro, o de la que digo: ¡qué maravilla!, o que me aporta un beneficio y todo lo demás, ése es un movimiento del ego. Por lo tanto, hay que vivir sin identificación, ya sea con su experiencia, su conocimiento, o la expresión de su creación manual o mental. Por eso lo otro se vuelve tan poco común.

sábado, enero 13, 2007

FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA ESOTÉRICA



CUATRO
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DEL PUNTO PRIMORDIAL AL UNIVERSO Y EL HOMBRE. ¿CÓMO SURGE LA MANIFESTACIÓN? MANVANTARA Y PRALAYA.

Las Chispas son las “Almas”, y estas Almas aparecen en la forma triple de las Mónadas (unidades), los átomos y los dioses —de acuerdo con nuestra enseñanza—. “Cada átomo se convierte en una visible unidad compleja (una molécula), y una vez atraído a la esfera de la actividad terrestre, la Esencia Monádica, pasando a través de los reinos mineral, vegetal y animal, se convierte en hombre”. (Catecismo esotérico). Además, “Dios, la Mónada y el Átomo son las correspondencias del Espíritu, la Mente y el Cuerpo (Atma, Manas y Sthula Sarira) en el hombre”. En su agregación septenaria, son el “Hombre Celestial” (ver la Kabala para el último término); de este modo el hombre terrestre es el reflejo provisional del Celestial… “Las Mónadas (Jivas) son las Almas de los Átomos; ambos son los tejidos con los que los Chohans (Dhyanis, dioses) se revisten cuando se necesita una forma”. (Catecismo esotérico)
— La Doctrina Secreta, I, 619

Parabrahman (la Realidad Una, lo Absoluto), es el campo de la Conciencia Absoluta; esto es, aquella Esencia que está fuera de toda relación con la existencia condicionada, y de la cual la existencia consciente es un símbolo condicionado. Pero en cuanto salimos en nuestro pensamiento de ésta (para nosotros) Absoluta Negación, surge la dualidad en el contraste de Espíritu (o conciencia) y Materia, Sujeto y Objeto.
El Espíritu (o Conciencia) y la Materia, sin embargo, deben ser considerados no como realidades independientes, sino como las dos facetas o aspectos de lo Absoluto (Parabrahman), que constituyen la base del Ser condicionado, ya sea subjetivo u objetivo…
Por lo dicho se verá con claridad que el contraste de estos dos aspectos de lo Absoluto es esencial para la existencia del “Universo Manifestado”. Separada de la Sustancia Cósmica, la Ideación Cósmica no podría manifestarse como conciencia individual; pues es sólo por medio de un vehículo de materia, que surge esta conciencia como “Yo soy Yo”; siendo necesaria una base física para enfocar un rayo de la Mente Universal a un cierto grado de complejidad. A su vez, separada de la Ideación Cósmica, la Sustancia Cósmica permanecería como abstracción vacía, y ninguna manifestación de conciencia podría seguirse.
El “Universo Manifestado”, por lo tanto, está impregnado por la dualidad, la cual es, por decirlo así, la esencia misma de su EX-istencia como “manifestación”. Pero así como los polos opuestos de sujeto y objeto, de espíritu y materia, son tan sólo aspectos de la Unidad Una en la cual están sintetizados, así también en el Universo manifestado existe “aquello” que une el espíritu a la materia, el sujeto al objeto.
Este algo, desconocido al presente para la especulación occidental, es llamado Fohat por los ocultistas. Es el “puente” por el cual las “Ideas” que existen en el “Pensamiento Divino”, pasan a imprimirse sobre la sustancia Cósmica como las “leyes de la Naturaleza”.
— Ibid., I, 15-16

ANTES DE ABRIR nuestro estudio esta noche, con referencia a la naturaleza de estos estudios debe decirse que son una simplificación de La Doctrina Secreta en el sentido de una explicación y un desarrollo del significado de las enseñanzas que contiene el libro. Con el propósito de lograr estos fines, será, por supuesto, necesario traer a luz, en relación a estas doctrinas, para comparación y para mostrar las analogías o las identidades, las líneas de pensamiento de las grandes religiones del mundo y de las grandes mentes de los tiempos antiguos; porque éstas, en su esencia, han brotado de la fuente central del pensamiento de los hombres y de la religión que ahora llamamos teosofía.
Aún antes de podernos embarcar realmente en el estudio de La Doctrina Secreta, como un libro, será necesario durante el curso de nuestros estudios despejar de nuestro camino ciertos bloques obstaculizadores que hay en cada uno de nosotros; ciertas ideas y así llamados principios de pensamiento que han sido inculcados en nuestras mentes desde la niñez, y que, en relación al efecto psicológico que tienen en nuestras mentes, de verdad nos impiden entender las verdades del ser que H. P. Blavatsky nos ha magistralmente dado.
Además, será necesario investigar ciertos principios de pensamiento muy antiguos, y penetrar más hondo dentro del real significado de las religiones y filosofías ancestrales que han sido tratadas en cualquier libro moderno, porque esos libros han sido escritos por hombres que no saben nada sobre la filosofía esotérica, hombres que, en su mayoría, se rebelaban contra el árido eclesiasticismo de la iglesia cristiana; quienes, para lograr liberarse de esas cadenas de eclesiasticismo, realmente se fueron al otro extremo, y no vieron nada más que superchería y malignidades en estas viejas religiones y en los hechos y en las instrucciones de los hombres que las enseñaron: sacerdotes, filósofos o científicos.
Otro punto que se debe tener en mente es que estamos, en realidad, emprendiendo el estudio de las mismas doctrinas que formaron el núcleo del corazón de las enseñanzas de los Misterios de días antiguos. Estos misterios se dividieron en dos partes generales, los Misterios Menores y los Mayores.
Los Misterios Menores estaban ampliamente compuestos por ritos dramáticos o ceremonias, con algunas enseñanzas; los Misterios Mayores estaban compuestos de, o dirigidos casi enteramente en base a, estudio, y luego eran probados por experiencia personal en la iniciación. En esta última se explicaba, entre otras cosas, el significado secreto de las mitologías de las viejas religiones, como por ejemplo, la griega.
La mente activa y despierta de los griegos produjo una mitología que por su gracia y belleza quizá no tenga igual, pero, no obstante, es difícil de explicar; los Misterios de Samotracia y de Eleusis —los más grandes— explicaban entre otras cosas lo que significaban estos mitos. Estos mitos formaron las bases de las religiones exotéricas; pero nótese bien que el exoterismo no significa que el objeto que es explicado exotéricamente es por sí mismo falso, sino simplemente que es una enseñanza dada sin su clave. Tal enseñanza es simbólica, ilusoria, que toca la verdad: la verdad está ahí, pero sin su clave —que es el significado esotérico—, no produce el verdadero sentido.
Ahora leemos de La Doctrina Secreta, volumen I, página 43:

La Doctrina Secreta enseña el desenvolvimiento progresivo de todo, lo mismo mundos que átomos; y este estupendo desenvolvimiento no tiene ni principio concebible ni fin imaginable. Nuestro “Universo” es tan sólo uno de un número infinito de Universos, todos ellos “Hijos de la Necesidad”, puesto que son eslabones de la gran cadena Cósmica de Universos, siendo cada uno un efecto con relación a su predecesor, y una causa respecto al que le sucede.
La aparición y la desaparición del Universo son representados como la espiración e inspiración “del Gran Aliento”, que es eterno; y que siendo Movimiento, es uno de los tres aspectos de lo Absoluto —siendo los otros dos el Espacio Abstracto y la Duración—. Cuando “el Gran Aliento” se expele, es llamado el Soplo Divino, y se le considera como la respiración de la Deidad Incognoscible —la Existencia Única—, la cual exhala un pensamiento, por decirlo así, que se convierte en el Kosmos. (Ver “Isis sin velo”). De igual modo, cuando el Aliento Divino es inspirado, el Universo desaparece en el seno de “la Gran Madre”, que duerme entonces “envuelta en sus invisibles vestiduras”.

Hace una quincena estábamos estudiando la cuestión de māyā y la relación del ser interno del hombre con la Esencia inefable; nos queda estudiar brevemente cómo el hombre, quien tiene un elemento personal en él, emana de la propia esencia de impersonalidad, si se puede llamar así. De inmediato podemos decir que lo Infinito y lo Impersonal nunca llega a ser finito y personal. ¿Cómo, entonces, el espíritu del hombre (ya la primera capa sobre el rostro del Absoluto, por decirlo así) viene a ser? Recordemos que la manifestación de mundos y, por deducción, de los seres que habitan esos mundos, tomó lugar en la extensión de materia popularmente llamada espacio. Primero, un centro es localizado —¡una muy pobre palabra para usar!— y es, de hecho, no infinito, no eterno; si lo fuera, no podría ni manifestarse ni venir a la existencia externa, pues esto es limitación. Lo Eterno, lo Inefable, lo Infinito, nunca se manifiesta, ni parcialmente ni en su totalidad. Las palabras en sí mismas son engañosas al tratar estos temas; pero ¿qué podemos decir? Debemos usar expresiones humanas para transmitir lo que queremos significar.
¿Cómo, entonces, surge la manifestación? La sabiduría antigua nos dice lo siguiente: en las simientes de vida que quedaron en el espacio, a partir de un planeta que previamente había llevado a cabo su manvantara y había pasado al estado latente o prakriti-pralaya, vino a ser (cuando llegó la hora para que comenzara de nuevo la manifestación), en estas simientes de vida, la actividad llamada en sánscrito trishnā (“sed”, si quieren, deseo de manifestación), formando, de este modo, el centro alrededor del cual debía juntarse un nuevo universo. Por necesidad kármica tenía su lugar particular en el espacio y debía producir su tipo particular de progenie —dioses, mónadas, átomos, hombres, y los tres reinos elementarios o elementales, del mundo tal como lo vemos a nuestro derredor— a partir de las simientes kármicas que fueron impresionadas y que, desde el manvantara previo, se hallaban latentes.
El universo vuelve a corporeizarse a sí mismo (no “reencarnar”, que significa tomar carne), siguiendo con precisión las líneas analógicas que el alma del hombre sigue al reencarnarse, haciendo las indulgencias necesarias para variar las condiciones. Así como el hombre es producto de su vida pasada, o mejor, de sus vidas, así es un universo, un sistema solar, un planeta, un animal, un átomo —lo muy grande tanto como lo así llamado infinitesimal—, el fruto, la flor, de lo que fue antes. Cada uno de éstos lidia con una carga de karma precisamente como lo hace el alma del hombre.
Las enseñanzas relativas al desarrollo de los planos internos del ser, que preceden y producen los planos externos, son bastante esotéricas y pertenecen a un estudio más alto que aquél al que pretendemos aproximarnos por el momento, pero podemos formarnos alguna idea general de cómo es hecho por analogía y por comparación con la vida del hombre.
Cuando comienza la manifestación, sobreviene lo que se llama la dualidad. Parecería ser una serie, algo como esto, que simbolizaríamos con un diagrama.



Consideremos a esta línea recta ubicada en la posición más alta, un plano hipotético: podría ser, hablando humanamente, de inmensurables millas de profundidad o de extensión, pero la simple extensión no tiene nada que ver con el concepto general. Sobre él se extiende la infinitud del Ilimitado, y bajo el diagrama está el Ilimitado, y a través de todo su interior está el Ilimitado, interpenetrando por todos lados; pero para propósitos de nuestra presente ilustración diremos que está por encima.
Coloquemos en cualquier lugar que nos apetezca un punto A, otro A’, y un tercero A’’. Hemos alcanzado ahora, luego de que un largo período de latencia o pralaya ha pasado, un período de manifestación o manvantara. A tales puntos A, o A’ o A’’ los llamaremos el Punto Primordial, la primera penetración dentro del plano inferior; la fuerza-espíritu que está por encima, emergiendo a la actividad en las simientes del ser y forzando su camino descendente hacia la vida inferior de manifestación —no empujada o movida por nada externo o fuera de sí misma—, es conducida hacia la manifestación por la vida kármica de su propio ser esencial, por la sed de deseo o de florecer, como un nuevo retoñar de una flor en el precoz verano, en el que la tendencia en la manifestación es hacia el exterior. Esta primera aparición es concebida en filosofía como el primero o Punto Primordial; este es el nombre que se le da en la teosofía judía llamada la Qabbālāh.
Desde el momento en que el punto, la simiente de vida, el germen del ser —todos estos no son sino nombres para la única cosa, el átomo espiritual, la mónada espiritual, llámesela como se quiera— irrumpe en la vida inferior, por decirlo así, la diferenciación o dualidad aparece y continúa, de ahí en adelante, hasta el final del Gram Ciclo, formando las dos líneas de los lados del triángulo diagramático. Podemos llamar a uno AB, el Brahmā (masculino), y al otro AC, el Prakriti o naturaleza (femenino). A Brahmā también se le llama frecuentemente Purusha, una palabra sánscrita que significa “hombre”, el Hombre Ideal, como el Qabbalístico Adām Qadmōn, la entidad primordial del espacio, que contiene en Prakriti, o la naturaleza, todas las escalas septenarias del ser manifestado.
En todo momento, desde el primerísimo instante cuando la dualidad aparece, hay una atracción incesante entre estas dos líneas o polos, y se unen. Recuérdese que este símbolo es simplemente un paradigma o representación. Absolutamente, sería absurdo decir que la vida y los seres proceden en su manifestación sólo como triángulos geométricos; pero podemos representarlo simbólicamente en nuestras mentes de esta manera. Cuando estos dos se unen, el Padre y la Madre, el espíritu (o realidad) y la ilusión (o māyā), Brahmā (o Purusha) y Prakriti (o naturaleza), su unión produce al Hijo. En el esquema cristiano le dan al Hijo espiritual o primordial el nombre de Cristos; en el esquema egipcio, Osiris e Isis (o su hermana gemela Neftis, que es simplemente el lado más recóndito de Isis) producen su hijo Horus, el sol espiritual, físicamente el sol o el dador de luz; y así de manera similar en los diferentes esquemas que el mundo antiguo nos ha transmitido.
De la interacción de estos tres, por acción interpolar, por las fuerzas espirituales trabajando dentro y fuera, dos nuevas líneas descienden —de acuerdo a la manera mística en la que este esquema de emanación se enseña— y también se unen y forman el cuadrado, o el kosmos manifestado.
Ahora, desde el Punto Primordial o central nace o procede el sol de vida. Por él y a través de él se verifica nuestra unión con el Inefable. El hombre puede ser aquí abajo un ser físico sobre la tierra, o en cualquier otro lugar una entidad luminosa y etérea, pero no interesa dónde está y qué es su cuerpo: pues una vez que los siete principios de su ser están en acción, el hombre, la entidad pensante, es producido, conectado por sus siete principios, y su sexto, con ese sol de vida.
Para cada “hombre” de entre las innombrables multitudes de seres auto-conscientes pertenecientes a este kosmos o universo, se extienden respectivamente hacia arriba o hacia abajo dos naturalezas: una de las cuales es una rayo de espíritu que lo conecta con lo divino de lo más divino, y desde ahí se extiende hacia arriba en todas direcciones y lo conecta, en el amplio sentido de la palabra, con el Inefable, el Ilimitado, que es, por lo tanto, el núcleo de su ser, el centro de su esencia.
La aparición y evolución del hombre como ser humano sobre este planeta Tierra, sigue la misma línea de maravilloso trabajo de analogía de la naturaleza tal como lo hace un planeta en el espacio, o como lo hace un sol con sus hermanos de un sistema solar, los planetas. El hombre, de este modo, al ser en verdad un hijo de la Infinidad, el vástago del Inefable, tiene latente dentro de él la capacidad del universo.
Y sobre este hecho depende lo que tan seguido se nos ha dicho acerca de la obtención de poderes. El específico método por medio del cual no los obtenemos, el específico modo de extraviarlos y perderlos, es correr tras de ellos, por extraño que pueda sonar, ya que éste es el impulso de la vanidad y del egoísmo. Si entonces los buscamos de manera egoísta, ¿qué obtenemos? Obtenemos la acción de los bajos poderes sobre nosotros; es una creciente sed de sensación lo que obtenemos, y esto nos conduce hacia, y hacia dentro, del inferior abismo de la Materia, el polo opuesto de lo Ilimitado, si se persigue.
Pero en la gran alma que ha pasado de largo y se ha liberado de esta sed de adquisición personal, en quien el avaro espíritu de sí mismo no es por más tiempo dominante, quien siente su unidad con todo lo que es, quien siente que todo ser humano, y aun la misma hormiga que laboriosamente arrastra un trocito de arena solo para caerse de nuevo, es él mismo —no metafóricamente sino como una realidad: un cuerpo diferente, pero la misma vida, la misma esencia, las mismas cosas latentes en ello como en él—, en verdad en él reposa el poder de ascender la escala del ser, dibujada por el vínculo con el Altísimo en su más interna naturaleza. Tanto él como ellos están llenos de poderes y fuerzas latentes, y él y ellos pueden llegar a ser con el tiempo dioses mismos, resplandeciendo, por decirlo así, con poder como el sol; y la única manera es la completa abnegación, porque la abnegación, paradójico como pueda sonar, es el único camino hacia el ser, el ser universal. El ser personal nos cierra la puerta.
Por supuesto que no podemos desterrar de nuestro ser el sentido de ser, como tampoco es deseable; pero en el aspecto más bajo toma para sí las formas de todo egoísmo, hasta que el ser del hombre que sigue el sendero de la izquierda, o el camino descendente, termina en lo que los primeros cristianos —robándolo de los griegos— llamaron el Tártaro, el lugar de la desintegración.
Cuando el hombre asciende más allá del alcance de la materia, ha desechado la esclavitud de māyā, o ilusión. Recordemos que cuando comienza la manifestación, Prakriti se vuelve, o es, māyā; y Brahmā, el Padre, es el espíritu de la conciencia, o la individualidad. Estos dos son en realidad uno, y no obstante son también los dos aspectos del único rayo de vida que actúa y reacciona sobre sí mismo, tanto como un hombre puede decir, “Yo soy Yo”. Él tiene la facultad de auto-análisis, o auto-división; todos nosotros lo sabemos, podemos sentirlo en nuestro ser. Una parte de nosotros, en nuestros pensamientos, puede ser llamado el Prakriti o el elemento material, o el elemento māyāvi, o el elemento de la ilusión; y la otra, el espíritu, la individualidad, el dios dentro.
Con todo, mientras el hombre ve la vida, mientras recorre con sus ojos hacia abajo, hacia la escala de seres, él la ve a través de māyā; de hecho, él es el hijo de māyā por un lado, así como lo es del espíritu por el otro. Ambos están en él. Su lección es aprender que los dos son uno y que no están separados; entonces ya no es engañado más. Su lección es entender que māyā, el gran engañador, es la famosa culebra o serpiente de la antigüedad, que nos conduce fuera del Jardín del Edén (empleando una metáfora bíblica), aprender a través de la experiencia y del sufrimiento lo que la ilusión es —y no es.
También la materia, que es la manifestación māyāvi de Prakriti en este plano (y acá quiero decir materia física), por sí misma no es sustancial. Las cosas más densas y rígidas que podemos pensar, quizá sean los metales, y en realidad ellos son, quizás, los más porosos, los más espumosos, los más evanescentes, al ser vistos desde el otro o superior lado del ser, desde el otro lado del plano. Tan bien se entiende esto ahora, que nuestros más intuitivos científicos nos dicen que el espacio, que nos parece tan ralo y tenue, es, en realidad, más rígido que el acero más duro. ¿Por qué la electricidad prefiere los metales como camino, a la madera común, o a la lana de algodón, o a tantas otras cosas como éstas?
Antes de proseguir, parece ser necesario estudiar un poco lo que queremos decir con las palabras manvantara y pralaya. Tomemos primero manvantara. Esta palabra es un compuesto sánscrito, y como tal no significa más que: entre dos Manus. Literalmente, “entre-manus”. Manu, o dhyāni-chohan, en el sistema esotérico, son colectivamente las entidades que aparecen primero en el comienzo de la manifestación y de las que, como un árbol cósmico, se derivan o nacen todas las cosas. Manu en realidad es el árbol (espiritual) de la vida de cualquier cadena planetaria, del ser manifestado. Manu es, por lo tanto, en un sentido, el Tercer Logos; como el Segundo es el Padre-Madre, el Brahmā y Prakriti; y el Primero es lo que llamamos el Logos Inmanifestado, o Brahman (neutro) y su velo cósmico Pradhāna.
Pradhāna es también un compuesto sánscrito, y significa: aquello que es “colocado delante de”; y a partir de acá, ha llegado a ser un término técnico en filosofía, y significa lo que llamaríamos la primera capa de apariencia de la materia-raíz, “colocada delante de”, o mejor, alrededor de Brahman como un velo. La materia-Raíz es Mūlaprakriti, naturaleza-raíz, y correspondiendo con ella como el otro polo o polo activo está Brahman (neutro). Aquello a partir de lo cual el Primer o Inmanifestado Logos procede es llamado Parabrahman, y Mūlaprakriti es su velo kósmico. Parabrahman es otro compuesto sánscrito que significa: “más allá de Brahman”. Mūlaprakriti, de nuevo, como se dijo arriba, es un compuesto sánscrito que significa mūla, “raíz”, prakriti, “naturaleza”.
Primero, entonces, el Ilimitado, simbolizado por el ○; luego, Parabrahman, y Mūlaprakriti, su otro polo; luego, más abajo, Brahman y su velo Pradhāna; luego Brahmā-Prakriti o Purusha-Prakriti (siendo Prakriti también māyā); apareciendo el universo manifestado por y a través de este último: Brahmā-Prakriti, Padre-Madre. En otras palabras, el Segundo Logos, Padre-Madre, es la causa productora de la manifestación a través de su Hijo, que en una cadena planetaria es Manu. Por lo tanto, un manvantara es el período de actividad entre dos Manus, en cualquier plano, puesto que en cualquiera de tales períodos hay un Manu-raíz en el principio de la evolución, y un Manu-simiente a su fin, precediendo un pralaya.
Pralaya: éste es también un compuesto sánscrito, formado de laya, de la raíz sánscrita lī, y el prefijo pra. ¿Qué significa lī? Significa “disolver”, “desvanecer”, “diluir”, como cuando uno vierte agua sobre un cubo de sal o de azúcar. El cubo de sal o de azúcar desaparece en el agua; se disuelve, cambia su forma; y esto puede ser tomado como un símbolo de lo que es pralaya: un desmoronamiento, un desaparecer de la materia en algo más, estando aún en eso, y lo rodea y lo interpenetra. Eso es pralaya, usualmente traducido como el estado de latencia, estado de descanso o reposo, entre dos manvantaras o ciclos de vida. Si definidamente recordamos el significado de la palabra sánscrita, nuestra mente toma un nuevo sesgo, siguiendo un nuevo pensamiento; nos hacemos de nuevas ideas; penetramos dentro del arcano de lo que toma lugar.
Ahora bien, hay varias clases de manvantaras; también muchas clases de pralayas. Existe, por ejemplo, el manvantara universal y el pralaya universal, y estos son llamados prākritika, porque es el pralaya o desaparición, disolución, de Prakriti o naturaleza. Luego está el pralaya solar. Sol en sánscrito es sūrya, y el adjetivo de éste es saurya; por tanto, el saurya-pralaya, o el pralaya del sistema solar. Luego, en tercer lugar, está el pralaya terrestre o planetario. La palabra sánscrita de tierra es bhūmi, y el adjetivo que le corresponde es bhaumika: por tanto, el bhaumika-pralaya. Luego podemos decir que está el pralaya o muerte del hombre individual. El hombre es purusha; el adjetivo correspondiente es paurusha: por tanto, el paurusha-pralaya, o muerte del hombre. Así, entonces, hemos dado ejemplos de varios pralayas: primero, del prākritika, o disolución de la naturaleza; luego, del pralaya solar, el saurya; luego el bhaumika, o el fallecimiento de la tierra; y luego, el paurusha, o la muerte del hombre. Y estos adjetivos se aplican igualmente bien a las varias clases de manvantaras o ciclos de vida.
Hay otra clase de pralaya que es llamado nitya. En su sentido general, significa: “constante” o “continuo”, y puede ser ejemplificado por el cambio constante o continuo —vida y muerte— de las células de nuestros cuerpos. Es un estado en el que la entidad residente y dominante permanece, pero sus diferentes principios y rūpas, o “cuerpos”, experimentan un cambio continuo. Por esto es llamado nitya. Se aplica al cuerpo del hombre, a la esfera exterior de la tierra, a la tierra misma, al sistema solar, y a toda la naturaleza.
Asimismo es representado por un símbolo que H. P. Blavatsky nos ha dado de la sabiduría oriental, la exhalación e inhalación de Brahman. Este símbolo, por cierto, no es únicamente hindú. Es hallado en los textos del antiguo Egipto, donde uno u otro de los dioses, khnumu, por ejemplo, exhala de su boca el huevo cósmico. También se alude a él en los himnos órficos, donde la serpiente cósmica exhala como un huevo las cosas que han de ser, o el futuro universo. En todos lados, especialmente donde la religión o filosofía han conservado su asidero, hallamos ahí el símbolo del huevo cósmico. Las religiones de menos edad y de menos influencia no lo emplean tan seguido. El huevo cósmico se encontró como símbolo en Egipto; se halló en el Indostán; se encontró en Perú, donde el “Hombre Poderoso”, el Purusha sánscrito, el Hombre Ideal, era llamado Manco Capac, y su esposa y hermana eran llamadas Mama Ocllo, que significa “Madre Huevo”: éstas trajeron el universo al ser, volviéndose luego el sol y la luna respectivamente.
¿Por qué los antiguos simbolizaban el principio de la manifestación bajo la forma de un huevo? Preguntemos: ¿no es un buen símbolo? Así como el huevo que produce el polluelo contiene el germen de la vida (puesto por su madre, la gallina, y fructificado por el otro polo del ser), así también el huevo cósmico, que es el Punto Primordial, también contiene el germen de la vida. El huevo en sí también puede ser llamado el germen interior —aquel punto más sutil que recibe aquellos impulsos de los cuales hemos hablado antes, que descienden desde el centro más alto de comunicación entre el mundo exterior y el interior, las líneas de acción y reacción magnética interna—. Y cuando se forma el polluelo dentro del huevo, rompe su cascarón y sale a la luz del día, precisamente como vimos que era el caso con el Punto Primordial. Cuando había llegado la hora kármica, brota, por así decirlo, en otras esferas de manifestación y actividad. Los antiguos, llevando aún más lejos la imagen, incluso hablaron del cielo como de un asunto abovedado, como la parte superior de un cascarón de huevo.
Pensemos más profundamente en estos símbolos antiguos. Los antiguos no eran tontos. Hay un profundo significado en estas viejas figuras de lenguaje. ¿Por qué Homero habló de su Olimpo, la morada de Zeus y de los dioses, como siendo de latón, como bronce, una de las cosas más duras y más rígidas que conocían los griegos? ¿Por qué Hesíodo habla del mismo como hecho de hierro? Porque ellos se daban cuenta de que la vida acá en la materia y de la materia estaba basada en un sustrato evanescente, y que el mundo inferior de la materia es, como ha sido dicho a menudo, evanescente, espumoso, lleno de agujeros, por decirlo así, e irreal.
Fundamentos de la Filosofía Esotérica
(en traducción actualmente)
G. de Purucker

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